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Alberto Garzón dejará la política a partir del 23-J

Alberto Garzón dejará la política a partir del 23-JPaula Andrade

El perfil

Garzón, el rey del solomillo que nos recetó tofu

El estadista Garzón se va, pero se queda de fontanero en el partido, porque eso de buscarse trabajo fuera de la política es muy cansado y, quizá, imposible para una lumbrera de su talla. Le echaremos de menos. A ver quién va a insultar nuestra inteligencia con su maestría

Alberto Carlos Garzón Espinosa (Logroño, 1985) se va de la política sin haber recibido de su amiga la ministra de Trabajo el premio que merecía: la medalla al mérito de no hacer nada. Con su único hermano, Eduardo –otra cumbre del renacimiento–, podría escribir al alimón el mejor manual de cómo vegetar en un Ministerio que antes era una Dirección General, con un presupuesto de 63,69 millones de euros, y levantarse 80.000 euros currando menos que la maceta de su despacho. Yolanda Díaz en lugar de premiarle por el estajanovismo que ha derrochado le ha puesto puente de plata para que se largara, a la espera de que le siga Irene Montero.

Este logroñés hijo de un profesor de Geografía y de una farmacéutica y recriado en Málaga, circunscripción por la que fue el diputado más joven del Congreso en 2011, pronto se enroló en el 15-M como tabla de salvación a su exigua carrera de economista, empujando a Cayo Lara a que le cediera el liderazgo de IU para competir en las elecciones de 2015. Su cosecha: dos escaños frente a los 69 de Podemos. Amigo de Iglesias, quien fue su asesor en las tertulias televisivas en las que participaba como líder comunista, suscribió con él el conocido como «pacto de los botellines», que era la entrega a cambio de un Ministerio (que Pablo le pediría a Sánchez años después) de toda la estructura política de IU, a la que le hizo perder hasta un millón de votos que jamás incorporó a las siglas moradas. Así destruyó la coalición y se convirtió en un gregario de la pareja de Galapagar, hasta este viernes, que ha tenido que elegir entre Irene y Yolanda, y ha decidido ponerse de canto e irse aparentemente a casa. Atrás queda la amistad con Iglesias, cuando ambos se conocieron en las juventudes comunistas y, junto a la entonces novia del Sumo Líder, Tania Sánchez, fantaseaban con cargarse IU, quedarse con su estructura federal y levantarle los votos.

A pesar de sus escasas competencias, Garzón ha pisado todos los charcos políticos que le han salido al paso. Inauguró su etapa ministerial criticando «la falta de valor añadido del turismo», abriendo así en canal la gallina de los huevos de oro de nuestro PIB. Después ha pisoteado en la prensa extranjera el prestigio del sector cárnico y la ganadería española (hasta Sánchez tuvo que echar mano de su acreditada chulería para apostar públicamente por el chuletón español). Ha quitado las muñecas a las niñas, retirado el azúcar en el café y mandado a la ruina a la industria de alimentos procesados. Su única aportación en cuatro años de gestionar la nada, ha sido una restrictiva ley del juego, donde la ideología se ha impuesto al sentido común, y llamar Borbón a Don Felipe.

Sus comparecencias públicas se cuentan por pifias. En 2017 dejó escrito en un tuit (es su pensamiento más extenso) que Cuba es la única nación con un modelo de consumo sostenible y con desarrollo humano. En cuanto Sánchez le nombró ministro, borró ese derroche de hondura intelectual. Pero es comprensible que un comunista como él valore el desarrollo humano del castrismo, cuyos dirigentes comen, gracias a la ruina de su gente, menús a la caribeña parecidos al de su boda (solomillo a la brasa con guarnición de puré de patata, pimientos del piquillo y espárragos trigueros); y luego va Albertito Garzón y nos receta tofu a los demás. Sus redes sociales están llenas de fotos del museo del horror: Fidel por aquí, Lenin por allá y el Ché, siempre en el corazón. Impagables sus instantáneas vestido de Mao o adornado con un chándal de la RDA haciendo una paella con buenos mariscos, como manda el catecismo sindicalista, progresista y feminista.

Las últimas víctimas del progre exterminador han sido Finlandia y Suecia, a las que ha reprendido por querer formar parte de la OTAN, una organización criminal, según el comunista que vive de las democracias liberales. Las dos admiradas naciones nórdicas no se han recuperado todavía de su análisis certero, como las familias obreras españolas a las que quería endilgar una cesta de la compra peronista con albóndigas prefabricadas, mientras él se reserva la buena proteína del chuletón de Ávila. El estadista Garzón se va, pero se queda de fontanero en el partido, porque eso de buscarse trabajo fuera de la política es muy cansado y, quizá, imposible para una lumbrera de su talla, que llegó a ser en el CIS el político más valorado antes de llegar al Gobierno. Le echaremos de menos. A ver quién va a insultar nuestra inteligencia con su maestría.

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