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Sánchez y Calviño durante la moción de censuraEFE

La contracrónica

Don Ramón y la sonrisa de Mona Sánchez

«Frente a la sonrisa de una España que ha encontrado en un viejo profesor motivos para la esperanza, porque siempre hay que recordar hacia mañana, como sostenía Lorca, la sonrisa del régimen sanchista fue la de la condescendía como quien escucha la lata que da un abuelo riñendo a los nietos»

Los neurobiólogos han estudiado en profundidad la sonrisa de la Gioconda. Desde lejos, han dicho los expertos, la musa de Leonardo parece sonreír. Sin embargo, al observar directamente la boca, no se encuentra la sonrisa. Los labios están contraídos, sin la curvatura propia de la alegría. La séptima moción de la democracia española, la segunda de Vox, no ha sido un circo, ni un esperpento, ni un disparate, ni un acto estrambótico, como ha sostenido el censurado, ha sido una competición de sonrisas, la oportunidad de que España sonría cuando alguien con 90 años le recuerda que hay otra España posible, más educada, constructiva y leída, una España correctamente vestida y bien hablada, una España que sonríe sin disparar con las balas del odio y el rencor, que no necesita una hora y cuarenta minutos para decir lo buena que es, sobre todo cuando no lo es. Son las lecciones de cosas, como dice Tamames: poner tiempos y que Sánchez nos deje de dar las turras con que nos obsequia y deje de usar a Blas Piñar y a Franco como comodín, junto a calentamiento global, que tiene la culpa también de que la cesta de la compra esté por las nubes.

En ese duelo de sonrisas, estaba la sonrisa de la cátedra, la del doctorado (real, no plagiado), la sonrisa de la auctoritas y de la decencia que viaja desde una celda de la cárcel de Carabanchel en 1956 a un escaño en un Congreso desprestigiado y ajeno a los que constitucionalmente representa, una sonrisa del Tamames sabio que se apoya en un ujier al que conoció cuando era un niño y no en amigos de pistoleros, que invoca a Montesquieu allí donde se le ha asesinado, que recuerda a todos los muertos de la Guerra Civil, a la memoria democrática ruin hurtada a los historiadores, a los sindicatos verticales, que habla de Joaquín Costa, Lamo de Espinosa, la Compañía de las Indias orientales, Churchill, Julián Marías, Vargas Llosa, Machado, Aranzadi, Letamendía, Largo Caballero, Raymond Carr, de García Margallo, de Marcelino Camacho, de Rubalcaba, de Guerra… Qué pereza, los temas de nuestra cultura y nuestra historia, para alguien que tardó media tarde en copiar una tesis.

Frente a la sonrisa de una España que ha encontrado en un viejo profesor motivos para la esperanza, porque siempre hay que recordar hacia mañana, como sostenía Lorca, la sonrisa del régimen sanchista fue la de la condescendía como quien escucha la lata que da un abuelo riñendo a los nietos, cuando esos nietos tienen los peores amigos, se están gastando el dinero de la compra, insultan a los empresarios que dan trabajo a sus padres, dejan el salón lleno de colillas y botellas vacías de calimocho, apagan la luz y dejan el marrón a los que vengan detrás, quizá Feijóo, que hace bien en cenar con Tamames, del que sí aprenderá, y no participar en la bacanal de sonrisas de Sánchez.

El líder socialista ha decretado para esta mañana una sonrisa para sus ministros de personas benefactoras, que correrían a ayudar a cruzar la calle a don Ramón si lo necesitara, pero aburridos como una ostra y más preocupados por cambiar su foto de perfil en WhatsApp que por las enseñanzas del candidato de Vox, que osó sacar a relucir a Gibraltar, ese asunto tan casposo, o dedicó parte de su moción a defender la patria común e indivisible que ordena el artículo 2 de la Constitución, asuntos tan espesos y poco atractivos comparados con el bienestar de los ratones, la nómina de Rufián, el blanqueamiento de Otegi, la carta blanca a los indepes para que apliquen el apartheid a niños catalanes, el placer sexual de Pam o las uñas de gel de Irene. Hasta José Luis Ábalos y Carmen Calvo sonreían desde el gallinero, como el líder les mandató, recordando seguramente cuando los llamó a su despacho un verano caluroso madrileño para mandarles a sonreír a su casa.

Pero el rostro de Pedro Sánchez, por más que lo intente, no está hecho para las sonrisas, hasta las paternalistas –de un falso doctor a un magistrado en economía– le salen regular. Más falsas que el pin de la agenda 2030 que luce en su solaba, las sonrisas de Mona Sánchez basculan entre el bruxismo maxilar de la furia, cuando le ha recordado Santiago Abascal las trolas que vierte sin descanso, y la sonrisa cínica que tensa el mentón para traslucir lo mucho que se calla. Sánchez miente con la mandíbula sobre todo cuando arremete contra los que llama fascistas, o teloneros en su última versión, que osan censurar al gobierno de la gente, qué atrevimiento, un gobierno que guarda sus más inconfesables secretos en un teléfono rojo de última generación, en el que se refugia el presidente cada vez que la cólera pugna por hacer estallar su esqueleto facial.

En la guerra de sonrisas, también participó otra sonrisa de Barrio Sésamo, que se congela cada vez que ve la cara de Pablo e Irene, la de Yolanda Díaz, comunista y feminista de pasarela de moda, con un discurso al nivel de la abeja Maya o de Clara, la amiga de Heidi. Pero había que darle hoy minutos en el telediario para cabrear al macho alfa, enfurecido en las redes. También en este combate de sonrisas impostadas ganó la de la España real, que no va en Falcon, ni tiene buga oficial, ni perdona la condena a violadores, ni a separatistas o corruptos, que no tienen por tío a un tal Berni, invita a mutilarse a los niños o abraza a cultura de la muerte. Ganó la sonrisa de un viejo profesor, que no insulta, da la palabra a los historiadores, no interrumpe su discurso cuando le aplauden a diferencia de Sánchez, que le gusta las ovaciones subvencionadas.

Don Ramón nos ha recordado con su sonrisa bonancible al padre, al tío o al abuelo que ya no tenemos, que nos enseñaron aquello que de verdad importa, todo lo que el anodino concejal del Ayuntamiento de Madrid devenido en presidente pisotea cada día.