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Ilustración: José Luis Escrivá, ministro para la Transformación Digital y de la Función Pública de EspañaPaula Andrade

El perfil

José Luis, el 'Escrivá' que echa más de un borrón

Tuvo cargos en Fráncfort y en Basilea antes de que el sanchismo lo transformara en algo que muchos economistas que le conocieron en su primera versión no aciertan a identificar. Una especie de groupie de Pedro

El Senado, otrora spa parlamentario, ya no es lo que era. La mayoría del PP frente al rodillo Frankenstein del Congreso ha despertado a la Cámara Alta de su envidiable confort. Y el Gobierno se resiente. Hasta José Luis Escrivá Belmonte (Albacete, 1960), ministro de una escasa Transformación Digital en España, se enfada con el ruido ambiente en la plaza de la Marina Española. Inmune ante el histerismo de sus compañeros María Jesús Montero y Óscar Puente desde el banco azul, ahora la meliflua sensibilidad de don José Luis le lleva a negarse a contestar a la oposición porque, un escaño más atrás, el senador del PP Gerardo Camps conversaba por el móvil y ello no le permitía «hablar ni oír», según se lamentó. Le interrogaban por los planes de reforma de la Administración, y Escrivá, aprovechando la disculpa de que no se concentraba debido al zumbido en sus oídos, aprovechó para evadir la pregunta abandonando la sala al más puro estilo de Rafael El Gallo con sus famosas espantás.

Hay que conceder que al ministro no le faltaba algo de razón: la crispación en las dos Cámaras hace imposible a veces entenderse. Él sabe bien de ello, porque durante la anterior legislatura, mientras fue titular de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, no dejó de pelearse con todo quisque: con Pablo Iglesias por el diseño del Ingreso Mínimo Vital, con Yolanda Díaz por la ampliación del período de cómputo de las pensiones y con Aitor Esteban por la transferencia del Ingreso Mínimo al País Vasco. Por no hablar de sus trifulcas con el PP, la CEOE, el Banco de España o la Airef, estas últimas, sus dos antiguas casas. Porque Escrivá no es un advenedizo en esto de la economía. Trabajó en el Banco de España y luego fue el primer presidente de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal hasta su nombramiento como ministro en 2019. Tuvo cargos en Fráncfort y en Basilea antes de que el sanchismo lo transformara en algo que muchos economistas que le conocieron en su primera versión no aciertan a identificar. Una especie de groupie de Pedro.

Tampoco entienden por qué se ha quedado en el Gobierno tras las elecciones de julio de 2023, cuando el presidente tan solo le otorgó la pedrea, despojándole de la joya de la Corona, la Seguridad Social. Aunque aspiraba a sustituir a Nadia Calviño, terminó perdiendo la competencia que tenía y asumiendo un Departamento que se desgajó de Economía y que no pasaría de ser una Dirección General en cualquier Gobierno razonable y no de 23 miembros como el nuestro. En su desfavor jugó que no tiene perfil político y, por lo tanto, es inservible para una Moncloa donde cotizan hoy más los oscarpuente que los ministros técnicos.

Escrivá había perdido ya claramente durante estos cinco años en el Gabinete ese perfil profesional para identificarse plenamente con el ecosistema sanchista

Aunque, todo hay que decirlo, Escrivá había perdido ya claramente durante estos cinco años en el Gabinete ese perfil profesional para identificarse plenamente con el ecosistema sanchista, algo similar a lo que le ocurrió a Calviño. Cómo olvidar esa impagable escena en la que, durante la campaña del pasado verano, se dejó «entrevistar» por el jefe Sánchez ante un auditorio de militantes. Allí estaba Escrivá, como un tierno corderito del rebaño monclovita, tan lejana esa imagen del ministro iracundo que negaba a gritos a los periodistas que la Seguridad Social tuviera problemas de gestión para, a renglón seguido, tener que tomar medidas urgentes para que no colapsara.

De su cambió de registro da idea la sorprendente guerra que emprendió mientras era responsable de la Seguridad Social contra todos los economistas españoles que no le daban la razón. La Airef desenmascaró la cifra de las familias vulnerables que recibían el ingreso mínimo vital: solo percibía esta ayuda la mitad de los hogares que decía el ministro. No eran 628.000, sino 284.000. También osó pedir la recentralización de las competencias fiscales autonómicas, mientras ponía en marcha una reforma de la Seguridad Social en dos fases que no ha resuelto el problema de la sostenibilidad del sistema –él es un baby boomer– y que ha hundido la hucha de las pensiones, que va recuperándose lentamente.

Licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense y padre de dos hijos, un arquitecto y una especialista en marketing, tiene un premio extraordinario de licenciatura y un currículum notable. Su padre llegó a ser presidente del Albacete Balompié y su madre proviene de una familia de prestigiosos médicos de Castilla-La Mancha. Cuando haya visto a su presidente enfundado en un EPI en el Valle de los Caídos, seguro que ha recordado su propia memoria histórica: José Luis es hijo y sobrino de dos falangistas de la División Azul.