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Montaje: Paula Andrade

El perfil

Begoña Gómez, la mujer del César que se asomó a la Koldosfera

Sobre su papel se ciernen muchas sombras. Medios franceses insisten en que su figura es clave para explicar el cambio de postura de Sánchez con Marruecos. Ahora suma otro arcano: ¿por qué tiene amigos en común con Koldo García?

María Begoña Gómez Fernández, de 49 años y natural de Bilbao, aunque con familia leonesa, aseguró en 2015, a las puertas de las elecciones generales a las que se presentaba su marido, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, que si era elegido presidente ella y su familia se quedarían a vivir en su casa de Pozuelo de Alarcón y no se mudarían al Palacio de la Moncloa. Fue el primero de decenas de «cambios de opinión» de esta pareja. Porque en breve supimos, gracias al inestimable Manual de Resistencia, que la mudanza se realizó ipso facto y lo primero que hicieron fue cambiar el colchón que dejó Mariano Rajoy e instalar el suyo. De ese colchón se levantó la mujer de Sánchez un día de septiembre de 2019 para viajar a San Petersburgo, en el contexto de una reunión de la OMT, donde departió con Víctor Aldama, el comisionista del Ministerio de José Luis Ábalos e investigado por amañar contratos con varias administraciones socialistas, y con el consejero delegado de Globalia, su amigo Javier Hidalgo. ¿Qué hacía la mujer del presidente con dos empresarios en busca de negocio, por mucho que fuera la directora del Instituto de Empresa África Center, adonde llegó sin muchas credenciales profesionales? Meses después y cuando la pandemia acechaba, Hidalgo, hijo del dueño de Air Europa, publicitó un acto de la empresa de Begoña. ¿Casualidad? Y, finalmente, la compañía aeronáutica fue rescatada con 700 millones por el Estado español para mitigar los estragos del confinamiento. ¿Más casualidades?

Begoña Gómez es fundamental para entender el engranaje presidencial. Se casó un año después de tener a su primera hija, Ainhoa, con un edil desconocido de Madrid, que marcaría su vida para siempre. Los casó en 2006 la concejala Trinidad Jiménez –la compañera de asiento de Pedro en el Ayuntamiento de la capital– y celebraron el ágape en el Hipódromo de la Zarzuela. Según cuentan en su entorno, allí disfrutó mucho el padre de Begoña, Sabiniano Gómez Serrano, expropietario, con dos de sus hermanos, de varias saunas en Madrid, alguna todavía abierta –pero con otro dueño–, en la calle de San Bernardo. Sería en 2012 cuando dejó de administrar esos negocios tan poco progresistas y feministas, seguramente para evitar la incoherencia de que su yerno denostara públicamente la prostitución cuando su familia política no predicaba con el ejemplo. Una curiosidad más: el padre de Begoña tenía un local llamado Sauna Azul, muy cerca de la Gran Vía y de la sede del PSM. Otra casualidad más en la azarosa vida de la familia Sánchez-Gómez.

Cuando el marido de su hija adquiere notoriedad, Sabiniano abandona la lucrativa empresa. Es entonces cuando Begoña empieza a darse a conocer; Pedro deja el escaño y rompe con los barones en 2016, y la moderna estrategia de comunicación la convierte en un activo en los actos políticos que protagoniza Sánchez e incluso se la reclama por megafonía en los mítines, acompaña a su marido y a su «hermano político» José Luis Ábalos por las carreteras de España y se deja fotografiar «a la americana» besando a su pareja, con una gran bandera de España detrás. Buen sarcasmo.

