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Ilustración: Félix Bolaños, ministro de Presidencia, Relaciones con las Cortes y JusticiaPaula Andrade

El perfil

Bolaños, de deshollinador a ministro de la amnistía

Silente, en la retaguardia, pero como un auténtico 'killer', diseñó los nuevos estatutos del PSOE que otorgaban todo el poder al secretario general y a las bases, cada vez más radicalizadas

Los fontaneros, entre otras cosas, desatascan las cañerías. En política, esa figura también existe y cuanto más oscura es la labor del líder, más requiere de ese perfil orgánico. Por eso, Félix Bolaños García (Madrid, 47 años) no ha hecho más que ascender en el sanchismo: de preparar papeles en la oposición, a diseñar la moción de censura de 2018; de desenterrar a Franco a traicionar al PP en las negociaciones para renovar el CGPJ filtrando papeles a los medios amigos; de dirigir las relaciones con Zarzuela destinadas a empañar la labor del Rey a la colonización de las instituciones; de rendirse ante Otegi y Puigdemont a rematar la gran obra del Sumo Líder: amnistiar a los delincuentes del procés, a los terroristas que los apoyaron en las calles y a neutralizar la labor de la justicia, poniendo en el punto de mira a los jueces independientes, cuyas sentencias no han gustado al separatismo. Y para esa labor, Félix ha sumado a la fontanería una exitosa labor de deshollinador.

Ha limpiado todos los conductos para que no quede ni un solo dique que contenga los empellones totalitarios de su jefe. Para ello, solo faltaba romper con la tradición de todos los presidentes de la democracia de dotar a la cartera de Justicia de un estatus independiente como Ministerio de Estado –como Defensa, Interior y Exteriores–, para convertirlo desde la semana pasado en una franquicia del Departamento de Presidencia y Relaciones con las Cortes. En ese triministerio, que es una auténtica Vicepresidencia (no materializada para no romper la propaganda feminista de que todas las Vicepresidencias están en manos de mujeres), abocan los tres poderes del Estado: Ejecutivo (ministro de Presidencia), Legislativo (ministro encargado de las Relaciones con las Cortes) y Judicial (ministro de Justicia). Fuera caretas. El sanchismo, un régimen con aspiraciones ciertas de autocracia, ha pulverizado la separación de poderes de un plumazo, preparando el camino para que el Parlamento revise todas las sentencias que han condenado a los separatistas catalanes. Y luego vendrán las de los asesinos etarras. Pero ese expediente todavía está guardado en el fecundo cajón del despacho de Bolaños.

Todo pasaba por él antes de que Sánchez fuera presidente del Gobierno y mucho más cuando este llegó a Moncloa

Este abogado y ex letrado del Banco de España ha sobrevivido a todas las batallas de los socialistas madrileños, que es su federación y la más cainita de España. Conoció al hoy presidente en una fiesta del PSOE de Aluche, mientras compartían bocatas y cervezas y Sánchez era un exconcejal madrileño. Silente, en la retaguardia, pero como un auténtico killer, diseñó los nuevos estatutos del PSOE que otorgaban todo el poder al secretario general y a las bases, cada vez más radicalizadas. Todo pasaba por Bolaños antes de que Sánchez fuera presidente del Gobierno y mucho más cuando este llegó a Moncloa. Entonces, fue colocado como secretario general de Presidencia y, desde entonces, fue ganando peso en el Gobierno hasta que, en la crisis de julio de 2021, en plena pelea interna con Iván Redondo y Carmen Calvo, vio cómo todo el núcleo duro caía menos él. Había ganado la batalla y ascendía a ministro de Presidencia y Relaciones con las Cortes.

Aunque ha sido ahora cuando ha asumido la cartera que ha dejado Pilar Llop, realmente ha ejercido la competencia de Justicia en la sombra, dado que todas las cuestiones jurídicas han pasado por sus manos. Especialmente, la reforma del Código Penal para eliminar el delito de sedición y rebajar el de malversación, que tanto daño ha hecho al Estado al desarmarle legalmente para afrontar el ha tornarem a fer de los indepes.

