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Nadia CalviñoPaula Andrade

El perfil

Nadia Sánchez, de soltera Nadia Calviño

Podría ser la sustituta de Pedro Sánchez en el cartel electoral socialista, si las cosas pintan muy mal para el presidente del Gobierno

El sagaz refranero español sostiene que dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma condición. Nada dice de los que se sientan en el mismo sillón o banco azul, pero cabría aplicarlo también. Nadia María Calviño Santamaría, gallega de 54 años, vicepresidenta primera del Gobierno de España, disfruta de un escaño entre un presidente carbonizado y otra vicepresidenta que es un bluf –en acertada aportación de Alfonso Guerra–, un bluf con ondas al agua. A juzgar por su prestigio de mujer preparada y acreedora de la máxima confianza en Bruselas, Calviño atesoraba todos los atributos para haber sido el jabugo entre dos panes ácimos: Pedro Sánchez y Yolanda Díaz. Pero ha terminado siendo el mismísimo agujero del dónut.

Hija del polémico José María Calviño, presidente guerrista de TVE entre 1982 y 1986 y asesor de Pedro Sánchez durante su travesía del desierto tras ser expulsado por los barones en 2016, es con diferencia la ministra de Sánchez con un expediente profesional más brillante: habla cuatro idiomas, es licenciada en Derecho y Económicas y alcanzó la Dirección General de Presupuestos de la UE, labor en la que atesoró muchos amigos que la despidieron multitudinariamente cuando regresó a Madrid. Sin embargo, el tóxico Consejo de Ministros al que pertenece ha ido desdibujando todos esos perfiles técnicos y nos ha devuelto en los últimos meses a una Nadia que poco tiene que ver con su leyenda de buena gestora y persona respetuosa con los usos y costumbres en una democracia liberal: no insultar al adversario, decir verdad a los ciudadanos y transparencia y respeto para con los medios de comunicación, especialmente si no son los que te masajean. Su crédito gestor, lejos de engordar por comparación con los disparates de su homóloga Díaz, ha ido menguando, supeditando todo su capital profesional al curso acelerado de mentiras y sectarismo que imparten en Moncloa.

De maneras suaves y apariencia impoluta, Calviño se ha contagiado de la chabacanería populista, usando la brocha gorda para cubrir cualquier crítica que se le dirige

De maneras suaves y apariencia impoluta, Calviño se ha contagiado de la chabacanería populista, usando la brocha gorda para cubrir cualquier crítica que se le dirige, casi todas destinadas a evidenciar sus graves agujeros en gestión y, últimamente, un sospechoso tufillo a nepotismo. Pablo Casado ya recibió la medicina que dispensa la vicepresidenta bajo su colegiado tono de alta funcionaria europea cuando el exdirigente popular recordó en el Parlamento los abusos a menores tuteladas en Baleares. En un acto del Rey, Calviño increpó a Casado para decirle que «estaba asqueada de él», y al alcalde Almeida le dijo que «su jefe estaba desequilibrado». Eso ocurrió hace dos años, cuando la ministra de Economía ya flaqueaba en las cuentas, ámbito en el que ha demostrado tener las mismas dotes que una vidente de feria, con sucesivos errores en predicciones de crecimiento, todas tumbadas por el Banco de España, la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal, sus antiguos compañeros de Bruselas y hasta el INE, a cuyo presidente mandó al paro para sustituirle por otro de la escuela Tezanos.

El presidente del Ejecutivo, Pedro Sánchez, con la vicepresidenta económica, Nadia Calviño.EFE/ Mariscal

Del liberalismo al izquierdismo radical

Antes de todo eso, la escopeta de feria del Ministerio de Calviño ya había fallado cuando la titular del ramo fue preguntada por los estragos que podría traer aparejado el confinamiento por la covid. Entonces, la gurú de Sánchez aseveró que económicamente el impacto de la pandemia sería «poco significativo y transitorio», sentencia digna de ser esculpida en el mismo mármol que la de Fernando Simón de que «España no va a tener más allá de algún caso». Además, en sintonía con su transición al peor sanchismo, la vicepresidenta a la que se presumían virtudes de moderación y centrismo suficientes para detener las arremetidas populistas de Podemos, ha ido tragándose todas las ruedas de molino de las chicas de Iglesias contra las grandes empresas y los Bancos, e incluso ha hecho gala de un clásico en el comunismo populista: alardear de que su cesta de la compra es muy barata, en contraste con la del común de los españoles que la pagan un 15 % más cara por culpa de su discutible ojo clínico. En esa metamorfosis de un pretendido liberalismo al izquierdismo más radical, ha llegado a emular la impostura de Irene e Ione, negándose a posar en una fotografía de empresarios madrileños donde solo había hombres. Le duró poco ese sobrevenido rapto feminista, porque ocho días después la activista Calviño tragó con una foto solo con varones para agasajar al emir de Qatar. Pero sobre la mesa había un acuerdo de 5.000 millones que bien valía olvidarse de los techos de cristal femeninos.

El corrosivo sanchismo la ha transformado en una copia más ilustrada, pero copia al fin, de su jefe

Y si Pedro Sánchez colocó a su mujer en una cátedra en la Complutense por qué ella no iba a hacer lo propio con su cónyuge y padre de sus cuatro hijos en un cargo hecho a su medida en Patrimonio Nacional. Las denuncias periodísticas acabaron con el nepotismo exprés de la vice que, desde entonces, reparte malos modos cuando la oposición se lo recuerda en sede parlamentaria. Le recuerda eso y que, tal y como ha contado El Debate, «avaló con 4,3 millones al constructor que pagó con dinero negro la campaña del PSOE en Valencia». Cuando hace unos días el portavoz del PP en la Cámara Alta, Javier Maroto, le interpeló para que diera explicaciones sobre este turbio asunto respondió con dos de los vicios recurrentes de algunos políticos: faltar al respeto a la oposición, que cumple con una de sus obligaciones más sagradas cual es la de controlar al Gobierno, y arremeter contra el medio que ha publicado la información, en este caso tachándolo de «panfleto». Acorralada y amordazada por los hechos, no dio ni una explicación sobre el fondo del asunto, demostrando que probablemente el problema es que no la tiene y que el corrosivo sanchismo la ha transformado en una copia más ilustrada, pero copia al fin, de su jefe.

En nuestra dislocada escena política, Nadia Sánchez, de soltera Nadia Calviño, podría ser la sustituta de Sánchez en el cartel electoral socialista, si las cosas pintan muy mal para el presidente del Gobierno. Hay quien lo cuenta «en off» y a ella no le desagrada escucharlo.