El Perfil
Óscar Puente, el actor de serie B de la factoría sanchista
Fue purgado por segunda vez y traído al Congreso para vegetar. Hasta que el presidente cayó en la cuenta de que era el ejemplar perfecto para encarnar la degradación moral y oratoria del actual socialismo
Óscar Puente Santiago –un macarra, según Pablo Iglesias; un quebrantahuesos, según sus compañeros de bancada–pasó el martes por la tarde de tener 68.000 seguidores en X (antes Twitter) a 76.000, de ser un represaliado sanchista sentado en la quinta fila de su grupo, a trending topic por salir por sorpresa a tapar las vergüenzas de su jefe para que no tuviera que abrir la boca sobre la amnistía. A él le importa mucho lo de las redes sociales. Incluso hay quien cree que vive en internet. Es el campeón mundial de tuits de su partido, casi siempre para victimarse, insultar a la derecha y humillar a periodistas que no le son afines.
En ese foro ha dejado escritos que han rozado la cumbre de la lengua castellana: «gilipollas, idiota, imbécil, no tienes ni puta idea…» forman parte de su repertorio de improperios tuiteros cuando alguien osa censurar su gestión (a veces no con las mejores formas), antes como alcalde de Valladolid hoy como figura ascendente en Ferraz. Nunca es tarde para volver al estrellato porque de 2017 a 2021 ejerció sin mucho éxito la portavocía de esa ejecutiva, por lo que fue fulminado y ahora resucitado de entre los muertos del régimen. Hace unas horas volvió a acaparar foco por el incidente que protagonizó con un viajero del AVE Valladolid-Madrid, que le interpeló sobre la amnistía, en un nuevo ejemplo del envilecimiento en que la polarización política ha convertido la convivencia ciudadana.
Lo cierto es que la primera sesión del debate de investidura de Alberto Núñez Feijóo arrojó a la lona parlamentaria a un corrosivo abogado pucelano de casi 55 años que antes que cocinilla de los enjuagues sanchistas fue actor en los años 90, cuando suplicaba entrevistas por los periódicos (de derechas) madrileños. Al sustituto in pectore de Patxi López, no se le conoce cabeza de cartel en su palmarés artístico; las crónicas hablan de un papel discreto como Valerio en El Avaro, de Molière, que le debió dejar huella en su espíritu y por eso sirve a otro egoísta señor –este de Pozuelo de Alarcón.
Tiene a gala ser un dóberman contra el que no está en sus filas. Y hasta ha mordido los tobillos a los que lo están. Al mismísimo Pedro Sánchez, que lo eligió para pretendidamente restregar a Feijóo otro candidato que, como él, ha ganado las elecciones pero no gobierna por falta de apoyos parlamentarios, llegó a espetarle públicamente que «voy a morderme la lengua» sobre la imposición de candidatos sanchistas durante las elecciones locales. Cuando recibió en las municipales las tortas que iban destinadas a su jefe, fue quejándose por todas las esquinas del Ayuntamiento. Por eso fue purgado por segunda vez y traído al Congreso para vegetar. Hasta que el presidente cayó en la cuenta de que era el ejemplar perfecto para encarnar la degradación moral y oratoria del actual socialismo. Cumplió su misión: elevó la moral de la tropa socialista, indigesta tras la quina que Sánchez les administra para mantenerse en el poder, aunque degradara el decoro parlamentario.
Cuando dejó la interpretación en 2004, Puente fue colocado como vicesecretario provincial de su partido y hasta ahora ha vivido del presupuesto público. Como su mentor, «cambia de opinión» con una soltura admirable. Hace unos meses, calificó a Puigdemont como el «Charles Mason» de la política española, jefe de una secta –los separatistas–, que le siguen al infierno con los ojos cerrados. En su actual reencarnación como el Demóstenes del sanchismo, se ha trasmutado en el mayor defensor del fugado: se ve que el Mason con mocho es más respetable cuando de su pulgar depende la continuidad en el machito de Su Sanchidad e, indirectamente, la suya propia, encaramado con la gesta del martes a un Ministerio «progresista».
Separado de la madre de sus dos hijas, la prensa le ha mostrado como un devoto aficionado a las fiestas, las salidas nocturnas y el disfrute; hasta cuenta con una impagable foto en un yate propiedad de un empresario beneficiado con concesiones públicas durante la pandemia. Santiago Abascal le recordó esta semana esa controvertida imagen que retrata muy bien el ecosistema sanchista: lo ancho para mí y lo estrecho para la derecha.
A Puente le gustan tanto los focos como armar gresca en el Congreso. Acompañó a su hija Carmen a las audiciones del programa La Voz Kids, donde consiguió llegar a semifinales, y vino encantado de la tele, un escenario más ajustado al perfil del Torrente de Pucela, con vocación de actor de serie B, que la vieja Cámara de San Jerónimo. Ya lo dijo Feijóo: mejor quedarnos en la retina con la imagen alfabetizada del socialista Peces-Barba, que con Óscar Puente, que pugna con fuerza con Luis Rubiales por hacerse con el título de ramplón del año.