Viaje al alma averiada de Pedro Sánchez
La antología del humor que tengo entre mis manos tiene varios momentos cumbre
Cuando El Debate me encargó leer el libro que no ha escrito Pedro Sánchez pero que lleva su firma (y en pequeñita la de su amanuense, la periodista Irene Lozano) para contarles a ustedes de qué va esta apabullante novedad editorial debo reconocer que no me alegró el turrón. Pero en tantas garitas hemos hecho guardia periodística, que esta Tierra firme (Península) me serviría para reverdecer duras peonadas leyendo o escuchando a políticos de todos los colores contando trolas de todos los colores. Aunque con el personaje en cuestión la cura de espanto es un antídoto, siempre hay un meandro por el que este presidente sabe colarse. En este caso, se ha filtrado por el proceloso mundo de las emociones, los sentimientos, la víctima de tantos españoles despiadados, esa sensibilidad tantas veces escondida detrás de su mandíbula a punto de estallar, desperdiciada en tantas ocasiones odiando al discrepante, esa alma cálida que muchos no han sabido atisbar. Pero ha llegado el momento de llegar a la tierra firme de Pedro Sánchez Pérez-Castejón.
Es cuando descubres en esas 376 impagables páginas a Pedro, sin más, al marido de Begoña con la que hace deporte y habla de libros, al hijo de unos padres progresistas que le obligaban a ver el telediario de las tres, al hermano de aquel muchacho que se marchó a Rusia a aprender música, al padre de esa adolescente que un día en el autobús oyó cómo otra joven reía escuchando la entrevista que le hacían a su papá La pija y La quinqui, al cabeza de esa familia que tiene un chat en el que se intercambian músicas y lecturas todos los días, «puede ser una noticia de ciencia o de cultura, o una canción que he escuchado, compartimos la afición por Rosalía, Sean Senra o Beach House». Y gracias a ese rico mundo íntimo, a esa poliédrica vida de generosidad y sacrificio, supo inmolarse el pasado 29 de mayo convocándonos a las urnas a 38 grados a la sombra para «frenar la ola reaccionaria» y darnos a elegir entre Su Persona y el caos (sabiendo como debe saber -y si no Tezanos se lo dice- que Caos es el principio de todos los reyes mitológicos, así que pensó: qué más rey mitológico que Yo). De eso va Tierra firme. Y se agradece poder pisarla, después de tantas lágrimas derramadas al saber -ahora ya lo sé- del mérito de este prohombre destinado a la filantropía pero que ha devenido, por culpa de esta vieja nación ingrata, en limpiabotas de un forajido.
Tierra firme propina dos, bueno tres ganchos a la inteligencia del lector. El primero es que, continuando con la saga/fuga de PS, este trabajo editorial que firma, como su tesis doctoral, tampoco lo ha escrito él. Al igual que «Manual de Resistencia», el único jefe de Gobierno que ha publicado dos libros mientras ejercía su función, realmente no los ha escrito, los ha dictado a una grabadora que pasará a ser la inteligencia artificial del Gobierno. Sabíamos que pillarle en una verdad era un imposible, pero su mito no hace más que crecer. La ensayista Irene Lozano ha vuelto a ser la agraciada con la oportunidad histórica de deglutir y digerir las memorias del presidente para darles forma para nosotros con la fe del converso. Porque la escritora – aquí va la segunda sorpresa-, hoy directora de La Casa Árabe, pero antes secretaria de Estado de Deportes y mucho antes presidenta de Marca Global (antigua Marca España), es decir, una ludópata más en el juego de la fortuna de los amigos de Sánchez, fue una furibunda enemiga política de su biografiado. Cuando era diputada de UPyD le dijo de todo menos bonito y solo cuando ambos salieron por pies de sus respectivos partidos encontraron la comunión de las almas, ese encuentro metafísico en el que solo hallas amor donde los demás perciben resentimiento, en el que tienes que denunciar «las formas destructivas» con las que el PP le trata, pese a que él es un hombre «de consensos». Ahí lo deja Irene.
