El perfil
Ione Belarra, la telonera de Pablo Iglesias
La secretaria general de Podemos jamás ha cotizado por ningún trabajo fuera de la política, según el currículum que difundió el portal de Transparencia de su partido
Ione Belarra Urteaga heredó en 2021 de Pablo Iglesias el epicentro del dónut populista. La nada. O lo que es lo mismo, un Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030, creado para que el entonces Sumo Líder de Podemos pudiera tener una cuota de poder en forma de cartera ministerial: un despacho y otra cartera, ésta en forma de faltriquera, donde entraba una mamandurria de número cercano a las seis cifras. Cuando esta psicóloga navarra recibe el Ministerio legado por su tutor, tenía 33 años y, como ahora, su único mérito era haberse cruzado en la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid con Irene Montero, estudiante de la que se hizo muy amiga. Su compañera de pupitre se encaramó a la cúpula de Podemos cuando entró en el Libro de Familia de Pablo Iglesias y ella, a rebufo, fue ostentando los cargos políticos que le fueron cediendo los marqueses de Galapagar.
Cuando tomó posesión como secretaria de Estado en 2019 y tras la espantada de Iglesias heredó su Ministerio, Belarra no tenía más experiencia profesional que haber colaborado en la Comisión de Ayuda al Refugiado y una beca en el Ministerio de Educación cuando gobernaba el PP. Jamás ha cotizado por ningún trabajo fuera de la política, según el currículum que difundió en el portal de Transparencia de Podemos, donde en 2016 declaraba tener un patrimonio de 29.078 euros, caudal que hoy ha multiplicado y al que ha sumado una vivienda en Vallecas a medias con su pareja y padre de sus dos hijos, Ignacio Ramos Delgado, cuya hipoteca fue concedida por la Caja de Ingenieros, curiosamente la misma que prestó el dinero para la compra del chalé de Galapagar a los Iglesias-Montero.
En 2014, al calor de su amistad con Irene, entra en Podemos y con 28 años ya es diputada en el Congreso. Su meteórica carrera política fue en paralelo a la de la ministra de Igualdad, a la que sustituyó como portavoz del grupo parlamentario. Y la pareja de Belarra, Nacho, militante en Madrid, también saboreó las mieles del poder al ser ascendido a asesor del grupo podemita entre críticas de enchufismo, que fueron despachadas por su mujer como ataques «fascistas». Su insulto preferido, que ha dedicado a media España, es decir, a todos aquellos que cree acreedores de su ira tuitera por no compartir su ideología comunista, que la hace mirar con equidistancia a Putin y con arrobo a Maduro.
Belarra fue durante su etapa de secretaria de Estado el brazo armado de Iglesias, entonces vicepresidente, para zurrar a cuantos ministros de Sánchez no demostraban pureza de sangre populista. Una de sus principales víctimas fue la titular de Defensa, Margarita Robles, aunque Nadia Calviño tampoco se libró de sus invectivas. Desde que Isabel Díaz Ayuso tumbó en la lona a Iglesias en las elecciones madrileñas de 2021, el macho-alfa se retiró (formalmente) de la política y ungió con su dedo a dos mujeres para teledirigirlas desde el sofá del chalé: a Yolanda Díaz como candidata, con el resultado conocido por todos, y a Ione como secretaria general, su sucesora orgánica para repartir mandobles y purgar a los disidentes internos, sabedor de que la íntima de su mujer nunca le traicionaría ni le fallaría cortando cabezas. Por algo se ha criado a sus pechos.
Tan es así, que dentro de Podemos es conocida por ser la voz de su amo, su más acerada telonera, sin que tenga la más mínima autonomía política como secretaria general interpuesta. Igual vale para un roto que para un descosido: con la misma desenvoltura le mandan insultar a empresarios como Juan Roig, al que tacha de capitalista despiadado, que llama fascista al Supremo, generando un grave enfrentamiento entre los poderes del Estado, o ataca a la presidenta del Congreso, Meritxel Batet, por la polémica retirada del escaño a su amigo Alberto Rodríguez, o interpela al propio Sánchez por aumentar la partida militar.
Miembro de pleno derecho del clan de la tarta, que deben su sueldo al marido de Irene, presenta un ADN imbatible: comunista, feminista, animalista y ecologista. Su feminismo, como el de sus compañeras del percal, se modula en función de quiénes sean las víctimas del machismo: si son las violadas cuyos agresores han salido de la cárcel gracias a la ley que ella defiende, no deben ser tenidas en cuenta; si se le recuerda a Irene su provechosa relación con Iglesias, es violencia contra la mujer, pero si se hace escrache a Ayuso y se le desea la muerte en la Complutense, es que se lo ha ganado; si Rociíto se forra hablando de su vida privada, hermana yo sí te creo, si es Ana Obregón quien lo hace, ejerce violencia uterina; si los medios hablan de la estética de una mujer, forman parte del patriarcado, pero si ella acapara focos dejando el sujetador en casa o se queja de que siempre le sacan fea los diarios no afines, es un desafío necesario a la prensa de las cloacas.
Cabalga tanto sobre sus contradicciones que, tras dar a luz a su segundo hijo en otoño de 2022, tardó menos de un mes en retomar su agenda política, despreciando así el relato podemita sobre los derechos de las mujeres a los permisos de maternidad. La conocida como la niña de la curva entre sus propios compañeros, a los que trata con mano de hierro, no se habla desde hace meses con Yolanda Díaz, y en el Consejo de Ministros ha sido aislada por sus ataques furibundos contra los camaradas socialistas. Ahora tiene en el punto de mira a Alberto Garzón por apoyar a Sumar y abrazarse hace unos días con el enemigo de sus amigos, Íñigo Errejón. Todavía está por escribirse su participación en el escándalo del teléfono de Dina Bousselham y en el caso niñera, la amigui de Ione e Irene pagada con dinero público, que cuidaba a los niños de Montero.
Es evidente que los humanos se le dan peor que los animales. Su ley de Bienestar Animal demuestra que para Ione donde estén los derechos de una rata que se quiten los de millones de conciudadanos españoles a los que desprecia diariamente.