A pesar de que quien la conoce la define como «discreta» lo cierto es que sus hechos desmienten este retrato. Desde junio de 2018 y gracias a la moción de censura contra el Gobierno del PP, Gómez no ha hecho otra cosa que disfrutar y presumir de los privilegios que comporta estar casada con la segunda magistratura del Estado: se mueve en coche oficial, usa la flota de aviones del Ejército del Aire incluso para desplazamientos privados, ha pasado vacaciones inolvidables en palacios del Patrimonio del Estado, adonde invita con asiduidad a sus amigos. Ella inauguró junto al presidente el Air Sánchez, es decir, el uso y abuso del Falcon para recreo de la pareja presidencial. Cómo no recordar cuando ambos fueron a bailar a ritmo de The Killers a Castellón con el avión oficial lleno de amigos y sin que se hayan hecho públicos los detalles de esa golosa excursión. Ha acompañado a su marido a Bali, donde los líderes mundiales hablaron del peligro nuclear, sin ningún tipo de agenda oficial, transformando la cita en un pase de modelos frívolo y poco adecuado al cariz del encuentro. Para algo tiene estilista propia y no se pierde un desfile de sus modistos preferidos, entre ellos Pedro del Hierro. Fue, a excepción de la anfitriona indonesia y dos cónyuges más, la única mujer de mandatario que acudió a la cita. No parece responder, pues, al perfil de timidez que se le atribuye.

Gusta de ser llamada «primera dama» cuando ese título lo ostenta la Reina, pero es que tanto Begoña como Pedro creen presidir una República imaginaria. Cómo olvidar cuando en 2018 la presidenta consorte viajó a Nueva York sin que la delegación oficial supiera que iba en el Falcon –no se hizo público hasta que se la vio haciendo shopping por la Gran Manzana– y luego su marido se negó a informar sobre los gastos de su pareja, con el argumento de que eran indivisibles de los suyos.

Con el padre de sus dos hijas comparte un mediocre expediente académico. Si Sánchez consiguió un doctorado gracias a la bochornosa práctica de copiar a otros, Begoña, siguiendo una praxis conyugal, pasó de tener unos indefinidos estudios en Marketing a dirigir un Máster en la Universidad Complutense. Y es que por la mañana Begoña es feminista de pancarta y megáfono, y por la tarde, ejerce sin pestañear el alienante papel –según el catecismo progre– de señora de, al igual que hizo en un viaje oficial a África, donde fue escondida por incurrir en un conflicto de intereses por su labor privada. Como Irene Montero, cabalga sobre sus contradicciones: el estado civil como meritorio.

En España la mujer del primer ministro no tiene cargo institucional alguno ni agenda oficial ni protocolo de Estado. Así lo entendieron Amparo Illana, Pilar Ibáñez, Carmen Romero, Ana Botella, Elvira Fernández y a medias, Sonsoles Espinosa, esposa de Zapatero, que decidió colarse en un viaje oficial a Estados Unidos para hacerse una foto con Obama, como si fuera una fan adolescente, cuyo resultado es de todos conocido: la Casa Blanca publicó la imagen en la que también aparecían las dos hijas menores del matrimonio, fotografía que fue objeto de comentarios muy desafortunados. La oficina del presidente americano no entendió esa extraña combinación de exigencia de intimidad y aprovechamiento de la posición del marido que intentó maridar Sonsoles. Como la esposa de Zapatero, nuestra la actual consorte, también consiguió fotografiarse con Jill Biden durante la cumbre de la OTAN en España, intentando opacar el papel de Doña Letizia. Ya hizo sus primeros pinitos el 12 de octubre de 2018 cuando en la recepción del Palacio Real se colocó junto a Sánchez a continuación de Don Felipe y su esposa para ser parte del besamanos. Desde la Moncloa la bochornosa escena se justificó como un error protocolario, pero curiosamente ningún presidente antes había cometido tan imperdonable «desliz».

Sobre su papel se ciernen muchas sombras. La primera es conocer quién la colocó en una cátedra de la Complutense de la noche a la mañana, por qué entró y salió fulminantemente del Instituto de Empresa, y por qué algunos medios franceses insisten en que su figura es clave –pegasus mediante– para explicar el cambio de postura de su marido respecto a Marruecos y el Sahara. Ahora ya suma otro arcano: ¿por qué tiene amigos comunes con Koldo García?