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Begoña VillacísPaula Andrade

El perfil

Begoña Villacís, la Meghan proscrita en la villa y corte de Isabel

La sonriente Villacís nos ha ofrecido motivos más que sobrados para recordarla: no ha escatimado energías en plantarle cara a Sánchez, ha ejercido con responsabilidad institucional su cargo y ha ostentado el patriotismo reformista que impulsó a Ciudadanos

Begoña Villacís Sánchez se toma con humor que la comparen con Meghan Markle, la díscola nuera del Rey Carlos III de Inglaterra. Comparten generación, parecido físico y a cada una de ellas les ha salido una enemiga poderosa que responde al nombre de Isabel. A la americana le cerró las puertas de la Casa de Windsor su recién fallecida abuela política, Isabel II. A la vicealcaldesa de Madrid, villa y corte isabelina de Ayuso, esta le ha rechazado el ingreso político en el PP desde Ciudadanos, viaje que la abogada madrileña de 45 años emprendió anunciándolo en un chusco vídeo el pasado 27 de enero; un viaje a ninguna parte que los más puristas calificaron de transfuguismo y los castizos compararon con un sketch de Gila negociando la guerra con el enemigo.

No tan enemigo, sin embargo, porque la fragmentación de la derecha en tres porciones convirtió al PP y Ciudadanos en aliados imprescindibles en 2015 para evitar que Carmena y su izquierda populista se perpetuaran en la Alcaldía de Madrid. En 2019 los números dieron, y tanto Begoña como Ignacio Aguado, a los que Albert Rivera fichó en 2014, terminaron de vicetodos, en el Ayuntamiento ella y en la Comunidad él. Con una diferencia: mientras Aguado nunca encajó en el equipo de la presidenta autonómica y su inocultable coqueteo con el PSOE para presentar una moción de censura acabó con unas elecciones anticipadas y sus huesos en la vida privada, Begoña se ha mimetizado tanto con Almeida que hay quien duda de que militen en partidos distintos.

De hecho, ninguno de los dos oculta en privado que les gustaría concurrir el próximo 28 de mayo bajo las mismas siglas, pero Ayuso no quiere incorporar los últimos pedazos de Ciudadanos por evitar un cisma en el PP de Madrid y ofender a su bien engrasada estructura local. A primeros de año a Villacís la pillaron reunida con Elías Bendodo en un local cercano a Génova, y la escandalera que se montó obligó a la vicealcaldesa a proclamar su amor eterno a los restos del naufragio naranja, del que uno de sus últimos supervivientes, Miguel Gutiérrez, se marchó indignado por la deslealtad de su compañera madrileña, a la que tachó de querer imponer sus deseos personales cuando apuntó a que el partido debería renunciara a sus siglas en las elecciones. Los últimos estertores de una fuerza a la que los egos y las espantadas de sus dos brillantes líderes, Albert e Inés, han mandado al abismo.

Arrimadas y Villacís son las dos últimas bazas del partido antaño azote indesmayable contra el independentismo. Ambas saben que su tirón electoral es ya escaso y que solo una carambola, remota pero no imposible, podría convertir sus previsiblemente mermados votos en estratégicos para conformar gobierno autonómico, municipal o incluso para el Gobierno de España. De hecho, las últimas encuestas avanzan que, pese al destrozo, la vicealcaldesa podría mantener tres de las once concejalías de Ciudadanos a flote, lo que la convertiría, con Vox, en llave para que Almeida retenga el bastón de mando. Quizá a Begoña alguien le debería haber soplado al oído que es mortal y, como todos los políticos, efímera. Aunque no lo crea.

En el peor de los casos –que Cs se quede fuera del Consistorio– la líder naranja podría aspirar a integrarse como independiente en algún equipo poselectoral de Almeida, al estilo de lo hecho por Juanma Moreno con Juan Marín, o a volver a su profesión de letrada, donde se podrá ganar muy bien las lentejas, porque ella sí tiene una brillante profesión al margen de la política.

Mientras llega el veredicto de las urnas, continúa coordinando el trabajo institucional de Almeida, sigue batallando porque las terrazas covid invadan las aceras de la capital, pasea a sus tres hijas fruto de un matrimonio fracasado, ha sido pasto de portadas del colorín por su relación con un periodista y mantiene buen trato con todos los grupos del Ayuntamiento, haciendo gala de una cortesía política ya en desuso. De su época como empleada de Zara, mantiene un gusto indisimulado por la moda y por cuidar su imagen, lo que el machismo podemita también le afea.

La sonriente Villacís nos ha ofrecido durante sus ocho años de responsable pública motivos más que sobrados para recordarla: no ha escatimado energías en plantarle cara al independentismo y al populismo que sostienen a Sánchez, ha ejercido con responsabilidad institucional su cargo, ha ostentado el patriotismo reformista que impulsó a Ciudadanos y nos regaló una imagen que bien vale una legislatura, un tarro de las esencias de la hemiplejia moral de la izquierda: embarazada de nueve meses, vestida de negro en un caluroso San Isidro de 2019, Begoña fue sacada en volandas de un acto público porque los chicos de Podemos ejerciendo el monopolio de la violencia legítima (ese jarabe democrático prescrito desde Galapagar) la acosaron, insultaron, escracharon, desposeyéndola de su condición de ciudadana libre para convertirla en un exponente de la opresión y la injusticia. Nunca como ese día, todos los ciudadanos españoles fuimos esa Begoña con barriga de 36 semanas en la pradera del Santo contra el fango moral del progresismo.