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Ilustración de Ramón Tamames y Santiago Abascal

Ilustración de Ramón Tamames y Santiago AbascalPaula Andrade

El perfil

Tamames, un catedrático contra el doctor fraude

Sánchez tendrá la oportunidad de escuchar de labios de alguien que no vive en un coche oficial y que sí estudió para adquirir la condición de catedrático su retrato más fiel, el de un autócrata vacuo y arrogante que ofende diariamente a media España

Ramón Tamames Gómez, nacido en Madrid hace casi 90 años e hijo de un prestigioso cirujano, es el único tertuliano que conozco que se dirige a los compañeros de mesa con el 'don' o 'doña' por delante, como quizá sea el único que se descalza –por comodidad–, como hacía en las tertulias de Luis del Olmo, mientras discutía de estructura económica delante de las cámaras. Compartir debate con él era un auténtico lujo del que yo disfruté durante varios años: todavía le recuerdo en una televisión ya desaparecida atizando a Zapatero sin piedad el 13 de mayo de 2010, cuando el expresidente socialista tuvo que recoger velas y aplicar recortes durísimos a pensionistas y funcionarios, el principio de su fin político. Dijo de él que era «un vivero de maldades», cuando otros con menos lecturas habrían dicho que era un zote.

En breve va a tener delante en la tribuna del Congreso al sucesor del inefable Zapatero, a cuyo gobierno ha calificado de «miserable». En puridad, si consiguiera ser el segundo candidato que echa a un presidente del Gobierno de España en una moción de censura (el primero es el hoy censurado), el catedrático de Estructura Económica, un manual imprescindible que ha cumplido 62 años de vigencia, tendría que hacer las maletas para empadronarse en el Palacio de La Moncloa. Mandaría al paro de una tacada a Pedro Sánchez, Irene Montero, Ione Belarra y, al adlátere, Alberto Garzón, por el que siente una inquina especial porque, habiendo ayudado a fundar IU en 1986, ahora ve cómo el ministro de Consumo ha convertido ese partido en una mala sucursal de Podemos.

De rigor imbatible, don Ramón se ha echado a la espalda toda una trayectoria llena de meandros ideológicos y peripecias vitales, desde su etapa de activista antifranquista en la universidad, a su cargo de teniente de alcalde de Tierno Galván, de 1979 a 1981, sus años de diputado del Congreso en la legislatura en la que se aprobó la Constitución, marxista, comunista gracias a Jorge Semprún, hasta que se enfadó con Santiago Carrillo y se hizo centrista por el CDS, sin olvidar su mesecito encerrado en la cárcel de Carabanchel por participar en una manifestación a favor de la amnistía de los presos republicanos. Allí conoció en 1956 a Fernando Sánchez Dragó, con quien junto a Javier Pradera y Enrique Múgica firmó un manifiesto contra el régimen.

Corren descacharrantes teorías sobre una rocambolesca idea que trasladó a José María Ruiz-Gallardón, padre de Alberto, para matar a Franco. Lo cierto es que desde esa época temprana Dragó y él se hicieron amigos, y el primero ha reivindicado la autoría de la última quijotada de Tamames, que es defender una moción de censura de Vox, que por primera vez no encarnará el líder de un partido político. Una foto en el domicilio del postulante a presidente acredita aquella reunión donde se gestó este triple salto mortal de la desquiciada vida pública española, que Tamames observa desde su feliz condición de padre de Laura, Moncho y Alicia, tres buenos hijos ya con sus vidas hechas.

El viejo profesor que sigue el camino de su añorado Amando de Miguel –autor de un epitafio que comparte: «Fui de izquierdas y ahora soy de derechas, es un proceso de maduración»–, ha llevado sus modos educados a los prolegómenos de su próxima peripecia crepuscular. A su contrincante, Pedro Sánchez, lo quiere sentar a comer en su mesa antes de la sesión parlamentaria y a Alberto Núñez Feijóo, al que la moción quiere hacer también pupa, lo convidó a almorzar en su casa, con académicos y profesores, pero entonces no le reveló su decisión. Es de imaginar que el socialista no aceptará su propuesta; no se verá digno de engordar la galería de retratos de su casa, donde ya cuelgan imágenes de Fernández Ordoñez, Rafael Alberti, Adolfo Suárez o Felipe González. Sánchez, ya sabemos, es más de compartir selfis con Otegui o Junqueras.

Hace unas horas, cuando ya había cerrado los «flecos» de su decisión con Abascal, no pudo contener las ganas de confirmarlo y lo hizo antes de que el partido distribuyera la foto de ambos, entre sus amigos de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, de la que es miembro. Una muestra más de que don Ramón siempre se sale del guion. Como lo ha hecho repetidas veces para reivindicar la Seguridad Social creada por Franco, los planes de Estabilización de López Rodó, su exigencia a Carrillo para que eliminara la dictadura del proletariado de los Estatutos del PCE y su rechazo frontal a la ley de memoria democrática de Sánchez, al que insta, y recordará en breve, que defienda a los españoles con la historia y no con el BOE. «Ahora parece que ganó la República, porque sus dirigentes están en las estatuas y Franco no. A moro muerto, todo es lanzada», replica Tamames.

Más allá de la discutible oportunidad de censurar a un ya achicharrado Sánchez, el doctor fraude tendrá la oportunidad de escuchar de labios de alguien que no vive en un coche oficial y que sí estudió para adquirir la condición de catedrático, que ve los toros desde la barrera que sus años y su trabajo le han proporcionado, su retrato más fiel, el de un autócrata vacuo y arrogante que ofende diariamente a media España, un retrato pintado con las mejores formas: los suaves colores de la Transición y el constitucionalismo.

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