El perfil
Page, un verso suelto bien atado por Sánchez
Le hace la cobra a Sánchez todo lo que puede: su electorado socialdemócrata no perdona ese acercamiento a supremacistas que les insultan todo los días, tratando a las autonomías menos desarrolladas con vomitivo desprecio
Emiliano García-Page Sánchez es el heredero de José Bono en Castilla-La Mancha, de cuando el PSOE ataba el Gobierno regional con longaniza, y de él aprendió a nadar y guardar la ropa, a dar pellizquitos de monja al jefe para contentar a la parroquia propia ante las barrabasadas monclovitas, pero sin descuidar el apoyo cerrado de sus diputados en el Congreso cada vez que Ferraz toca a rebato. Don Emiliano es un toledano de 54 años, abogado de formación, cuyo único contrato laboral lo firmó con su partido cuando acababa de cumplir 19 añitos, al estrenarse como concejal en Toledo, de donde llegó a ser alcalde siete años.
Presidente castellano-manchego desde 2015, heredó –pero no pudo mantener– la hegemonía socialista de Bono, que saltó por los aires con el vuelco dado en 2011 por Dolores de Cospedal. En el segundo intento, quedó segundo, pero su pacto con Podemos, del que luego abominaría, le convirtió en jefe de un Gobierno que pronto hizo aguas. Un año después la coalición con los populistas quebró y en el PSOE regional siempre se sospechó que fue la respuesta de Iglesias a sus críticas, desde entonces incesantes, contra el partido de ultraizquierda y el Gobierno Frankenstein de Sánchez.
El socialista toledano es un político listo, con gran olfato y conoce a las mil maravillas la tierra del Quijote, por eso sabe colocar el periscopio correctamente cuando los sondeos dibujan un panorama color hormiga, como es el caso. Su capacidad para adaptarse al ecosistema socialista quedó demostrada cuando en 2017 apoyó a muerte a Susana Díaz contra Sánchez y llegó a comprometer su futuro político si la andaluza no ganaba las primarias. La historia ya la conocemos: Díaz y su idea de España sin hipotecas radicales perdió, Page no abandonó, y los barones se tuvieron que tragar sus escrúpulos contra Sánchez, que resucitó y los mandó callar. Ximo Puig y Vara han sido los más obedientes; el propio Emiliano y Javier Lambán han criticado con aspereza las cesiones antipatrióticas de su secretario general, temerosos de que esa toxicidad pueda envenenar sus sueños el próximo 28 de mayo.
Page rozó la ordinariez cuando apeló a la vaselina para aceptar los pactos con ERC y Bildu; pero con o sin lubricantes, Sánchez abrió las puertas de la cárcel a Junqueras y sus compañeros, que salieron sin que los socialistas del viejo testamento pusieran pie en pared. Tanto el castellano-manchego como su colega aragonés echan sapos y culebras, sobre todo en privado, a sabiendas de que su voz carece de la más mínima fuerza en un partido cuyo líder se ha cargado todos los contrapesos, especialmente el otrora poderoso Comité Federal, hoy convertido en un apaciguado redil de tiernos corderitos. Los monaguillos de Sánchez, según reconoció el propio barón socialista.
Cierto es que el exalcalde de Toledo no ha cerrado la boca ni cuando se le ha sugerido severamente desde Moncloa, donde escoció que advirtiera, tras la rebaja del delito de malversación y la eliminación del de sedición a medida de los intereses de los reos separatistas, que «si seguimos con las mismas compañías, el PSOE sufrirá un castigo». O cuando metió el dedo en el ojo monclovita ensalzando a la auténtica bestia negra de Sánchez, el único que le puede obligar a mudarse a su pisito de Pozuelo: Feijóo. Del expresidente gallego, con el que se lleva muy bien gracias a que compartieron la soledad de la llamada cogobernanza sanchista durante la pandemia, aseguró que «ni es insolvente ni es acertado decirlo». De un plumazo, liquidó la principal estrategia gubernamental de atacar la reputación de buen gestor del líder del PP.
Según ha sido más evidente la descomposición de la legislatura, han ido subiendo los decibelios de sus reproches, sin llegar a la impugnación definitiva, que hubiera significado tener que recoger los bártulos… pero de algo hay que vivir. Las últimas noticias demoscópicas le obligan a mirar de reojo a un posible Gobierno PP-Vox que lograría desalojar al PSOE de Castilla-La Mancha, uno de sus feudos históricos. Por eso le hace la cobra a Sánchez todo lo que puede: su electorado socialdemócrata no perdona ese acercamiento a supremacistas que les insultan todo los días, tratando a las autonomías menos desarrolladas con vomitivo desprecio.
En marzo pasado, Page se ausentó del Comité Federal de Sánchez porque tenía que ir a un tanatorio a velar a un amigo; a primeros de este mes, también excusó su presencia en un mitin del presidente en Albacete porque dijo que tenía actos públicos en Talavera de la Reina y hace 48 horas, Sánchez hizo precampaña en Toledo, mientras su barón prefería reunirse en Bruselas con la comisaria de Cohesión y Reformas. Ahora parece que el 14 de mayo ambos tendrán que coincidir en Puertollano. Page mira al tendido cuando se le pregunta, pero sus hechos hablan por él: entre dejar colgada su propia agenda oficial o dar esquinazo al rey del Falcon, prefiere lo segundo.