Patucos para la nieta de Von der Leyen
La sorpresa la depara esa alma dolida, sensible, que nos presenta Pedro. No estábamos preparados para ello. Saber que le regaló unos patucos para su nieta a Úrsula Von der Leyen, en presencia de otra yaya como Merkel que miraba enternecida, constatar que consultó con Begoña –«fue la primera persona con la que hablé»- el maquiavélico adelanto electoral tras la debacle del 28 de mayo, leer kleenex en mano que fue a saludar a sus padres el 24 de julio a las dos de la mañana para que se fueran tranquilos a la cama tras ver que su hijo seguiría en el colchón de Moncloa y había evitado que los fachas llegaran al poder, ha sido todo un descubrimiento. Esos padres «que tuvieron que hipotecar la casa para que yo aprendiera inglés», eran tan progresistas que sufrieron mucho la noche en que las encuestas vaticinaban la muerte política de su hijo. La antología del humor que tengo entre mis manos tiene varios momentos cumbre: uno de ellos es cuando Sánchez asegura que «es necesario un inciso para reflexionar sobre la necesidad de que las empresas de encuestas actúen con más transparencia». O cuando sostiene que la España progresista no está representada en los medios «de acuerdo con su dimensión y su peso social». Seguro que el reconfirmado Tezanos y los orfeones mediáticos de Moncloa, tan esforzados ellos por seguir las directrices de Bolaños, estarán descacharrados de risa en casa.
Todo empieza el 23 de julio con una paella con su mujer, sus hijas y sus padres (él es muy de paellas, fabada y salmorejo, «platos de cuchara»). Las urnas están abiertas después de que Pedro -todo en este libro es en primera persona- hubiera decidido el 29 de mayo, tras el batacazo autonómico y municipal, convocar a los españoles «aunque la ortodoxia desaconseje siempre convocar a un partido en horas bajas». Ese día, citó a la una de la mañana en el salón de columnas de Moncloa a María Jesús Montero, Santos Cerdán, Félix Bolaños y Óscar López. «Les pedí que vinieran y al verlos entrar percibí hasta qué punto se encontraban abatidos por el resultado». Pero si no disolvía, «le daría mayores oportunidades a la derecha de empañar los logros de la legislatura».
Luego vendría la campaña. Ahí echó el resto, sobre todo al recordar lo que le dijo el pensador israelí Yuval Noah Harari, al que preocupaba «la saturación de las mentes de los ciudadanos». Una nueva dictadura de la sobreinformación estaba encima, recuerda el autor. Y ¿de quién era la culpa?: de la derecha. Así que, para conjurarla, saturó más a los ciudadanos, pero esta vez de mentiras monclovitas. Decidió acudir a los programas que le habían criticado, esos desagradecidos que no habían reparado en la dimensión histórica de su figura. Ana Rosa, El Hormiguero, hasta cuenta cómo cuando visitó una de esas emisoras críticas -probablemente el espacio de Carlos Alsina- lo hizo con una otitis. Hay que recordar que el comunicador de Onda Cero le puso en varios bretes sobre sus sonadas trolas. Quizá quiera hacernos comprender que el espantoso ridículo que hizo se debió a la inflamación de su oído; una razón de salud siempre lo disculpa todo.
Se duele el escritor de éxito de los gritos en la calle, del «que te vote Txapote», de la burbuja «antisanchista», de que le habían «deshumanizado», incluso vinculando a su esposa con el narcotráfico. Pero sus lamentos conyugales duran lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks, es decir, lo que tarda él mismo en ligar la figura de Núñez Feijóo a Marcial Dorado y a la serie de narcos 'Fariña'. Al líder popular le acusa de todo, incluso de matar a Manolete con «su negacionismo por omisión», de ser «una persona instrumental» mientras los medios conservadores tienen su favorita: Ayuso, «el caballo ganador». Asegura que la salida del PP en 2018 por su moción de censura «fue un alivio para los españoles» por el pasado corrupto del partido. Y la rechifla adquiere tintes oceánicos cuando se reivindica como un político de diálogo, al que no le gusta el insulto, después de la catarata de ellos que dedica a PP y Vox, al que llama ultra varias decenas de millones de veces. Nunca defrauda Pedro.
«No fue mi mejor día el cara a cara con Feijóo» dice, pero sí tomó una buena decisión cuando acudió al podcast de La Pija y la Quinqui por recomendación de Pepe Álvarez, secretario general de UGT, devenido en jefe de campaña del candidato socialista, como si nuestro catastrófico paro juvenil, que pulveriza todas las marcas de la UE, no le dieran suficiente trabajo al sindicalista palmero. Hasta su equipo logró darle la vuelta al insulto Perro Sanxe. «La difamación se convirtió en sonrisa, el odio se hizo broma», relatan Irene y Pedro y nos sobrecoge tanta audacia comunicativa. Hasta Rigoberta Bandini puso música a sus mítines. ¿Qué podía salir mal? Encerrado en su despacho, viendo el recuento electoral en televisión con Begoña, mientras recibía mensajes en su móvil, algún compañero entraba y le decía «genial». En su delirante obra no sale ni una sola vez el nombre de Puigdemont (le va a molestar no salir en los anales de la historia), ni el de amnistía, ni hay más Irene en el texto que el nombre de la autora, para ocultar lo que ya sabemos: que desde marzo estaba negociando en un caserío vasco con el huido de la justicia por si sonaba la flauta y había que hacer de la necesidad virtud. Y sonó.
