Los límites de la legítima defensa
Condenan a dos años y siete meses a un hombre que mató en defensa propia al pirómano que prendió su casa con él dentro
Dos hombres rociaron de gasolina la puerta y el interior de una pequeña caseta de campo y le prendieron fuego en Torrella, Valencia
Jordan y Héctor llegaron a la casa de Jesús con las primeras luces del alba. Se trataba de una pequeña caseta de campo, con casi todas las ventanas tapiadas, y las que no con rejas. Aparcaron el coche entre los frutales, a cierta distancia para no ser detectados. Se colaron por la parte de atrás de la valla perimetral. En la mano llevaban una garrafa de cinco litros de gasolina. Era un sábado cualquiera de junio de 2021.
La defensa de Jesús aseguró en el juicio que el dueño de la caseta estaba durmiendo y que no se esperaba que nadie fuese a quemarle la casa. Se despertó por el ruido y se asomó a la ventana. Según la sentencia vio cómo Jordan y Héctor rociaban la puerta de la caseta. Después Héctor, aprovechó que una ventana estaba abierta y el hueco de una persiana que no estaba completamente bajada para rociar el interior de la caseta de gasolina.
Uno de los asaltantes le gritó al otro: «¡Prende! ¡Prende!». El fuego se extendió rápidamente. El humo lo inundó todo. Jesús pensó que iba a morir allí dentro. Tenía una especie de barra con un cuchillo atado al extremo y, según explicó él, trató de empujar la garrafa de gasolina fuera de su casa. Así lo dice la sentencia: «Jesús procedió a esgrimir la lanza por el hueco de la persiana, que dirigió hacia el referido objeto para apartarlo, sin saber, por la escasa visibilidad existente, que era probable que resultara alcanzado en el abdomen Héctor y sin aceptar ni asumir la muerte posterior del citado Héctor». Fue un corte profundo, violento. Tocó hueso.
Los asaltantes huyeron. Jesús, mientras, viendo que las llamas se extendían y era difícil respirar miró cómo salvar la vida. Abrió una ventana y aprovechó que faltaba un barrote para colarse por el agujero y salir a la calle. Con una manguera apagó el fuego y llamó al 112 para pedir ayuda.
A Jordan y a Héctor los habíamos dejando huyendo. Según la sentencia Jordan dejó desamparado a su compañero: «Pese a tener pleno conocimiento de las heridas que presentaba, que quedó rezagado en la huía y que no les perseguía Jesús y que no había nadie para prestar ayuda al herido, Jordan dejó totalmente desamparado a Héctor y le abandonó en el campo de frutales». Allí murió. Solo tenía 29 años.
Jesús tuvo que sentarse en el banquillo de los acusados. La familia del muerto pedía 23 años por asesinato y la fiscalía 14 años por homicidio. Para el jurado Jesús «actuó por la situación de pánico y terror que sentía provocado por el humo negro que invadía la estancia y el fuego, temiendo por su vida o ser gravemente herido e impulsado por la necesidad de defenderse del ataque que estaba sufriendo, pero su reacción fue desproporcionada y excesiva al haber podido el acusado actuar ocasionando un mal menos grave que el que produjo».
Esta es la razón por la que condena a Jesús «como autor responsable de un delito de lesiones agravadas en concurso ideal con un delito de homicidio por imprudencia grave, con la concurrencia de la circunstancia eximente incompleta de legítima defensa y la atenuante de confesión, a la pena de dos años y siete meses de prisión». Ya estuvo en prisión provisional durante dos años y ocho meses, por lo que no deberá volver a la cárcel. Y mientras tanto regresa la legítima pregunta de hasta dónde y cómo se puede defender una persona cuando le prenden la casa con él dentro. ¿Qué debería haber hecho para salvar la vida y resultar absuelto?