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Ilustración de Alfonso RuedaPaula Andrade

El Perfil

La hora de Alfonso Rueda, sin tutelas ni tutía

Salvo Tezanos, llegado al mundo para construir una realidad paralela al gusto de Pedro Sánchez, todas las encuestas le otorgan la mayoría absoluta

Normalmente un candidato se construye desde la oposición. Normalmente un aspirante a presidente eleva el tono en los mítines. Normalmente un político con aspiraciones busca a la desesperada cacho mediático. Normalmente ese dirigente reclama puestos lucidos para proyectarse como cabeza de cartel. Salvo el caso de Alfonso Rueda Valenzuela (Pontevedra, 55 años) que lleva dos años en un destino que nunca pretendió, sucediendo a un amigo –Alberto Núñez Feijóo– a cuya sombra trabajó sin aspavientos y que ahora le encomienda que mantenga el feudo del PP con una quinta mayoría absoluta y, aunque no lo ha explicitado, que le libre de los idus de marzo. Si Génova pierde la joya de la Corona gallega, a su amigo Alberto las cosas se le pondrán cuesta arriba no solo internamente sino frente a todo un régimen socio-independentista dispuesto a aniquilarle políticamente y a rematar ese malintencionado relato de que su capacidad de liderazgo es un bluf.

Tras trece años al frente de la Xunta, Feijóo dio el salto, tantas veces aplazado, para salir al rescate de un partido en descomposición y, sin pretenderlo, corrió el escalafón para un alto funcionario de la Administración gallega, casado y padre de dos niñas –Beatriz y Marta–, e hijo de José Antonio Rueda Redondo, el que fuera vicepresidente de la Diputación de Pontevedra en tiempos de Mariano Rajoy, al que las malas lenguas dicen que depuró por ser cercano a Barreiro. Aunque en casa siempre le desaconsejaron que se dedicara a la política terminó sucumbiendo: primero poniendo sillas en los mítines de su partido y finalmente presidiendo Nuevas Generaciones de Pontevedra en los estertores del reinado de Manuel Fraga. Cuando pintaron bastos para el PP y el bipartito presidido por Touriño, con Quintana, del BNG, de vicepresidente, sucedió a la derecha en la Xunta, Rueda volvió a su puesto de funcionario, pero en 2006 le llamó Feijóo y le ofreció el frío desapacible de la oposición para, desde cero, construir una alternativa. Su hoy ya amigo le nombró director de campaña y consiguieron el poder, del que los populares han disfrutado hasta el próximo domingo. De él depende que sigan haciéndolo.

Cuatro mayorías absolutas después, una labor discreta como mano derecha de Feijóo, desde la Vicepresidencia y la Consejería de Presidencia y con todo el partido de su mano, Rueda se enfrenta ahora a una verdad incontrovertible en política: se pueden tener todos los resortes del poder, mover todos los hilos de una organización política, pero si eso no lo revalidan las urnas, si los ciudadanos no te refrendan, después de todo, todo ha sido nada, como sentenció José Hierro.

Salvo Tezanos, llegado al mundo para construir una realidad paralela al gusto de Pedro Sánchez, todas las encuestas le otorgan la mayoría absoluta (única aritmética que le vale al PP si Vox sigue sin conseguir plaza en el Parlamento gallego, para lo que también trabaja Rueda). Sin embargo, el entorno del candidato no se fía, sobre todo desde que han conocido, gracias al asunto de los pellets, hasta dónde está dispuesta a llegar la izquierda probatasuna del BNG, del brazo del socialismo perdedor gallego, para torcer la voluntad del electorado.

En esta campaña, Rueda ha heredado al enemigo político de su mentor. Por eso ha dicho que Pedro Sánchez es su «gran rival», cuyas aberraciones legislativas centran la campaña gallega. Sus adversarios gallegos le han afeado que no haya querido participar en todos los debates electorales que le han planteado, que «siga a la sombra» de su exjefe, que no haya utilizado la lengua gallega en sus redes sociales hasta hace bien poco, cuando ya era presidente. Los unos le critican por imponer el gallego y los otros, por ningunearlo en las aulas. Él parece sentirse cómodo en ese fuego cruzado.

Amigo de Rajoy, corre con él por los parajes gallegos, seguramente ha aprendido del segundo presidente del PP que tiene que enamorar a las dos almas políticas del partido, la rural y la urbana, que a veces tiene que subir y otras bajar y, lo más difícil, que no se note demasiado cuando hace una cosa o la otra. Quizá por eso, el PP gallego ha roto el maleficio de que las comunidades históricas españolas tienen que ser dirigidas por nacionalistas y separatistas. Los que saben dicen que la receta es combinar galleguismo y compromiso con la nación española, una especie de círculo virtuoso contra el nacionalismo excluyente.

Por el momento, no ha adquirido la influencia que su cargo le podría granjear en Génova. Dicen que espera a lograr legitimar en las urnas la presidencia heredada y entonces, sí, marcará perfil propio, al estilo de Ayuso y Moreno, aunque a su manera galaica. Mientras tanto, sigue tomando su café con leche fría en el bar de Pontevedra de toda la vida, mantiene una relación de confianza con su tocayo Alfonso Fernández Mañueco y vive en una calle cuyo nombre parece elegido por las meigas: Perfecto Feijóo. Ese Perfecto fue un célebre farmacéutico y músico pontevedrés. El otro Feijóo, del que dicen no recibe ni tutelas ni tutía, la frase que inmortalizó Fraga mientras entregaba el partido a Aznar, será más perfecto cuantos más votos logre Rueda el próximo 18 de febrero. Tantos como para firmar la quinta mayoría absoluta del PP en Galicia y endosar la sexta derrota a Sánchez en autonómicas –Galicia y País Vasco, en 2020; Comunidad de Madrid, en 2021; Andalucía y Castilla y León, en 2022– desde que es presidente por una moción de censura.