Fundado en 1910
Ana Martín

El pacto envenenado entre Junts y el PNV será la peor pesadilla de Sánchez

La entrada de Puigdemont ha alterado la correlación de fuerzas en la sociedad limitada de Sánchez, antes desnivelada hacia ERC y Bildu. ¿Cómo conseguirá todos los votos todo el tiempo?

Madrid Actualizada 01:30

Las cúpulas de Junts y el PNV reunidas el pasado viernes en BilbaoEFE

La pregunta iba dirigida al PP y a Vox, pero lo que realmente quería Gabriel Rufián era que a Pedro Sánchez nunca se le olvide. Durante su intervención en el debate de investidura, el portavoz de Esquerra miró a Alberto Núñez Feijóo y dijo: «¿Saben cuál es la única cosa, la única, que comparten seguro votantes del PSOE, de Sumar, de ERC, de Junts, de Bildu, del PNV y del BNG?, ¿la única? Frenarles a ustedes. La única».

No le faltaba razón a Rufián. La Presidencia de Sánchez ha juntado a un batiburrillo de 22 partidos, algunos muy mal avenidos entre ellos y con intereses ya no distintos, sino contrarios. Son el PSOE, los 15 que componen Sumar -incluido Podemos, mal que le pese a Yolanda Díaz-, ERC, Junts, Bildu, el PNV, BNG y Coalición Canaria. Solo les une una cosa: que no gobierne Feijóo, apoyado en Santiago Abascal. Y les separan mil.

Así pues, la pregunta al comienzo de la legislatura es: ¿Será suficiente argamasa, hasta para Sánchez? Esta semana han ocurrido dos hechos que presagian cierto riesgo de implosión en la mayoría Frankenstein. Aunque no en el corto plazo: de momento el objetivo de todos ellos son los Presupuestos Generales de 2024, para seguir ordeñando la vaca del Estado. Y los apoyos están más que hilvanados; están garantizados.

Uno es la declaración de guerra de Podemos a la coalición. Por ahora, sus cinco diputados están dentro de la tienda apuntando hacia fuera, pero tal vez acaben fuera apuntando hacia dentro. Solo Pablo Iglesias conoce el desenlace.

Otra es la alianza que sellaron el PNV y Junts el viernes en Bilbao. Además, el mismo día en que el presidente de los nacionalistas vascos, Andoni Ortuzar, entregó la carta de despido a Iñigo Urkullu, que no será candidato a lendakari el próximo año.

Curiosamente, Urkullu y Carles Puigdemont son dos políticos irreconciliables: el lendakari fue quien intentó convencer al entonces presidente catalán para que no llevara a cabo la declaración unilateral de independencia en octubre de 2017 y convocara elecciones autonómicas. Medió entre Puigdemont y el Gobierno de Mariano Rajoy precisamente a petición del primero.

El presidente del Gobierno vasco, Íñigo Urkullu, en un imagen de archivoEuropa Press

Hasta la capital vizcaína se desplazaron el viernes el secretario general de Junts, Jordi Turull, la portavoz en el Congreso, Míriam Nogueras, y el portavoz en el Parlamento de Cataluña, Albert Batet para escenificar un frente común que promete dar muchos quebraderos de cabeza al presidente del Gobierno.

En el documento con el que ambos anunciaron el feliz alumbramiento señalaban que sus grupos parlamentarios trabajarán «de forma coordinada» en el Congreso, en la búsqueda de «medidas legislativas, económicas y sociales que promuevan el bienestar de las ciudadanías de Euskadi y Cataluña». Amén de potenciar sus respectivos «proyectos nacionales».

La manta del Gobierno

Imaginemos por un momento que el Gobierno de Sánchez y Díaz está tapado con una manta de proporciones más bien escasas. En esta legislatura, ERC y Bildu tirarán juntos de la manta hacia la izquierda y Junts y el PNV tirarán juntos hacia la derecha. Además, con fuerzas muy similares: los primeros suman 13 diputados; los segundos 12. Y a todos necesita Sánchez bien arropados dentro de la manta. Pero irremediablemente la manta no podrá tapar a todos en todo momento... o se romperá.

Hasta la legislatura pasada, el presidente estaba acostumbrado a que ERC y Bildu actuaran casi como un todo, muchas veces ayudados desde dentro del Consejo de Ministros por Unidas Podemos (Rufián fue el único que, en la investidura de Sánchez, agradeció a Irene Montero y Ione Belarra su trabajo).

Las izquierdas independentistas se opusieron juntas a la reforma laboral de Yolanda Díaz, juntas desbloquearon la Ley de Vivienda y endurecieron el tope a los alquileres, juntas rechazaron la reforma de la ley del ‘solo sí es sí’ (que salió gracias al PP) y juntas tumbaron la reforma de la Ley de seguridad ciudadana en la que habían trabajado el PSOE y Unidas Podemos por insuficiente. De hecho, en las pasadas elecciones generales los partidos de Oriol Junqueras y Arnaldo Otegi se presentaron en coalición al Senado.

La entrada de Junts en la ecuación ha alterado la correlación de fuerzas entre los socios parlamentarios de Sánchez

Sin embargo, la entrada de Puigdemont en la sociedad limitada de Sánchez ha alterado la correlación de fuerzas entre los socios parlamentarios del Gobierno. Gracias a Junts, el PNV ha equilibrado la balanza y ya no será el pez pequeño, como lo fue la pasada legislatura. Los de Ortuzar lo vieron claro desde las elecciones, y en verano empezaron a trabajar en un acercamiento al cuartel general de Puigdemont. Tras la frustrada mediación del año 2017, el PNV salió escaldado y se pasó años sin querer saber nada de la derecha independentista catalana. Pero había llegado el momento de pasar página.

El presidente del PNV viajó a Waterloo para un primer encuentro con el prófugo el 15 de septiembre, y hubo un segundo el 25 de octubre en Bruselas. El tercero y definitivo fue el del viernes en Bilbao, sin Puigdemont porque de momento sigue sin poder poner un pie en España sin ser detenido.

Feijóo: «Que no me busque»

Los populares están convencidos de que Sánchez no podrá soplar sopas con ERC y Bildu y sorber al mismo tiempo con Junts y el PNV. «Cuando el independentismo le abandone, que no me busque», le dijo Feijóo a Sánchez el viernes. Algo parecido ya le anunció en la investidura: «Cuando el independentismo le falle, cuando hasta a usted le supere la legislatura, y ocurrirá, no me busque».

Aunque, en realidad, el presidente no tiene la más mínima intención de buscar al líder de la oposición. Sabe que necesita de sus socios «todos los votos todo el tiempo», como el malogrado Urkullu lo definió a principios de octubre. Pero no hay plan B.