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El diputado Óscar Puente durante su intervención en el Debate de Investidura

El diputado Óscar Puente durante su intervención en el Debate de InvestiduraEFE / Kiko Huesca

Contracrónica de la investidura de Feijóo

Y salió Óscar Torrente a apatrullar el Congreso

Sánchez ha actuado como corresponde a quien desprecia a once millones de españoles que no le votaron, sacando a un ex portavoz de su Ejecutiva de tercera división

La sorpresa era Óscar (Torrente) Puente. Qué sutileza. Qué finura. Qué giro de guion más audaz. A fuerza de hacer historia, Sánchez ha actuado como corresponde a quien desprecia a once millones de españoles que no le votaron, sacando a un ex portavoz de su Ejecutiva de tercera división, un vocero que salió menos a la palestra que Pedro Sánchez a la calle, el mismo al que destituyó Ferraz por escurrir el bulto como portavoz, el mismo que acusó al presidente de haberle hecho perder el trono pucelano el 28 de mayo pasado. El golpe de efecto era pasear a alguien que, aunque ganó las elecciones en Valladolid, no ha podido repetir como alcalde por una alianza del PP con Vox. Qué metáfora más potente. Óscar era el mejor sucesor de Ábalos. Hay cantera en el PSOE. Qué risas se ha echado Pedro. Qué mejor que defendiera a un mentiroso, otro, o a un lenguaraz, otro mayor. Puente, refugiado en el Congreso ante su fracaso en las urnas, tiene en su biografía haber dicho que Toni Cantó iba a cobrar su sueldo «por rascarse los huevos a dos manos» y tildarle de «mierda». Su soez verborrea, impropia de un diputado natural de una de las cunas del castellano, solo puede encontrar cobijo en el sanchismo, el ecosistema de las trincheras, de los desprecios y de las humillaciones al contrario, un ecosistema que tenía la necesidad de tapar el discurso de Estado de Feijóo con una bufonada.

Sánchez se llegó a levantar para aplaudir a Torrente Puente, que solo le faltó desabrocharse la camisa tres botones y salir con un palillo en los dientes. Los que estábamos en el Congreso sabíamos que al presidente en funciones se le hicieron muy largas la hora y tres cuartos que duró el discurso de investidura de Feijóo. Claro, escuchar un mensaje casi «vintage», que hablaba de problemas de Estado, de moralidad pública, de responsabilidad institucional, de Suárez, de constitucionalismo, de transición, del abrazo de Fraga y Carrillo, de principios, de límites éticos, era demasiado para la tensión maxilofacial del Sumo Líder, que escapaba de los rollos de la derecha, mirando su móvil rojo, un libro abierto para Marruecos y no tanto para los españoles.

Allí seguro que veía en el grupo de whatsapp que tiene con Otegi, Junqueras y Puigdemont, ese icono que guiña un ojo o el muñequito de las carcajadas. «Pedro, ladran, luego cabalgamos», escribía Puchi desde Waterloo; «nosotros, a lo nuestro, Pello», remataba el condenado por terrorismo que será presidente vasco gracias al blanqueamiento socialista. Tanto cabalgan que, a seiscientos kilómetros, en el Parlament catalán, el presidente de la Generalitat contraprogramaba la investidura para decir que la «amnistía» es solo en punto de partida, no el de llegada, y que solo le darían su voto si ponían fecha para la autodeterminación. Así que el móvil de Sánchez terminó quemándole las manos. Mejor que Puente apatrulle el Congreso -decidió Moncloa- y así el felón socialista no tendrá que hablar del perdón a los delincuentes.

Puente llegó a la cumbre el parlamentarismo cuando citó a Dory, la pececita con memoria de pez en la peli de Disney Buscando a Nemo. Y en el Congreso todo el mundo buscaba a Nemo Sánchez, con tan poca memoria que no es que haya mentido como presidente, es que él es la mentira en persona. Y Chiqui Montero y Escrivá se rompían las palmas de las mismas manos con las que firman los peores datos presupuestarios y la más alta e ineficiente presión fiscal de la democracia y hasta Irene Montero -Pedro, Yoli, dejadme de ministra.

La salida de Óscar Puente, gente sin ningún señorío como dijo acertadamente Santiago Abascal, era el último desprecio a la democracia. Era renunciar a dar la réplica al candidato a presidente y esquivar la amnistía, la primera palabra que pronunció Feijóo tras el saludo a la Cámara. El líder del PP tenía que trascender al partidismo para alzarse como un presidente de todos los españoles a los que repugnan las desigualdades que Pedro pacta en salas oscuras del Estado de Derecho. Y lo consiguió. Prueba de ello es la astracanada del replicante socialista. A Pedro no le interesa hablar de lo realmente importante, de sus pactos vergonzantes y de sus tragaderas. Feijóo fue eficiente, de menos a más, y le habló a España, incluso a la que no le ha votado, para que sepan que hay alguien de fiar que puede enderezar el rumbo de la nave. Mientras tanto, el Congreso sigue buscando a Nemo Sánchez, que sobrevive en las peores charcas, las que ensucian la izquierda y el separatismo.

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