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Ilustración de Inés Arrimadas

Ilustración de Inés ArrimadasPaula Andrade

El perfil

Inés, el ocaso de un millón de esperanzas

La práctica desaparición en las elecciones municipales y autonómicas del 28-M y la decisión de no presentarse a las generales certifican el final del partido al que Arrimadas ha conducido a los arrecifes

Para el independentismo ha sido choni, colona, charnega y traidora, para el constitucionalismo, la última coca-cola en el desierto catalán de la xenofobia y el independentismo, un pico de oro que ve llegado su ocaso por una ensalada de errores, vanidades y contradicciones. Inés Arrimadas García (1981, Jerez de la Frontera) ya no es ni sombra de lo que fue, de lo que ha sido, de lo que ya no será a partir de esta noche. Criada en Jerez tuvo la suerte de no ser adoctrinada en el modelo catalán educativo, lo que le alejó del fascismo informativo de TV3 y de las 'escolas' públicas y le ofreció una visión limpia y arrojada contra el régimen separatista. La insultaron, la acosaron, escudriñaron su biografía desde tierra, mar y aire, y solo consiguieron armar su lengua como ariete certero, como un gancho directo a la mandíbula del independentismo.

Ciudadanos nació en 2006 para oponerse al fascismo nacionalista. Primero de la mano de Albert Rivera, el niño que llegó a ese mundo desnudo y fue mimado por una España harta de la corrupción y del chantaje de los 'pujoles' y lehendakaris. En 2017, Inés, con una mirada irreverente contra la dictadura 'indepe', logra prender en los corazones huérfanos del constitucionalismo catalán y, por primera vez en el periodo democrático, gana a los nacionalistas en votos y escaños: se hace con más de un millón de papeletas y un 25,35 % de apoyos electorales, un mazazo sobre el etnicismo catalán. Sin embargo, ese caudal de ilusión y esperanza, esa empatía y arrojo, lo lanza por la borda de sus ambiciones y termina exigiendo venir a Madrid a triunfar. Le pierde la impaciencia, justificada sin duda porque su vida familiar es cada vez más asfixiante por la toxicidad nacionalista, decide ser madre y no quiere que su futuro hijo crezca con el hostigamiento que cerca sus movimientos por Barcelona. Definitivamente, toma el puente aéreo sabiendo que se encamina a sustituir a Rivera, que se cegó en vez de tapar sus oídos ante los cantos de sirena de desbancar al PP como líder de la derecha.

En 2019, la tragedia de una pretendida naranja mecánica que hoy es ya una mandarina en descomposición, se consuma y Rivera pasa de las páginas políticas a las del corazón. Arrimadas asume el trono centrista, pero la corona que hereda es realmente de espinas. Su vocación tercerista y su indeclinable búsqueda del centro en un país de o blanco o negro, la convierte inexplicablemente en el sostén de los presupuestos de Sánchez en 2020, en su muleta para los estados de alarma por la pandemia y hasta le entrega un vergonzante aval a la ley del sólo sí es sí, todo ello pagado por el ninguneo sanchista. Hasta que, para apartarse de la foto de Colón del PP y Vox, su auténtica obsesión estratégica, lanza un órdago a Pablo Casado y urde una operación para descarrilar los gobiernos de coalición con el PP en Murcia y, seguramente, en Madrid. La estrategia se torna en fracaso sideral y su partido inicia el camino hacia el abismo, con la deserción de sus dirigentes y la «bunkerización» de Arrimadas. Sin embargo, sus discursos siguen representando a muchas almas dolidas por los abusos del sanchismo y el cainismo patrio, aunque ya de nada sirva su oratoria brillante.

En la última campaña electoral catalana de 2021, pierde 30 de los 36 diputados obtenidos en sus mejores horas y su declinante liderazgo, que se estudiará en las facultades de Políticas como el camino más corto para dilapidar el éxito, es solo ya una sombra, tan menguante como las urnas dictaminen esta noche. Es tan negro su futuro, que el hilo de vida que le queda hasta diciembre pende en parte de que Begoña Villacís conserve alguna opción en el Ayuntamiento de Cibeles.

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