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José Antonio ArdanzaEFE

En Memoria de José Antonio Ardanza

«Siempre consideré que era una persona fiel al nacionalismo vasco, pero cuya manera de ser creo que estaba muy determinada por sus convicciones morales y religiosas»

En la Vida, hay silencios que pueden ser profunda y estruendosamente injustos. Y, por el contrario, hay recordatorios que obedecen simple y llanamente a razones de justicia.

Nadie me ha pedido un comentario de José Antonio Ardanza, y veo que es mi obligación recordarle en estos momentos. Mi silencio entraría en el capítulo de la injusticia.

Hay dos momentos que compartí con José Antonio Ardanza que quiero recordar.

En primer lugar, y empezando por el último de ellos, en su cronología, la posición de Ardanza fue clave para que el Partido Nacionalista Vasco apoyara la investidura del Presidente Aznar en 1996. La figura tanto del Lehendakari como de su inteligente asesor, José Luis Zubizarreta, fueron determinantes para retomar unas conversaciones rotas entre los equipos negociadores para la investidura del PNV y del Partido Popular.

El Lehendakari me había ofrecido su aportación y su apoyo como si se tratase de un coche escoba en una carrera ciclista, en el caso de que se complicaran las conversaciones iniciadas. Así lo hizo en el momento en el que los equipos negociadores habían fracasado. Y de esta manera, entró en escena impulsando un último esfuerzo de aquella negociación, supeditándola exclusivamente a la ampliación de la capacidad normativa de los conciertos económicos, en el ámbito de los impuestos indirectos de hidrocarburos.

Hecho esto, encomendó al vice lehendakari Ibarretxe una última conversación, más que estrictamente negociación, conmigo, para cerrar el acuerdo. Celebramos una cena en el Hotel Landa de Burgos, en la que se formalizó el acuerdo.

La primera referencia en mi relación personal con Ardanza que quiero destacar fue la aprobación de un «Decálogo por la Paz» en 1985, compartido con el esfuerzo de Txiqui Benegas y Mario Onaindía, que fue preámbulo del pacto de Ajuria Enea de 1998, y que significó un avance en la posición de su partido, el PNV.

Todos sabemos que al final, el Pacto de Estella de 1998 entre PNV y ETA lo cambió todo. Pero es de justicia recordar el esfuerzo personal de Ardanza en aquella fecha.

Las diferencias que hemos tenido, especialmente a partir del referido acuerdo de Estella, no me hacen olvidar la perspectiva de un hombre bueno, con el que la relación personal se hacía fácil.

Siempre consideré que era una persona fiel al nacionalismo vasco, pero cuya manera de ser creo que estaba muy determinada por sus convicciones morales y religiosas.

Por eso hoy quiero destacar con este «En memoria de José Antonio Ardanza» el buen recuerdo que tengo de aquella relación personal.

Jaime Mayor Oreja, presidente de NEOS