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Iñigo Urkullu propone cambiar el modelo territorial sin 'tocar' la Constitución

Iñigo Urkullu propone cambiar el modelo territorial sin 'tocar' la ConstituciónLu Tolstova

El perfil

El maestro del seminario al que le fallan las matemáticas

Urkullu asegura que las elecciones del 23 de julio «ratificaron la diversidad y pluralidad en el Estado». Sin embargo, los partidos abiertamente separatistas han perdido 700.000 votos desde 2019

Cuando Iñigo Urkullu (Alonsótegui, Vizcaya, 1961) comenzó a figurar como aspirante a presidir el PNV, el nacionalismo pata negra sospechaba de él. Un hombre que dice brindar con agua, que no frecuenta los bares y se define abstemio, resultaba un pusilánime al lado de tipos como Xabier Arzalluz, que en el año 2008, justo cuando Urkullu asumía el cargo, aseguraba que «aguantar» era «el mejor camino para terminar con ETA. Mucho mejor que los policías de Rubalcaba».

Seminarista titulado en Magisterio dentro de la especialidad de Filología vasca, en efecto Urkullu suponía un cambio con respecto a alguno de sus predecesores, especialmente el propio Arzalluz, quien tal y como predijo acabó pasando a la historia como «un malvado».

Esa dualidad entre el martillo y la seda se repite cada cierto tiempo en el PNV. Si Arzalluz era capaz de recomendar «valium» a aquellos que no supieran convivir con la violencia, quienes conocen a Urkullu le consideran un gran mediador. Un hombre reservado y pragmático al que, como ha reconocido en alguna ocasión, no le gusta la competición entre vascos por ver quién es más abertzale: el «cojonímetro», que llamaban en los años 80.

El 'cojonímetro'

Por cuestiones como esa, Iñigo Urkullu no es el más radical de todos los presidentes que ha tenido el PNV. Sin embargo, ese «cojonímetro» está más vivo que nunca y por eso el PNV está abandonando sus raíces para embarcarse en una regata suicida con Bildu. Nadie podrá culpar a Urkullu por ello, pues la estrategia está en manos de Ortuzar, pero sí es probable que lo recuerden como al último lendakari del PNV porque en la radicalidad, como en el boxeo, siempre acabarás dando con alguien más bruto que tú.

Casado con una compañera de su clase de Magisterio, le llevó meses (ya con la carrera terminada) proponerle salir juntos. Era 1983, el año de las inundaciones. Sin apenas experiencia profesional fuera de la política, en 1984 ya tenía escaño en el parlamento vasco. Y así hasta hoy, tan unido al PNV como a Lucía, con quien ha tenido tres hijos. Hombre familiar, ha preferido vivir en Durango antes que en la residencia del lendakari porque reconoce la importancia de desayunar y cenar en familia siempre que se pueda, costumbre que podrá potenciar ahora que Bildu va camino de enseñarle la puerta de salida.

El separatismo ha pasado de decir que la Constitución de 1978 es un ladrillo incorregible a sostener que cabe todo

Urkullu se destapó el pasado jueves con una tribuna en El País donde proponía una reforma del modelo territorial sin tocar la Constitución. Es decir, resolver en los despachos lo que solo puede hacerse con una mayoría reforzada en el Congreso y, por tanto, en las urnas. La primera frase del texto es incorrecta, lo que ya invalida el resto del argumento: «Las elecciones generales del pasado 23 de julio ratificaron la diversidad y pluralidad en el Estado». Esa aseveración es falsa desde el momento en que la suma de PNV, Bildu, ERC, Junts, CUP y BNG ha perdido entre 2019 y 2023 el treinta por ciento de sus apoyos (más de 700.000 votos). Al maestro seminarista le han fallado las matemáticas.

A partir de ahí, todo lo demás pertenece a la actual ensoñación del pelotón 'progresista', acentuada tras el 23 de julio. Es decir, de pronto el separatismo (y por extensión el PSOE, su testaferro) ha pasado de decir que la Constitución de 1978 es un ladrillo incorregible a sostener que cabe todo, desde la amnistía al referéndum. Todo un hito de la comprensión lectora 45 años después.

La idea de Urkullu, como ya han comentado algunos juristas en el mismo periódico donde publicó su tribuna, tiene poco recorrido. Es decir, no han nacido derechos nuevos por arte de magia ni han crecido las costuras de la Constitución. Tampoco el número de españoles que eligen opciones abiertamente separatistas, como ya se ha visto aquí. Lo único que ha crecido desde 2018 han sido las tragaderas del PSOE, y lo ha hecho a un ritmo directamente proporcional a su empeño por mandar incluso perdiendo las elecciones.

Jueces propios

La tribuna de Urkullu es un resumen de lo de casi siempre: ante la ausencia de una mayoría (ahí están los números) se quiere imponer el rodillo de la minoría edulcorando ese supremacismo con términos tan amables como la «voluntad de acuerdo».

A pesar de que la Constitución parece ahora un libro dúctil y abierto a interpretaciones lisérgicas, hay algo que le duele a Urkullu, y es que no se descentralizara el poder judicial en 1978. Este deseo, nada disimulado, evidencia cuál es la intención última de todo esto: decidir quién delinque y quién no, por si algún día soplaran vientos de sedición (ya derogada). Es decir, a pesar de que ya tienen la competencia en prisiones, el deseo último de PNV es adueñarse de la Justicia, que forma parte del ABC de los totalitarismos, consiguiendo que lo que sea punible en Palencia no necesariamente lo sea en Puentelarrá.

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