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DivisaderoAntonio Pérez Henares

El Impuesto Revolucionario Progresista

España está sometida en su conjunto al «impuesto revolucionario» que ha sido no solo aceptado sino pedido por su propio presidente del Gobierno. Tan solo por una razón o, mejor dicho, razón no es, sino por la ambición personal y descarnada de mantenerse en el poder

España vive el terrible drama de estar sometida a un chantaje por los cuatro costados, a saber, Bildu, Junts, ERC, PNV y ahora un añadido, Podemos. Ello de por sí es malo, siempre lo ha sido, ahora se ha convertido en algo aún más dañino y perverso pues sus «cobradores» Otegui, Puigdemont, Junqueras-Rufian, Ortuzar e Iglesias-Montero, saben muy bien que no solo se les paga gustosos sino que el inductor del mismo es el propio chantajeado.

Porque esta es la gran e infame paradoja en la que está encenagada España. Es Sánchez quien ha pedido y suplicado que le pongan precio, que por favor, que lo que sea. Que él, encantado. Porque esa es otra. Su ya incontinente chulería, su alarde bravucón y a risotadas se trasforma en genuflexo y acobardado baboseo en cuanto se topa con uno de estos. Ahí se arruga y manda corriendo a uno de sus sirvientes a que le pregunten si quiere algo más todavía. La cacareada valentía de Sánchez solo es con nosotros, con su prisioneros, con los ciudadanos españoles, que somos quienes pagamos.

La todavía alcaldesa de Navarra, Cristina Ibarrola, definió el asunto, y lo hizo con la precisión de quien conoce bien el paño como «impuesto revolucionario» que en el caso del País Vasco y de Navarra es mucho más que una metáfora. Es cruda y dolorosamente la realidad. Bildu, los herederos de quienes lo aplicaban y a quien se negaba le pagaban un tiro en la nunca o una bomba bajo el coche , y digo y reitero que son sus herederos, porque ellos así lo proclaman, hacen alarde de ellos, los llevan en sus listas y jamás se han arrepentido de haberlo hecho. Al contrario, son sus víctimas a quienes siguen acosando y ultrajando su memoria y sus lápidas. Pero algunos, seamos cuantos seamos, no vamos a dejar de proclamar esa verdad y estos hechos, por mucho que ahora se les pretenda no solo blanquear sino hasta convertir en héroes.

En Pamplona el pago ha sido verdaderamente tan obsceno y a traición que, no por vergüenza sino por miedo, sabedores de la repulsión que ello causa, pretenden negarlo. Dicen que tal no ha sido, porque aún chorrea sangre. Y a más llega el mastín de la rehala, Óscar Puente, que a su zafio estilo manosea, emponzoña y hasta pretende convertirse en guardián de la memoria de un símbolo, lo fue determinante, como Miguel Ángel Blanco. Se le olvida que fue con otro, Ortega Lara con quien ahora su dilecta socia de legislatura. Mertxe Aizpurua, la señaladora de Egin y Gara, resumió todo su cuerpo doctrinario y su vesania en un titular el día que la Guardia Civil lo liberó del zulo donde había estado en condiciones inhumanas durante 532 días y donde se le pensaba dejar morir enterrado en vida. «Ortega Lara vuelve a la cárcel» titularon como broma macabra, pues él era funcionario de prisiones. Hoy ella, y todos su compañeros de entonces y ahora, se congratulan al imponerle a Sánchez y a su ministro Marlaska, que un día fue un juez honorable, y hoy un lacayo suyo, de la expulsión de la Guardia Civil de Navarra y de su futura proscripción tanto allí como en el País Vasco.

Forma parte de la lista de pagos pendientes. El «impuesto revolucionario» y «progresista» que ahora añaden es el que vamos a ir viendo como plazo a plazo se irá pagando, como se pagará día a día, mes a mes y año a año a los bilduetarras, a los separatistas catalanes y a todo quien tenga un voto que vender. Pagaremos todo, lo pagaremos en dinero, en dignidad, en soberanía, seremos humillados de manera continua y nos dirán cuando orinen sobre nuestros derechos que es lluvia benéfica.

Y Sánchez, inmune e impune se reirá a carcajadas. Porque somos nosotros, los ciudadanos, los que cumplen las Leyes, lo sujetos a ellas, los paganos del precio convenido que se ira multiplicando y aumentando como ya se está comprobando. España está sometida en su conjunto al «impuesto revolucionario» que ha sido no solo aceptado sino pedido por su propio presidente del Gobierno. Tan solo por una razón o, mejor dicho, razón no es, sino por la ambición personal y descarnada de mantenerse en el poder. Y lo hará, no lo duden, si puede, al precio que sea, se lo aumenten cuanto quieran y pisoteando cualquier límite de decencia que aún no haya espachurrado, durante todo el tiempo que dure la legislatura. Y más si puede.

Pero ahora ha sido el precio por ser ungido el que aún se está ejecutando. Luego llegarán los otros por mantenerse en la poltrona. Porque diga lo que diga y repitan con él a coro su Gobierno palmero y la prensa papagayo, el cargo no se lo ha ganado en las urnas sino comprando votos. Y habrá de comprarlo de continuo y sin freno. No le importa, se ríe. Nos chulea. Pagamos nosotros.