Adolfo Suárez, el hombre que hizo posible la concordia
Adolfo Suárez cumplió sus promesas, no las lanzó al aire para hacer luego otra cosa. Derribó muros, no los levantó. Y, en año y medio, los españoles fueron capaces de hacer lo que no habían conseguido en 150 años
Hoy se cumplen diez años de la muerte de Adolfo Suárez, aunque lo cierto es que desde hacía quince años su cerebro estaba hundido en una sima en la que no existe la vida. El paso del tiempo –el Rey le nombró presidente del Gobierno en julio de 1976– hace que su nombre y el recuerdo de lo que hizo se hayan diluido en la memoria de muchos españoles, que consideran la democracia y las libertades como el estado natural de la sociedad española, y no como un logro, como una conquista por la que hubo que luchar y correr riesgos, incluso el de la propia vida, como ocurrió el 23 de febrero de 1981.
Cuando asumió la presidencia del Gobierno, la mayoría de los españoles ya miraban hacia atrás sin ira. Sabían que veníamos de un tiempo –siglo y medio– en que la violencia, la cárcel, el exilio y la muerte se habían enseñoreado en la muy inestable vida política española. En poco más de cien años tuvimos siete constituciones, todas obra de media España contra la otra media o ignorando a la otra media; 147 presidentes de gobierno; más de cien pronunciamientos militares y cuatro crueles guerras civiles; y a la última le siguió una dictadura militar de casi cuarenta años. No es fácil encontrar un mayor ejemplo de fracaso de la convivencia.
Pero la España de 1976 nada tenía que ver con ese pasado de violencia y atraso. El desarrollo económico que arrancó en 1960 generó una estabilidad social de fondo en la que se apoyaron Adolfo Suárez y quienes hicieron la Transición. La experiencia enseña que desde el poder se puede enervar a la opinión pública con la confrontación y el radicalismo, en lugar de encarrilarla por el sendero de la reconciliación y el entendimiento entre los que no piensan igual, como hizo Suárez.
Él se propuso asumir y no ahogar las esperanzas de una mayoría de ciudadanos. Tres semanas antes de ser designado presidente dijo en las Cortes: «Hay que elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es plenamente normal». Y el día de su toma de posesión afirmó: «Pertenezco por convicción y por talante a una mayoría de ciudadanos que desea hablar un lenguaje de concordia y moderación».
El 15 de junio de 1977, once meses y medio después de llegar al poder, hubo elecciones libres. En diciembre de 1978 se aprobó en las Cortes una Constitución prácticamente por unanimidad, la única en nuestra historia ratificada luego por los ciudadanos en referéndum. Se ha dicho, y con razón, que los españoles fueron capaces de hacer en año y medio lo que no habían conseguido en 150 años. Y sin Adolfo Suárez eso no habría sido posible.
La reconciliación
Para restañar las heridas de la Guerra Civil Suárez adoptó, entre otras, decisiones como éstas: se reintegraron en sus puestos a todos los funcionarios civiles y militares expulsados tras la guerra civil, con el nivel y la remuneración que les habría correspondido de haber seguido su carrera; se devolvieron a partidos y sindicatos los inmuebles que les habían sido incautados o se les indemnizó si habían sido vendidos; y se dio una compensación de cien mil pesetas a los herederos de todos los fallecidos por actos de guerra o en las retaguardias de uno y otro bando.
Adolfo Suárez cumplió sus promesas, no las lanzó al aire para hacer luego otra cosa. Derribó muros, no los levantó. Se esforzó en «desarraigar los viejos hábitos de la prepotencia, la intolerancia, el dogmatismo, la discordia y la insolidaridad», afirmó en su discurso al recibir el premio Príncipe de Asturias en 1996. Entonces recordó que el valor supremo es la «concordia civil...que fue obra de todo un pueblo...porque así como la concordia es capaz de hacer crecer las cosas más pequeñas, la discordia es capaz de destruir las cosas más grandes».
La Transición que lideró Adolfo Suárez fue un éxito político reconocido en todo el mundo, una referencia para varios países iberoamericanos tras la caída de las dictaduras militares, y para países del Este de Europa tras el desplome del comunismo.
Lo que nadie pudo imaginar en 1977 fue que en 2024 la Transición fuera un modelo a añorar por muchos de los hijos y nietos de los que la hicieron posible. Hace más de cien años, Ortega y Gasset se pasó decenios pidiendo la europeización de España, hasta que en los años treinta del siglo pasado los totalitarismos arrasaron Europa. Entonces dijo que se le había vuelto loca la modelo. Ahora la modelo ha vuelto a enloquecer. El drama es que la modelo no es Europa, es España.
En la campaña electoral de 1977 Adolfo Suárez dijo estas palabras premonitorias: «Quienes alcanzan el poder con demagogia acaban haciéndole pagar al país un precio muy caro».