Sánchez tiene mucha prisa y Puigdemont ninguna
Moncloa ha vendido un pacto al que casi dan por cerrado pero que en cambio no se ha empezado aún ni tan siquiera a negociar
Carles Puigdemont vive alejado del centro de Bruselas y casi no sale de su chalet de Waterloo porque teme cruzarse con españoles y pasar situaciones desagradables, así que desde que el azar de la aritmética electoral le convirtió en decisivo para la formación de un gobierno disfruta pasando el tiempo leyendo todo lo que se dice sobre él y las especulaciones sobre si su pulgar se inclinará hacia arriba e investirá a Pedro Sánchez, o hacia abajo y le dejará caer provocando una repetición electoral.
Para alguien como él, que temía caer en el olvido, la situación es nueva y agradable. Hace menos de una semana un tweet suyo afirmaba que en la prensa había sobre él «mucha paja y poco grano» y desmintió a los que afirmaban haberlo visto de vacaciones en Colliure, el bucólico municipio fronterizo francés donde reposan los restos de Antonio Machado.
Junts ha sido presentado siempre como un partido anárquico y con múltiples facciones pero desde el 23J nadie en las filas postconvergentes ha cuestionado el liderazgo de Puigdemont ni ha dudado de que será él quien tome la decisión sobre el futuro del Gobierno de España.
Al igual que el vaticanismo o en su día la sovietología eran especialidades en las que los expertos sabían interpretar gestos que para los demás pasan desapercibidos, estos días surgen expertos en puigdemonología que escudriñan todos los detalles y gestos del prófugo expresidente de la Generalitat.
Puigdemont es un tuitero compulsivo y desde el 23J no se ha cortado y ha seguido su línea de ataques al Gobierno y de hispanofobia. Hace pocos días el diario independentista Ara publico una encuesta sobre qué debía hacer Puigdemont, que mereció un comentario de la separatista presidenta de la Cámara de Comercio de Barcelona, Mónica Roca. En el tweet la máxima responsable de la Cámara de comercio hablaba de «represión económica por parte del Estado hacia Cataluña» y que «la única solución es un Estado propio» (para Cataluña se entiende). El tweet de Roca fue retuiteado por Puigdemont. No es un retuit inocente. El líder de Junts sabe que Moncloa analiza cada gesto suyo y que este retuit no iba a gustar al equipo monclovita.
Ya sea porque tiene interés en dar la impresión de que no va a ceder un milímetro o porque su precio va a ser alto el expresidente catalán ha recordado en su último mensaje en redes que el 1 de septiembre el parlamento catalán votará a instancias de su partido un recurso de inconstitucionalidad contra la Ley de Vivienda aprobada por el Gobierno de coalición PSOE-Podemos y apoyada por ERC. Es para los que desde el día de las elecciones generales escanean a Puigdemont una señal de que las posiciones están mucho más alejadas de lo que a Pedro Sánchez le gustaría.
El presidente en funciones siente nostalgia de la rapidez con la que, tras la repetición electoral de noviembre de 2019, cerró el pacto con Pablo Iglesias y está empezando a resignarse a que las cosas no serán para él tan fáciles como presume en público.
Cuando Yolanda Díaz presentó la propuesta de permitir el uso del catalán en el Congreso como vía de allanar la investidura, pensando que su gesto agradaría a Puigdemont, este –sin responder de forma directa a Díaz– recordó vía Twitter –o X– que la reforma del reglamento que debía facilitar el uso del catalán en la Carrera de San Jerónimo había sufrido nada más y nada menos que 59 aplazamientos de los que acuso directamente al Partido Socialista. En su mensaje Puigdemont tacha a los socialistas de «filibusteros políticos» y avisa de que «ya sabe el pan que se da» en referencia a los socialistas.
A pesar de todo no todo son malas noticias para Pedro Sánchez. En otro mensaje en redes Puigdemont habla de «discreción y extremar la prudencia». En ese mismo mensaje afirma que no se va a dejar «coaccionar ni chantajear por nadie». Pero su mensaje más encriptado es uno reciente en el que habla del dedo y la luna, dándole al dedo el papel de la negociación para formar gobierno y a la luna lo que él considera «la resolución del conflicto» que no es más que un eufemismo del referéndum de independencia.
En definitiva, Moncloa ha vendido un pacto al que casi dan por cerrado pero que en cambio no se ha empezado aún ni tan siquiera a negociar. Estamos solo en los primeros escarceos de un relación entre Sánchez y Puigdemont con un final no escrito.