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Ilustración Mónica García

Paula Andrade

El perfil

Mónica, médica, madre y metepatas

El día que coincidió con Ayuso en el debate de las elecciones de 2021, ambas con chaqueta roja, decidió que ser la némesis de la presidenta sería su principal activo político. Y lo consiguió

Mónica García Gómez (49 años), médica, madre y metepatas, tiene tres enemigos cervales: Isabel Díaz Ayuso, Pablo Iglesias y ella misma, con seguridad la más peligrosa. El día que coincidió con Isabel Díaz Ayuso en el debate de las elecciones de 2021, ambas con chaqueta roja, decidió que ser la némesis de la presidenta sería su principal activo político. Y lo consiguió. Si no fuera por sus enfrentamientos con Ayuso en la Asamblea, donde va por lana y sale trasquilada, nunca habría adquirido el protagonismo que la llevó a arrebatar al PSOE madrileño la jefatura de la oposición. Eso, y que su segundo enemigo, Pablo Iglesias, decidió presentarse como candidato y polarizó tanto esa campaña (susto o muerte) que le otorgó a ella la condición de susto frente a la segura muerte para la izquierda que garantizaba el líder de Podemos.

Cuando Mónica García oyó que el macho-alfa se ofrecía para acompañarla en una misma candidatura, la líder de Más Madrid se grabó un vídeo mandándole a gastar su testosterona en otros pagos, al mismo sitio al que le habían mandado Íñigo Errejón y Manuela Carmena, por los que abandonó Podemos camino de Más Madrid. Desde entonces Mónica y Pablo no se hablan. Con Tania Sánchez, la exnovia del vecino de Galapagar, ha formado tándem en la Asamblea hasta hace unas semanas (ambas lloraron en la despedida) y han aireado por Vallecas los modos autoritarios de su exjefe. Había que oírlas hablar de la expareja de Tania, a quien dejó por Irene Montero.

Pero la propia Mónica no necesita más enemigos que ella misma para derrapar por la vida política, a la que se dedica desde 2015 directamente llegada de las mareas blancas por la sanidad pública. Como anestesista es ampliamente elogiada por sus compañeros, pero en la política no ha corrido la misma suerte. Su padre, Sergio García Reyes, psiquiatra y diputado del Partido Comunista en la Asamblea de Madrid en época de Leguina, tendría un filón de estudio con los deslices conductuales de su hija. Porque Mónica tiene la rara habilidad de que cuando habla sube el pan y hasta el agua caliente hace unos días. Sus meteduras de pata son pura ambrosía para el PP de Ayuso, que le ha tomado la medida, pese a los intentos de Mónica de rentabilizar su condición de lideresa en solitario de la izquierda en Madrid, donde PSOE y Podemos son material de derribo.

La delegada de Errejón estrenó su antología de disparates en plena pandemia cuando apuntó simulando que disparaba con su mano al consejero del PP, Javier Fernández-Lasquetty. Pero lo mejor vendría después: justificó el gesto en los problemas de artrosis que padecía para luego reconocer que su feo comportamiento no se debió a razones médicas, sino a su irrefrenable vehemencia. Porque lo escandaloso de Mónica suele residir no solo en lo que hace o dice sino en cómo lo justifica. Así ocurrió también el día que la Asamblea le tuvo que notificar que devolviera 13.000 euros cobrados indebidamente como diputada autonómica, mientras estaba de baja como médica por un problema en un brazo. Desde 2015, la portavoz de Más Madrid había compatibilizado su escaño parlamentario con su trabajo como anestesista en el Hospital 12 de octubre, hasta que fue pillada y pidió la excedencia como galena para dedicarse enteramente a Madrid. De nuevo, excusó que no se había dado cuenta de que no podía percibir simultáneamente dinero público de la Asamblea y de la Seguridad Social.

Abonada al trágame tierra, la portavoz de Más Madrid también halló la horma de su zapato cuando hace unos meses reprochó a Ayuso el caso de la intermediación de su hermano en la compra de mascarillas durante la pandemia, asunto que ha sido archivado por la Fiscalía europea; la presidenta le tuvo que recordar que para hermano el suyo, Daniel García, vocal vecino del distrito de Moncloa-Aravaca, que tuvo que ser destituido «por no hacer nada». Poco después, la médica y madre hizo pandi en un acto en Valencia con la plataforma que Yolanda Díaz quiere montar y posó para la fotografía, con ese ojo clínico que le caracteriza, con lideresas con tanto futuro como la vicepresidenta segunda, Mónica Oltra y Ada Colau, un auténtico remedo de las pinturas negras de Goya en versión progresista y feminista.

El último charco en el que ha chapoteado le ha llevado a tenerse que tragar sus palabras contra el vicepresidente de la Comunidad, Enrique Ossorio, por haber cobrado el bono térmico destinado por el Gobierno de Pedro Sánchez, entre otras categorías, a familias numerosas sin límite de rentas. Después de pedir su cese, El Debate publicó que ella también lo percibía como madre de dos niños y una niña. De nuevo aquí miró al empedrado, en este caso, su marido Enrique Montañés –ejecutivo de una multinacional australiana con un sueldo que permite a la familia vivir «a todo trapo», según Ayuso, en un ático junto al Retiro– al que responsabilizó de la economía doméstica. Su disculpa fue que ella no sabía que lo ingresaban en su cuenta común, donde tiene ahorrados 117.580 euros, según una declaración de bienes que no se actualiza desde 2019. Su incuria deja claro que no es fiable para ningún puesto de responsabilidad. Bonita manera de ejercer el feminismo la de echar la culpa al marido, tan bonita como su vocación de pirómana contra el hospital público Isabel Zendal, construido para luchar contra el coronavirus cuando la atención médica colapsó en España, a pesar de ser médica y haber dedicado media vida a defender la sanidad pública.

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