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Pablo Iglesias y Yolanda Díaz

Paula Andrade

Perfil Pablo Iglesias

Iglesias, un desorden público agravado

Pablo Manuel Iglesias Turrión, hijo de María Luisa y Francisco Javier, prejubilado de la política a los 44 años, de donde fue botado por las hordas fascistas a las que sigue ejecutando con vueltas de tuerca de garrote desde su casoplón de Galapagar, es incapaz de engendrar una idea sin habérsela inoculado un fantasmal enemigo: la derecha, los bancos, los empresarios, la caverna mediática, los periodistas independientes, las víctimas de ETA, la Guardia Civil, el BCE y hasta el jurado de Eurovisión. Como todos los que han echado los dientes en una organización comunista, esa pulsión conspiranoide le lleva a encontrar antagonistas hasta en sus propias filas: Errejón, Ramón Espinar, Carolina Bescansa… y ahora, Yolanda Díaz: lo suyo duró lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks.

Acostumbrado a ordenar a las mujeres de su vida, Tania, Irene, Dina, Lilith, y ser obedecido sin chistar, a cambio de ponerlas un piso en la nómina pública, eligió para sucederle a Yolanda Díaz, que resultó ser una mosquita menos muerta de lo que él pensaba después de haberla colocado en el escaparate ministerial para que Tezanos la vendiera como si fuese una joya. Pero el tábano vive y vuela libre por La Moncloa, donde Sánchez le ha prometido la miel de un puesto en su lista a cambio de tragar con las armas de Ucrania, las enmiendas a la ley trans, una ley de vivienda descafeinada y lo que venga. Ahora, el macho alfa se revuelve contra la primera mujer que osa contrariarle desde sus tacones de aguja y su ambición astronómica.

El macho alfa se revuelve contra la primera mujer que osa contrariarle desde sus tacones de aguja

El feminista que gasta de los tics machistas clásicos -unge a sus mujeres de sus favores políticos a cambio de que observen la disciplina del protector de móviles y honras- siente que ha perdido el control. Cuando era mandamás en Podemos pudo largar al gallinero del Congreso a su exnovia Tania Sánchez para sustituirla por la nueva favorita, Irene Montero, a la que incluso ascendió a ministra y a madre de sus hijos/as/es: cerrando bocas y abriendo perspectivas. Ahora, a lo más que puede aspirar es a insultar a la ínclita Yolanda en la reunión de la uni, ante un corrillo de nostálgicos que ríete tú de los que peregrinan a la tumba de Evita. Está tan acabado que solo un independentista amigo de golpistas como Jaume Roures, le ha dado un juguetito remunerado tras haber fracasado por dos veces como aspirante a maestro ciruela en la Universidad Complutense.

En el chiscón de Galapagar se agolpan desde hace meses decenas de recuerdos de una impostura que llegó inexplicablemente a la Vicepresidencia del Gobierno de España, la primera y más dramática broma que nos gastó Pedro Sánchez: una coleta revolucionaria, Vallecas como ideología, el megáfono de los escraches a Rosa Díez, la utopía que degeneró en obsesión inmobiliaria por vivir como un pachá y, finalmente, los bocadillos de mortadela proletaria, superados por la millonada enviada por los popes bolivarianos para desestabilizar a una nación que es la cuarta economía europea. Tanta mentira habita en Iglesias que cuando se licenció en Derecho y en Políticas, ya cabalgaba sobre sus contradicciones disfrutando de una beca en Cambridge pagada entonces por la Caja Madrid de Miguel Blesa, el mismo que se quitó la vida, arruinado vitalmente por un proceso judicial de los tantos que trajeron los años de ruido y vesania que protagonizó el becado.

Tanta mentira habita en Iglesias que cuando se licenció en Derecho y en Políticas, ya cabalgaba sobre sus contradicciones disfrutando de una beca en Cambridge

De Pablo Manuel se ha dicho de todo. Hasta su padre político, Jorge Verstrynge, le bautizó como el Napoleón de España por haber perturbado una época. No le falta razón al padre de Lilith, criatura mitológica que llama al enfrentamiento civil desde la herencia millonaria de papá, porque Iglesias perturbó, ensució, enfangó, dislocó y enmerdó una época, un país, una memoria sentimental y nos legó un futuro de insomnio y depresión, como vaticinó el presidente que nos ha condenado a aguantarle incluso después de muerto.

Desde la tumba de su podcast cainita, destila odio y venganza contra aquellos que no le elevaron a los altares de la inmortalidad y le mandaron al último párrafo de nuestra historia, donde compartirá espacio la excrecencia de un tiempo: Otegi, Junqueras, Puigdemont, Rufián y con letras de oro, él, aquel revolucionario, hijo de un activista del FRAV, al que sus padres predestinaron llamándole como al fundador socialista, que medró en los endogámicos despachos de la Complutense, se aburrió de trabajar y aprovechó las flaquezas de un país tradicionalmente enfrentado y angustiado por la crisis para encaramarse a las barricadas del 15-M de 2011 y de ahí a fecundar con la semilla del diablo la vida pública.

Hoy es uno de los ideólogos de la España que se abraza a delincuentes para mantener el poder y que equipara a los enemigos sedicentes que la quieren destruir con unos gamberros que provocan desórdenes públicos. Eso sí, desórdenes agravados. Como Iglesias, un desorden público agravado que maldita la hora que apareció en nuestra vida.

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