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Iván Espinosa de los Monteros y Jorge Buxadé

Iván Espinosa de los Monteros y Jorge BuxadéPaula Andrade

El perfil

El ministrable que dijo adiós en los tiempos del cólera

Causa baja un caballeresco parlamentario, de costumbres en el vestir y en el hablar desusadas, que llegó hace diez años megáfono en mano para decir a los españoles que no todos los políticos están enfermos de poder

Cuando Iván Espinosa de los Monteros (Madrid, 1971) era un muchacho, los políticos hacían carrera fuera del presupuesto nacional y cuando accedían al sector público por vocación, ambición o ganas de servir perdían puñados de dinero. Aunque el hijo de Carlos Espinosa de los Monteros (expresidente de Iberia y ex comisionado para la Marca España de Rajoy), y tataranieto del ministro de Alfonso XIII Emilio Alcalá Galiano no forma parte de esa generación, ese resabio lo heredó probablemente de sus mayores: primero hay que prepararse mucho, cotizar unos años a la Seguridad Social y luego postularse a cargo público, del que siempre se puede volver sin problema.

Él lo hizo a fondo cuando se licenció en Ciencias Económicas y Empresariales en Icade y cursó un máster en administración de empresas en la Northwestern University de Estados Unidos. De familia aristocrática, habla tan fluidamente inglés que sorprendió recientemente a un periodista japonés al contestarle en la lengua de Shakespeare con acento académico y prestarse, además, a servir de intérprete para los informadores españoles, que presenciaban atónitos la escena.

En su adiós esta pasada semana como portavoz parlamentario de Vox hizo acopio de aplomo en las emociones, apelando a «razones familiares» y citando a sus padres y a sus hijos, y elegancia en las formas. Se despidió uno por uno de los informadores que cubrían la rueda de prensa y mencionó a sus colaboradores, sin olvidar a la jefa de prensa del grupo, Rosa Cuervas-Mons, con la que ha trabajado codo con codo. Como miembro relevante de Vox ha sido objeto de merecidas críticas periodísticas en el ejercicio de la labor de los medios, pero también de diatribas e insultos injustificables por parte de la trompetería mediática de la izquierda, correa de transmisión de Moncloa para criminalizar al que sigue siendo tercer partido en votos en España. Incluso en su despedida, el exportavoz ha comprobado cómo se ha usado su nombre y su talante liberal como arma arrojadiza contra su partido, al que ayudó a fundar con su amigo Santi Abascal en 2013, cuando no tenían ni un solo escaño y la travesía del desierto la hicieron sin agua ni presupuesto; y con el viento mediático y oficial en contra.

Hasta 2018 Santiago e Iván no probaron las mieles parlamentarias. Es entonces cuando irrumpen en el Parlamento andaluz con 12 diputados y la tarta sociológica de la derecha en España se trocea como consecuencia de la renuncia a la batalla ideológica por parte del Gobierno de Mariano Rajoy, volcado en los números y no en las ideas. Con Ortega Lara y Alejo Vidal-Quadras, emprenden una aventura para rearmar al Estado frente al separatismo, que daría un golpe de Estado en 2017, y para librar la definitiva batalla cultural contra la falsa superioridad moral de la izquierda. El PP de Rajoy y Soraya asistieron demudados a un mordisco electoral que aún hoy supura en Génova.

Casado en 2001 con Rocío Monasterio, que continúa como portavoz en la Asamblea de Madrid, forman una familia numerosa con cuatro hijos –tres chicas y un varón– y la perrita Quinta, vecinos todos del barrio de Chamartín, donde el rap suena a menudo. Rocío ha contado cómo su noviazgo fue difícil porque vivieron en distintos continentes: Iván en Chicago y ella en Madrid. Aunque el matrimonio es muy sólido, la independencia de ambos ha quedado demostrada con la permanencia de la arquitecta con raíces cubanas como baronesa madrileña, lo que ha permitido a Vox no perder también a su voz más autorizada en la política regional. Aunque las formas del hoy dimitido portavoz son moderadas y gasta una sorna inteligente, ha sido implacable con la izquierda, a la que ha demostrado que su cuento chino no es de obligado cumplimiento. Tanto es así que todavía se recuerdan sus duelos en el Congreso con Nadia Calviño, a la que revolcaba dialécticamente y nadie ha olvidado sus descacharrantes «clases de matemáticas para progres» que impartía en el hemiciclo para socialistas, podemitas y nacionalistas. La última de sus intervenciones más sonadas la protagonizó el 12 de julio en el debate a siete en TVE con el resto de portavoces parlamentarios. Hasta sus más acerados enemigos, que manosearon hasta la extenuación una denuncia sobre irregularidades arquitectónicas en la vivienda de la pareja, le concedieron una superioridad oratoria y técnica aplastante.

Su marcha, como la de su amiga Macarena Olona (con la que compartía mucho trabajo en común y aprecio personal) está plagada de incógnitas. En Vox todavía no se ha tirado la toalla de que la espantada sea solo temporal. Peleas con Buxadé, nuevo hombre fuerte del partido, falta de sintonía personal con Abascal, derrota del ala liberal frente al más radical, ninguneo a la hora de hacer las listas del 23-J, desacuerdo con la falta de autocrítica por la pérdida de 19 escaños, guerra de clanes… Con todas esas razones se especula para explicar uno de los abandonos más inopinados de la política española, que deja fuera del escenario a quien estaba llamado a ser ministro si la suma PP y Vox hubiera tumbado a Pedro Sánchez.

Causa baja un caballeresco político, de costumbres en el vestir y en el hablar desusadas, que llegó hace diez años megáfono en mano para decirle a los españoles y demostrar ahora que en los tiempos del cólera no todos los políticos están enfermos de poder.

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