Perfil
María Guardiola: mitad Ayuso, mitad Juanma
¿Acertó María al negar a Vox la entrada en su Gobierno o ha desperdiciado una oportunidad histórica para su partido y rearmado al moribundo socialismo extremeño, que recibió un puntapié destinado a Sánchez?
María Guardiola Martín tiene 45 años de vida y ahora quince días añadidos para no arriesgarse a morir y que sea precisamente el forense Guillermo Fernández Vara quien firme su autopsia. Acaricia con las yemas de sus dedos, con los que tantas cuentas ha echado desde la concejalía de Hacienda de Cáceres, el Gobierno más deseado por su partido, por su electorado, por sus jefes, hasta por la España antisanchista: el de Extremadura, esa Comunidad bien subvencionada de dinero público que durante 40 años se le ha atragantado al PP, con el paréntesis de 2011 a 2015 de una efímera legislatura presidida por José Antonio Monago, quizá otro perfil indómito como el suyo. Tic tac, el tiempo corre hacia una investidura de Vara, fallida inevitablemente, pero que pondrá en marcha el reloj institucional. Y dos meses después, nuevas elecciones, con una peligrosa moneda al aire: ¿Acertó María al negar a Vox la entrada en su Gobierno o ha desperdiciado una oportunidad histórica para su partido y rearmado al moribundo socialismo extremeño, que recibió un puntapié destinado a Sánchez?
En su perfil de Facebook, Guardiola ha apostado por la filosofía de Simeone: «La vida, partido a partido». Los que ha jugado con Jorge Buxadé no han dado los frutos oportunos. Quizá ninguno esté formado en la mejor escuela de diplomacia, quizá haya una incompatibilidad personal que tengan que subsanar sus mayores en Madrid. Pero lo cierto es que esta cacereña de marido e hijos del Barça y apellido culé ha sido bautizada por la prensa como «la Ayuso extremeña» por no casarse con nadie a la hora de establecer sus líneas rojas: ahora bien, la lengua larga es isabelina pero el alma centrista y alérgico a los acuerdos con Vox es de Juanma Moreno.
Guardiola ha dejado escrito que le gusta más que le llamen «María, la extremeña» porque el paralelismo con la presidenta madrileña se le hace demasiado grande. Puestos a compararla quizá tenga más de la antecesora de Ayuso, Cristina Cifuentes –centrista, moderada, con pocas ganas de afrontar batallas culturales con la izquierda–, que de la estrella del rock de la Puerta del Sol que, sin embargo, ha negado el pan y la sal también a Vox en Madrid. Pero a su manera. Su órdago, bendecido por Núñez Feijóo, ha devuelto a los corrales el soñado Gobierno de la derecha en Extremadura y ha puesto de presidenta de la plaza a una socialista, con prisa por suspender la faena y convocar otro festejo, que recomponga el socialismo postsánchez, precisamente en uno de sus feudos históricos.
A esta María no le gusta Vox como compañero de viaje. Tanto, que es posible que obligue a los extremeños a pasar de nuevo por las urnas al haber comprado el marco mental a la izquierda de que sus inevitables socios son machistas y retrógrados. Dicen que no quiere a otro Juan García-Gallardo en su mesa, por mucho que Ángel Pelayo, el líder de Vox extremeño, tenga un perfil moderado y sea cuña del PP, por cuyos colores fue concejal en Mérida. Lo primero que hay que reconocerle a la nueva lideresa popular es el arrojo porque su negativa le ha procurado epítetos variados, todos menos el de bonita: la baronesa roja, la nueva Irene Montero, adjunta de Guillermo Vara, sanchista camuflada... Luego demuestra que, en contra de lo que nos ha enseñado Pedro Sánchez, la palabra tiene un valor, así como el compromiso político. Y la candidata a presidenta no ha negado desde primera hora que quería gobernar sin la compañía de otros. «Mis jefes son los extremeños, y ellos pidieron cambio. Las decisiones de Vara las toma Sánchez, las mías las tomo yo junto a los extremeños. Nuestra tierra no se gobierna desde Madrid».
Los que han trabajado con ella le reconocen una buena formación académica –se graduó en Empresariales– y una habilidad gestora que demostró con creces durante su paso por la concejalía de Hacienda de Cáceres, donde forjó un carácter férreo: allí solo se hablaba de números, cuentas, y se salía poco en los periódicos. Elegida por Pablo Casado para sustituir a Monago, consiguió ser convalidada por Feijóo y ganar la batalla a su eterno oponente, Fernando Pizarro, el alcalde de Plasencia. La dura guerra interna que se desató en el PP de Extremadura la llevó con tesón, discreción y pocas polémicas. Hasta que un día 28 de mayo, el nuevo rostro del PP extremeño puso una pica en Mérida, con 28 escaños también, como los 28 que obtuvo el PSOE, que pusieron su futuro en manos de Vox, con 5 preciosos y decisorios diputados.
Pero los electores de Feijóo y Abascal, incluso los que el PSOE prestó a María Guardiola hace un mes, nunca creyeron lo que escribió Lorca: acabado el alboroto en Valencia empezaría el tiroteo en Extremadura.