El perfil
Revilla, el Jesús Gil de Cantabria
El líder cántabro comenzó su carrera convirtiendo a las anchoas en mascotas y puede terminarla metiendo a una vaca en el Parlamento
Miguel Ángel Revilla (Salceda, 23 de enero de 1943) se hizo famoso por unas anchoas, que estaban ya allí antes de que él creyera haberlas inventado, aunque nunca alcanzaron la categoría de animal de compañía antes del presidente de Cantabria, falangista de origen y socialista fijo discontinuo por necesidades del cargo.
Con ese pequeño engráulido logró Revilla lo mismo que Jesús Gil con Imperioso, una fama televisiva que durante un largo tiempo transformó sus peores excesos en enormes ganchos electorales, activando un mecanismo sorprendente en la ciudadanía: cuanto mayor era la fantochada, mejores eran los resultados.
Revilla, un populista de libro que disimula su condición vistiendo de traje y luciendo mostacho viejuno, ha coronado su apego por las mascotas metiendo a una vaca esta semana en el Parlamento cántabro, con la misma intención que el fundador del GIL posando en un jacuzzi con su caballo: lanzar la idea de que el cuadrúpedo tenía más dignidad e inteligencia que el resto, empezando por sus rivales políticos y terminado por todos los demás.
La fama de Revilla parece declinar tras muchos años ejerciendo de Maestro Ciruela, que no sabía leer y puso escuela, gracias a la llamativa complicidad de la práctica totalidad de las televisiones españolas, que convirtieron a un político más propio de la novela de Vizcaíno Casas «Las autonosuyas», llevada al cine con Alfredo Landa de protagonista estelar, en una especie de estadista campechano.
Por todos los platós se ha paseado durante lustros Revilla, perorando sobre soluciones globales a problemas complejos y escribiendo libros al respecto mientras no se enteraba, sin embargo, del difícil encaje de unos simples trenes en los estrechos túneles de su Cantabria querida.
Ese episodio ferroviario, del que no es culpable pero sí responsable, ha empezado a marchitar la flor que le ha acompañado desde que en 2003, tras ocho años gobernando a las órdenes del PP, se convirtiera en presidente de su tierra pactando con el PSOE, pagafantas del susodicho desde entonces: el PRC, fundando por él mismo en 1978, pasó de segundón a plenipotenciario, con la pausa de cuatro años en 2011, año de la mayoría absoluta popular que casi nadie ya recuerda y fue el prólogo de la vuelta al mando en 2015 del pequeño dirigente, de nuevo con los socialistas de muleta.
Revilla gobierna siempre con el PSOE, aunque su pasado es falangista y su presente bebe del mismo populismo que en su día encumbró a Gil
La previsible trama de corrupción que delegados suyos perpetraron en Cantabria con las carreteras, saldada con la dimisión de su consejero de Obras Públicas y la detención de su director general del área, han terminado por poner en peligro su continuidad en un cargo que creía vitalicio y deja en el aire su futuro cuando sus paisanos voten el próximo 28 de mayo.
Las sospechas sobre la gestión de un buen porrón de millones venidos de Europa terminan de torcer unos renglones que él creía escritos por Dios. O sea, por él mismo.
Si Revilla no consigue reeditar, en su epitafio político podrá poner que estuvo 40 años en distintos cargos de una actividad que siempre dijo que para él era efímera. Y que logró viajar del Sindicato Vertical y del Movimiento a latitudes progresistas sin perder el genoma autoritario y dicharachero que ya exhibía cuando perdía el oremus por el Caudillo de España.
A Revilla le pillaron fumándose un puro y dándose un festín cuando el confinamiento tenía cerrados los restaurantes, y pese a ello y las mentiras que soltó para protegerse, sobrevivió donde otros hubieran perecido.
Todo se le ha perdonado hasta ahora a este padre de tres hijos con 80 años bien llevados, pero nadie perdura eternamente y al final, hasta las leyendas más conspicuas del populismo, acaban atragantándose. Aunque sea con la espina de una anchoa.