El laberinto catalán Sánchez le compra un desfibrilador al 'procés'
Lo malo para el independentismo de la manifestación del jueves es la constatación de que no hay negociación posible, lo quieren todo y cuanto antes mejor
Tanto ha repetido los últimos días el independentismo que «el procés no ha terminado», que parece como si temieran que efectivamente llegara a su fin. Tras la aplicación del artículo 155 de la Constitución, la fuga de miles de empresas, la salida de Cataluña de decenas de miles de millones de cuentas bancarias, un juicio ejemplar emitido en directo por TVE y una sentencia que, lejos de ser ejemplificante, era magnánima parecía que el procés llegaba a su fin y que la sociedad catalana iba a centrarse en la reconstrucción económica y social de Cataluña, pero llegó Sánchez y su necesidad de apoyo para ganar una moción de censura y una investidura y revivió unas brasas procesistas que se estaban apagando.
Los acuerdos entre el nacionalismo catalán y el Gobierno no son una novedad, los errores del nacionalismo para venderlos entre su público también son reiterativos. Pujol firmó un pacto con Aznar en 1996 y en lugar de hacer pedagogía entre sus votantes con el fin de justificarse, puso en marcha una campaña acusando al PP de anticatalán mientras este retiraba a la Guardia Civil de las carreteras catalanas, suprimía a los Gobernadores civiles, incrementaba la cesión de impuestos y de tramos de IRPF y miraba hacía otro lado cuando el 'pujolismo' aceleraba el proceso de inmersión lingüística en las escuelas catalanas. El resultado de la estrategia 'pujolista' basada en atacar y demonizar al socio que sostenía en el gobierno fue que ERC, hasta entonces irrelevante en el congreso de los diputados con un solo escaño, alcanzó los ocho.
ERC no ha aprendido la lección y, tras pactar con Sánchez y conseguir concesiones inimaginables como un indulto por delitos gravísimos, la reforma del código penal para que sus dirigentes puedan volver a cometer esos delitos sin que haya pena alguna y la asimilación por parte del PSOE y del gobierno del discurso antiespañol de ERC, en lugar de defender ese acuerdo han acusado a Sánchez de anticatalán y opresor, igual que Pujol con Aznar. El resultado es el mismo: sus electores les creen y, por lo tanto, les abuchean. Junqueras, como antes le había sucedido a Rufián, acudió a la manifestación independentista contra la cumbre hispano-francesa y los manifestantes asistentes, previamente convencidos por TV3 –en manos de ERC– de la anticatalanidad de Sánchez, socio de ERC, expulsan a Junqueras de la manifestación a los pocos minutos de su llegada entre gritos de traidor.
El procés no ha terminado porque Sánchez lo saco de la UCI y lo ha legitimado. El procés tampoco se ha radicalizado. Nunca ha dejado de ser radical. El independentismo es extremo y populista por naturaleza. La estrategia de ERC era la de confrontar su falsa moderación revestida de gobernabilidad cotidiana frente al tono subido de Junts una vez estos habían decidido abandonar el gobierno catalán. Bajo una patina de moderación la estrategia de ERC tampoco es nueva y también la había diseñado en su día Pujol con el lema: «hoy paciencia, mañana independencia».
Lo malo para el independentismo de la manifestación del jueves es la constatación de que no hay negociación posible, lo quieren todo y cuanto antes mejor. Josep Rull, exconsejero del gobierno de Puigdemont, indultado por Sánchez lo dejo claro: «el procés solo acabará con la independencia». No es distinto de lo que escribió en un artículo Aragonès el día antes en el rotativo francés Le Monde: «el objetivo es un referéndum de autodeterminación». Aragonès también se lo dijo a Macron: «queremos –refiriéndose a Cataluña– asistir a estas cumbres como un estado de la UE».
Eric Hosbawn, historiador marxista, analizó que los momentos críticos de las revoluciones no son el momento de máxima efervescencia de las mismas, sino en los momentos posteriores. El radicalismo es inherente al independentismo que se basa en el sentimiento de superioridad solo por el hecho, casual, de haber nacido en un lugar determinado y no unos kilómetros más al norte o al sur. Desde la perspectiva nacionalista esa superioridad desde la cuna confiere unos derechos que el resto de personas que no formen parte de la tribu no tienen. En Cataluña estas ideas se concretan en imposición de una lengua y una cultura y la negación y persecución de la otra. La estrategia de ERC era disimilar durante un tiempo hasta que se dieran las circunstancias de volver a intentar la separación pero desde Junts insisten en mostrar siempre la verdadera faz del independentismo.
Puigdemont quiere la independencia y Junqueras también, pero antes de eso, uno quiere aniquilar al otro, y si bien en las urnas, por poco, en las últimas elecciones ha ganado Junqueras, en la calle gana Puigdemont y el problema de Junqueras es que el discurso populista de que «el pueblo esta por encima de las instituciones y de la democracia» lo ha impulsado y avalado ERC.
Los catalanes no independentistas, así como el resto de españoles de bien podrían cometer el error de regodearse mientras el independentista se despedaza en una lucha cainita, pero es un error. Si el independentismo cree que Junqueras es un traidor al que se puede expulsar de un espacio público invito al lector a reflexionar sobre qué opinan los que han expulsado a Junqueras de los catalanes que no son independentistas para que se hagan una idea de que puede suceder en Cataluña si el independentismo, con la ayuda inestimable de Sánchez, consigue todo el poder.
El procés en Cataluña no es como Revolución en la Granja, los radicales siempre han controlado el procés, que lleva en marcha desde 1980. Efectivamente el procés no ha muerto, el independentismo tiene razón y lo peor es que desde las instituciones de estado lejos de combatirlo se justifica y alimenta, como dijo Sánchez: «agradezco al presidente Aragonès que haya asistido a la cumbre» obviando la manifestación, el desplante de no asistir a la interpretación de los himnos y la adhesión de su socio a una manifestación donde se le tachaba de represor.