Al brazo armado sanchista se debe también la renovación del Tribunal Constitución, con Cándido Conde-Pumpido a su cabeza, para que vaya desbrozando todas las iniciativas legislativas rupturistas del Gobierno, la variopinta ingeniería social que ha salido de Moncloa, y que culminará con el visto bueno a la ley de amnistía, otra reforma de la factoría Bolaños, que se ha ocupado de introducir en su preámbulo numerosas referencias a la Constitución para que pase el filtro del TC. Para disimular su indisimulable sectarismo acudió el viernes a visitar al presidente por suplencia del CGPJ, Vicente Guillarte, con el impostado discurso de que quiere tender puentes para la renovación de este órgano de gobierno de los jueces. Puentes junto a muros, el nuevo hallazgo dialéctico del sanchismo.

Pareja de hecho de una asesora de la exministra Isabel Celaá, con la que tiene un hijo, Félix aprendió en la pajarería que regentaron sus padres en Móstoles que más vale pájaro en mano, el poder omnímodo del sanchismo, que ciento volando. Así que ha optado por una adhesión inquebrantable a su jefe a cuyo servicio se presta sin límites morales. Quién puede olvidar aquella fiesta de la Comunidad de Madrid en la que, con su estudiado desaliño capilar, llegó a retirar barreras de seguridad del protocolo para sentarse en la tribuna de autoridades presidida por Díaz Ayuso. O quién no recuerda que a él se debe, como presidente del Comité de Garantías de Ferraz, el lamentable expediente que abrió al único presidente madrileño que ha habido (y parece que habrá) de la Comunidad de Madrid, Joaquín Leguina.

Uno de sus grandes éxito fue pactar la ley de Memoria Democrática con ¡Otegi! Es imposible rozar tanta ignominia, pero él lo hizo

O cómo no tener presente aquella ridícula rueda de prensa de Bolaños otro 2 de mayo para tapar el espionaje a sus amigos separatistas, anunciando a bombo y platillo que Sánchez y Margarita Robles también habían sido intervenidos por Pegasus. Era la primera vez en la Europa Occidental que un Gobierno reconocía su vulnerabilidad ante un enemigo extranjero –Macron y Merkel jamás confirmaron ese agujero de seguridad–, pero el gran Félix alardeó de que los teléfonos del Gobierno –que dependían de él– eran un coladero para Rabat. En una empresa privada una negligencia como la del software espía hubiera significado el cese inmediato de Bolaños. En el sanchismo, se colgó una nueva medalla.

Hasta ostentar su flamante superministerio, se encargó de la Memoria Democrática. Uno de sus grandes éxito fue pactarla con ¡Otegi! Es imposible rozar tanta ignominia, pero él lo hizo, permitiendo al etarra condenado introducir los primeros años del Gobierno de Felipe González como una etapa «sospechosa de fascismo». A este lumbreras, al que Carlos Herrera bautizó como Gracita Bolaños por su voz atiplada y su cara de no haber roto nunca plato, se debe mantener siempre en forma al equipo de opinión sincronizada. Son variadas las filtraciones con las que agradece a los medios subvencionados su ayuda a la empresa del sanchismo. La más sonada, cuando pasó bajo manga el acuerdo con el equipo de Pablo Casado para la renovación del CGPJ, que intentaba comprometer al recién llegado Feijóo, que nada tenía que ver con ese pacto. Ese día, tanto González Pons como el líder gallego sufrieron en primera persona las artes marrulleras del hoy superministro.

Su última contribución a la prensa del régimen ha sido la filtración por goteo de los nombres de los nuevos ministros, obligando a nuestro Rey constitucional a enterarse por los periódicos. Un buen deshollinador no puede dejar nada a la improvisación.