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Ilustración de la ministra de Hacienda, María Jesús Montero

Ilustración de la ministra de Hacienda, María Jesús MonteroPaula Andrade

El perfil  María Jesús Montero, filtraciones, bulos y cintas de vídeo

Salvo unos pocos años en los que fue gestora sanitaria de dos hospitales andaluces, toda su carrera ha sido política. Ha vivido y vive de las arcas públicas y en gran parte de su trayectoria ha sido responsable de gestionarlas. El lobo cuidando las gallinas

«Estaría bien que explicara por qué la mujer del señor Feijóo recibió una ayuda -su empresa- por la Xunta de Galicia». Vestida de rojo pasión, una vicepresidenta del Gobierno de España le espetaba esta acusación al líder del PP el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados; y todo, acompañada de su jefe, Pedro Sánchez, que a su vez amenazaba al jefe de la oposición con «y más cosas, y más cosas». Con mucho aparato de gestos y gritos, como es costumbre en ella, María Jesús Montero (Sevilla, 58 años) propagaba un bulo contra una ciudadana anónima, desde nada menos que el Parlamento, que tuvo que ser desmentido por el mismo medio que lo publicó. Sin pruebas, sin datos, sin vergüenza.

Todavía no ha pedido perdón, a pesar de que durante ese pleno tanto ella como Sánchez recibieron llamadas que les informaban de la clamorosa metedura de pata: los fotógrafos de prensa captaron el momento. Tampoco lo ha pedido por haber formado parte como consejera de Sanidad del Gobierno de José Antonio Griñán cuando se perpetró el caso de corrupción más importante de la historia democrática de España: los ERE. Ahora afronta una denuncia por haber revelado información secreta del procedimiento contra Alberto González Amador, pareja de Díaz Ayuso, cuyos datos adelantó cuatro horas antes de que los medios lo publicaran por primera vez. Su dedo intimidatorio desde el escaño azul es hoy el faro amenazante de la Agencia Tributaria que dirige contra todo aquel que ose criticar al Gobierno.

Acumula tantos deslices dialécticos que con ese bagaje era imposible que no cautivara al presidente para depositar en ella todo el peso del Gobierno y del partido

Familiarmente llamada Marisú, es hija de profesores y a su marido, Rafael Ibáñez Reche, lo conoció en la Universidad, cuando este militaba en las juventudes comunistas y ella en las cristianas andaluzas. Tuvieron dos hijas, pero la pareja está distanciada desde hace unos años. La vicepresidenta y ministra de Hacienda (este cargo lo ostenta desde la moción de censura contra Rajoy) alardea de un desparpajo verbal inversamente proporcional a la claridad de los conceptos con que trata de adoctrinar. Sus pedradas fonéticas la hicieron inconfundible desde que asumió la portavocía del primer Ejecutivo de Sánchez.

Acumula tantos deslices dialécticos que con ese bagaje era imposible que no cautivara al presidente para depositar en ella todo el peso del Gobierno y del partido, hasta convertirse en la dirigente que acumula más poder desde Alfonso Guerra. Licenciada en Medicina y Cirugía por la Universidad de Sevilla nadie ha podido explicar por qué terminó de consejera de Hacienda en Andalucía nombrada por Susana Díaz, a la que luego traicionó por Pedro. Salvo unos pocos años en los que fue gestora sanitaria de dos hospitales andaluces, toda su carrera ha sido política. Ha vivido y vive de las arcas públicas y en gran parte de su trayectoria ha sido responsable de gestionarlas. El lobo cuidando las gallinas.

En nombre de la igualdad de todos acaba de dar los primeros pasos para romper la caja única y abrir la puerta a una Hacienda catalana, tal y como ha pedido ERC en plena pugna con Puigdemont por exprimir al Estado. Encarna como nadie la justicia social populista según la cual hay que desangrar a los empresarios con impuestos confiscatorios –eléctricas, bancos– para alimentar a la sociedad subvencionada de la que depende que la izquierda y el separatismo sigan obteniendo mayorías suficientes para gobernar. Como buena criatura sanchista, es una de las más eficaces arquitectas del muro contra más de media España a la que insulta, ofende y contra la que vocifera. Además, es la negociadora preferida de Sánchez. Lo demostró con Echenique y ahora con los soberanistas catalanes y vascos.

Tras subir los impuestos a todos los andaluces fue premiada por Sánchez, que se la trajo en 2018 a Madrid para que hundiera las cuentas públicas, una vez llevadas a la bancarrota las de Andalucía

Marisú o Chiqui –como se dirige a algunos periodistas– ha llegado a justificar la huida de Rubén Wagensberg, un independentista catalán que se marchó a Suiza y está siendo investigado por terrorismo por el juez García Castellón, porque «entiende perfectamente» la «angustia, la incertidumbre y el miedo» que pueda padecer este energúmeno para hacerle huir al extranjero hasta que le amnistíe el PSOE. Es decir, la vicepresidenta administra su vocación igualitarista poniéndose del lado de los delincuentes y facinerosos frente a los ciudadanos y servidores públicos que arriesgaron su vida defendiendo nuestra libertad en octubre de 2017.

Tras subir los impuestos a todos los andaluces fue premiada por Sánchez, que se la trajo en 2018 a Madrid para que hundiera las cuentas públicas, una vez llevadas a la bancarrota las de Andalucía. Con la verborrea barata e incansable propia del personaje, que acompaña siempre con movimientos compulsivos de cabeza, nos ha obsequiado con chatarra ideológica que pide urgentemente un vídeo de grandes éxitos. A Montero debemos aquello de que el líder del polisario que coló España y enfadó a Marruecos «no entró con una identidad falsa, sino con una identidad distinta». Antológica fue también su contestación ininteligible sobre por qué no daba el gobierno el número de fallecidos por la Covid. Y cómo olvidar cuando tuvo un rapto de sinceridad y deslizó que las pensiones de los mayores no eran para ellos, sino para cubrir las necesidades básicas de hijos y nietos. Vamos, el reconocimiento explícito de que los españoles se han empobrecido como nunca en nuestra historia (un 20 %) gracias a su gestión, entre otras.

A Montero debemos aquello de que el líder del polisario que coló España y enfadó a Marruecos «no entró con una identidad falsa, sino con una identidad distinta»

Cuando hay algún marrón, allí está ella para fijar los principios del sanchismo. Se los aclaró a su examigo José Luis Ábalos al indicarle desde primera hora la puerta de salida cuando se conoció la trama de Koldo. Con la marcha hace unos meses de Nadia Calviño, el presidente la ascendió a vicepresidenta primera. El día que se despedía la hoy presidenta del Banco Europeo de Inversiones, María Jesús elevó la apuesta de la mofa sosteniendo que las mujeres no nos peleamos. Los hombres, sí, aseguró. La afirmación sería descacharrante si no llevara implícito un concepto sectario de la vida y una ideologizada filosofía que criminaliza al hombre por el hecho de serlo, mantras que están calando en la sociedad borreguil que Montero se dedicará a alimentar mientras nos llama chiquis y se ríe de nuestra inteligencia desde los presupuestos del Estado, que ha tirado a la basura este año, y desde la Agencia Tributaria, la nueva herramienta para conminar a los ciudadanos. Que los que estén al otro lado del muro se preparen.

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