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Isabel Díaz AyusoPaula Andrade

El perfil

Ayuso, la llamaban ida y los idos eran ellos

Los progres a los que dio un revolcón en las urnas, sin perder su flemática sonrisa y sus modales educados, primero la ignoraron, luego se burlaron y, finalmente, la descalificaron

Isabel Natividad Díaz Ayuso nació en Chamberí hace 44 años. Estudió periodismo hace 25 y ya atesora los insultos más gordos del ala sanchista de su antigua profesión: ida, trumpista, facha, ultraliberal, bolsonarista, fascista, provocadora, desleal, incompetente, insolidaria, supremacista… En una última vuelta de tuerca de la delirante política española, la presidenta de la Comunidad de Madrid ha sumado esta semana ofensas preventivas de los que alardean que serán futuros periodistas, sustitutos de la actual agradecida izquierda mediática: asesina, cucaracha, hija de p…, pepera, ida, lerda, xenófoba... Y todo porque su Facultad, donde montó junto a otros compañeros la radio universitaria de la que disfrutan los actuales estudiantes, la nombró alumna ilustre, como antes a la Reina Letizia, o ese mismo día a compañeros como Ángel Expósito o Almudena Ariza.

El comunicador de la COPE, a su lado en el acto, ha contado que la dirigente madrileña lo pasó realmente mal a pesar de que aguantó estoicamente, con ese instinto de supervivencia que ha desarrollado como desquiciadora profesional del progresismo, el chorreo de una nominada alumna brillante y aspirante a secretaria de Estado de Irene Montero, cuya intervención, ¿vale?, fue un fresco al natural del desastre educativo español, del pensamiento débil e infantil de la izquierda, de la derrota de la meritocracia en las aulas, carrera en la que competimos por desbancar a Rumanía.

Los progres, a los que dio un revolcón en las urnas sin perder su flemática sonrisa y sus modales educados, primero la ignoraron, luego se burlaron reduciendo su hoja de servicios a su labor como gestora de la cuenta de twitter del perro de Esperanza Aguirre, para finalmente descalificarla con denuedo, tarea para la que han echado mano incluso de su acrónimo, IDA, un auténtico compendio de machismo, agresividad y banalización de un trastorno mental. Parecía imposible incumplir tantos preceptos «progres» con un solo calificativo, pero Sánchez e Iglesias lo han conseguido.

Contra ella dictó Pedro Sánchez un estado de alarma a la carta, furioso por sus aciertos durante la pandemia: un hospital especializado en el virus, medidas de control en Barajas, respeto y apoyo a los sufridos hosteleros castigados por el confinamiento y, sobre todo, bajada de impuestos para activar la economía madrileña, que recibe el 80 por ciento de la inversión extranjera frente a la decadencia de la Cataluña independentista, una contención tributaria que primero provocó las acusaciones de competencia fiscal de sus pares socialistas, para finalmente ver cómo los barones de Sánchez copiaban sus recetas impositivas.

El líder socialista, una máquina de triturar políticos (Rajoy, Rivera, Casado, Arrimadas), no ha conseguido jamás ganarla en Madrid y, para más recochineo, a ella le debería agradecer haber acabado políticamente con los dos Pablos que envenenaban hace un año y medio sus sueños: Iglesias y Casado; a este último lo derrotó por K.O. en la lona de Génova. Si su antecesora, Cristina Cifuentes, fue ajusticiada con unas cremas por fuego amigo a ella los disparos internos terminaron engordando su leyenda.

La tensión vivida dentro de la Complutense tras el reconocimiento a Ayuso

La propaganda monclovita ha intentado inútilmente rejonearla en lo personal poniendo en el punto de mira a su padre y a su hermano, le han negado el derecho a dormir en el hotel de su amigo Sarasola, a pasear con su pareja por Ibiza o a mostrar su admiración por el músico Nacho Cano. Balas bañadas en tomate, navajitas plateadas, alertas antifascistas, toda la munición en las elecciones, que adelantó en 2021 para castigar la deslealtad de Ciudadanos, se volvieron contra el presidente del Gobierno, que arrumbó a los socialistas madrileños al humillante tercer puesto en la política autonómica.

Ha birlado a la izquierda la bandera de la calle, por la que no puede pasear sin parecer una estrella del rock. Su falta de complejos ante la pretendida superioridad moral de la izquierda, el lenguaje sencillo que gasta frente a los discursos políticamente correctos de algunos compañeros de su partido, su propia contrafigura que ha derrotado electoralmente al perfil pijo y distante que sus rivales han dibujado de ella han conseguido cuadrar el círculo: debilitar la fuerza electoral del partido que nació a la derecha del PP para captar a sus votantes desilusionados y conseguir casi mayoría absoluta en el antaño cinturón rojo madrileño, con la Vallecas que abandonó Iglesias para vivir en una mansión de Galapagar, a la cabeza.

Hasta presume de fontanero implacable, el legendario Miguel Ángel Rodríguez, que lo mismo desatasca las cañerías de la Puerta del Sol que le construye un argumentario a modo de gancho a la mandíbula de todo el Consejo de Ministros, de los sindicalistas que solo abandonan el sarcófago donde los encierra Sánchez para reivindicar servicios públicos en Madrid o de su oponente en la Asamblea, la médica y madre Mónica García. Los mismos que le afean que fuera a «provocar» a la Facultad de Ciencias de la Información, el nuevo territorio comanche del podemismo. Será que llevaba la falda muy corta, les contestó. Seguro que también la lengua más larga y eficaz de la política española.