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Ilustración: Joaquín Leguina

Joaquín LeguinaPaula Andrade

El perfil

Leguina, el nombre que envenena los sueños de Sánchez

Nunca ha callado lo que ha pensado: que el socialismo que apoyaron los madrileños y que encabezaron con fortuna él y Tierno, hace ya más de treinta años, no iba de traiciones a la patria, francachelas con herederos de ETA y amnistías a separatistas

Hace unos días Isabel Díaz Ayuso y Joaquín Leguina hacían un aparte en un acto público para cerrar el fichaje bomba: el último –y único– presidente socialista que ha tenido la Comunidad de Madrid se incorporaría como consejero de la Cámara de Cuentas madrileña a propuesta del PP. Ya lo tenían más que hablado, pero había que peinar algunos flecos sin que trascendiera la noticia. En cuanto se conoció, los medios hostiles a Ayuso resumieron el fichaje en dos titulares: traición al PSOE y 100.000 euros de sueldo anual. Y es que Joaquín Leguina Herrán (Villaescusa, Cantabria, 1941) se ha convertido en estos últimos meses en un enemigo a batir por parte de Ferraz y sus medios afines.

Sánchez odia al autor de Tu nombre envenena mis sueños, que Pilar Miró llevara al cine, porque representa todo aquello que él no ha podido ser. Pedro, el exconcejal del PSOE en Madrid, va de derrota en derrota en su Comunidad, donde solo el socialismo que encarnaba Joaquín logró gobernar durante 12 años. Pero a ese PSOE constitucionalista y leal con España lo empezó a matar José Luis Rodríguez Zapatero muchos años atrás. Aquellos días de 2005, en los que ZP dijo que los socialistas aceptarían el Estatuto que viniera del Parlamento catalán, los pasó Leguina en la UCI del hospital Gregorio Marañón: sufrió un infarto del que afortunadamente se recuperó. Y es que todo lo que le ocurre a Joaquín tiene cierto simbolismo: ha sido expulsado por Sánchez y sin embargo es el único presidente que ha tenido el PSOE en la Comunidad capital de España. Desde que él perdió el Gobierno en 1995 los socialistas son una calamidad y su último «éxito» ha sido, con Sánchez en la presidencia, perder el segundo puesto en la Asamblea de Madrid, en favor del partido de Mónica García. Pero el PSOE, donde ingresó en 1977, ha echado a su mejor activo porque osó hacerse una foto con Ayuso en vez de denostarla. Ese fue su pecado, aunque la versión oficial es que critica al líder.

Leguina es uno de los últimos mohicanos de la política de consensos que Sánchez quiere mandar al desván de la historia

A Leguina ya lo arrinconaron hace tiempo. Lo hizo Zapatero, cuando lo mandó a vegetar a la Comisión de Defensa del Congreso para que tomara la puerta de salida, como así hizo en 2008. Pero, para desgracia de Ferraz, ese muerto quedó muy vivo y no cejó desde entonces de cantarle las verdades del barquero a Moncloa; primero a ZP y después al actual presidente. Leguina nunca ha callado lo que ha pensado: que el socialismo que apoyaron los madrileños y que encabezaron con fortuna él en la Comunidad y Tierno en el Ayuntamiento, hace ya más de treinta años, no iba de traiciones a la patria, francachelas con herederos de ETA y amnistías a separatistas. Así lo interiorizó desde que conoció a Felipe González haciendo la mili en Zamora o cuando fue comisionado de la ONU en Chile los días en que cayó Allende.

Leguina es uno de los últimos mohicanos de la política de consensos que Sánchez quiere mandar al desván de la historia. Leal con sus amigos, sus afectos no conocen de siglas. Igual defiende a Pepe Griñán y demanda su indulto por la enfermedad que sufre, que acude a almorzar a la casa de Esperanza Aguirre con ella y con Alberto Ruiz-Gallardón, con el que guarda una buena amistad. Con sus dos sucesores se las tuvo tiesas cuando estaba al frente del socialismo madrileño, pero con ambos coincide hoy en echar de menos el respeto al discrepante, ese clima político en el que se podía confrontar con el adversario con educación e inteligencia. Con algunas lecturas encima y una buena crianza, se podía decir todo y decir bien. No hacían falta óscarpuentes para disparar a quemarropa contra el rival.

El cántabro obtuvo dos mayorías absolutas en Madrid, y su hasta ahora jefe es el inquilino de Moncloa con menor apoyo de la historia de la democracia. Joaquín es doctor en Económicas por la Complutense y en Demografía por la Sorbona de París, y Sánchez copió la tesis. El socialista purgado ha escrito una quincena de libros de éxito, y al líder de Ferraz le tuvo que redactar sus dos hagiografías su empleada –a la que pagamos todos– Irene Lozano. Joaquín, que se fue a su puesto de Estadístico del Estado cuando abandonó la política, ahora está jubilado y en breve será miembro de la Cámara de Cuentas regional: pasará a la historia como un político de éxito, aunque en su gestión hubo luces y alguna sombra también, mientras su contrafigura, Pedro Sánchez, lo hará por traicionar todos los principios con los que se encaramó al poder.

Sánchez levanta muros y echa a sus ministros cuando no le sirven sin contemplaciones y Leguina inventó la fórmula de la «mesa camilla»

Dos formas contrapuestas de estar en política. Sánchez levanta muros y echa a sus ministros cuando no le sirven sin contemplaciones y Leguina inventó la fórmula de la «mesa camilla», donde distintas familias, entre ellas la todopoderosa facción guerrista, trascendían sus diferencias y terminaban entendiéndose en el avispero de la Federación Socialista Madrileña. El actual presidente, en vez de dialogar, dio un golpe en esa mesa camilla en 2015 y destrozó aquellos equilibrios históricos echando a Tomás Gómez. Resultado: el PSOE hoy ya no es ni siquiera primer partido de la oposición a Ayuso y ha ido sacrificando a ministros, catedráticos y demás paracaidistas enviados por Moncloa al PSM, los mismos que han ido quemándose en el altar de la fracasada izquierda madrileña.

El día primaveral de 1995 en que perdió la Comunidad de Madrid, Leguina tomó un taxi y se fue a su casa de la madrileña calle de Divino Pastor, donde siguió recordando a la madre que perdió siendo niño, pagando las cuotas de afiliado al PSOE hasta que le expulsaron, participando en las tertulias de Carlos Herrera y desahogando su desazón con la literatura y la urgente reflexión sobre el suicidio demográfico español. Allí recibió la carta en la que primero Félix Bolaños le incoaba un expediente y luego le expulsaba del partido: no era soldado del sanchismo y eso no se podía consentir. El exdirigente madrileño ha recurrido la decisión y la justicia dirá la última palabra. Ahora, el expolítico tiene tiempo para rememorar, con la vista puesta en nuestra situación política, cuando en 1887 acordaron elegir al presidente de la República francesa y Georges Clemenceau propuso votar «al más estúpido de todos nosotros». A buen entendedor…

Pero Leguina es tan optimista que siempre relee a Antonio Machado: ¡Hombres de España, ni el pasado ha muerto, ni está el mañana –ni el ayer– escrito!

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