El coste de la covid
Luego la hagiografía da marcha atrás y nos recuerda la heroicidad de este presidente que ha logrado vencer una pandemia y una guerra. Recuerda esos sudores fríos con los que se despertaba -y eso que cambió el colchón de Rajoy y ya se le había pasado el insomnio de encamarse con Iglesias- en plena alerta sanitaria. «Tenía que incorporarme y salir de la cama. Me duchaba para refrescarme e intentaba dormir». El médico me dijo que «era puro estrés». En su reivindicación de la sanidad pública, nos cuenta que su suegro estuvo ingresado en la UCI por la infección. Hasta detalla lo que cuesta un ingreso medio por covid en un hospital: 19.000 euros. Y añade que «si hubiera que haber pagado todo su tratamiento, nos hubiéramos tenido que hipotecar». Hay situaciones cómicas que son inesperadas.
Un buen estadista siempre está en vela. Por eso recibió aquella llamada el 24 de febrero de 2022 en plena madrugada de «mi amigo» José Borrell (él y su mujer Cristina Narbona son habituales en Moncloa), para anunciarme la invasión de Ucrania por parte de Putin, «con el que yo había hablado meses antes y me había parecido una persona fría y calculadora, con falta de empatía». Conoce el paño como si fuera de Tarrasa. Para justificar de lo que quieren a España fuera de nuestro país, relata su visita al mítico baloncestista Sabonis y su amistad con James Rhodes, el trovador sanchista que aporrea el piano en los actos melodramáticos de Moncloa. Y saca a relucir a su abuelo Juan, que viajó a Alemania en la emigración de los años 60. Su vida familiar es todo un fresco de nuestra historia reciente.
En este incunable no podía faltar un clásico de los neologismos sanchistas: llamar «cambio de opinión» a la patraña. «No creo que haya ningún presidente -dicta a Lozano- que no haya modificado sus posiciones políticas al llegar al poder. Rajoy ganó en 2011 diciendo que bajaría los impuestos y llevó a cabo uno de los mayores aumentos. O Felipe prometió un referéndum para salir de la OTAN, pero lo convocó para que nos integráramos». Hay cuestiones -añade sin empacho- que «no se ven hasta que no se ocupa la presidencia». Y cuando no podemos sujetar la mandíbula, que roza ya el suelo, remata: «Soy un político con convicciones». Ah, y reivindica una cita de Norberto Bobbio que es puro sarcasmo en su pluma: «La igualdad es la estrella polar de la izquierda». Dan ganas de contestarle que «a Puigdemont, con ese hueso».
Este volumen no solo nos ha dado un pellizco en el corazón, sino que ha tenido efectos salvíficos añadidos: Jorge Javier Vázquez, desempleado de corta estatura y largo talento, engrosará la lista de fijos discontinuos de Yoli, cuando mañana presente en el Círculo de Bellas Artes esta Tierra firme. Jorge, un brillante comunicador que perdió el norte por su sectarismo político, pasa del «Cuentos chinos» de Telecinco, que cerró sus puertas en menos que te comes un rollito de primavera, al cuento chino de Moncloa. Junto a la extraordinaria Ángeles Caballero, el expresentador de Sálvame se situará como ya sabíamos que estaba en el lado correcto del muro (espero que no lo publicite como lugar solo para rojos y maricones), junto al presidente al que debe su declive como comunicador, que le compró con una llamada en pleno programa sabiendo, como luego ha reconocido Sánchez, que tenía una audiencia muy golosa para sus pretensiones electorales.
Así que este libro (de larga tirada y corta recogida) es, en el fondo, pura agenda social de Sánchez, una subida simbólica del SMI, una ayuda para los más desfavorecidos, un loable intento por reconducirnos por el buen camino socialista, un campo literario de reeducación marxista, un compromiso con la salud mental de todos, una terapia colectiva para que aprendamos que somos nosotros los que tenemos el alma averiada. Y no Su Persona, cuyos pies, como los de José Félix, Iceta, Héctor Gómez, Oliver, Irene Lozano y tantos otros pisan una alfombra segura, el presupuesto público saqueado. Pisan Tierra firme.