Un padre reconoce un asesinato para proteger a su hijo, pero le acaban pillando
José confesó a la llegada de los agentes: «He sido yo el que ha disparado», pero nuevas pruebas apuntan a que el disparo lo hizo su hijo Víctor
Era julio de 2021. Sobre las nueve de la noche, la Guardia Civil de Granada recibe una llamada. Les dicen que ha habido un altercado entre dos personas en la localidad de Los Carriones y que una ha fallecido. Hasta allí se desplazan varias patrullas a toda velocidad. A su llegada al lugar donde se ha producido el crimen se encuentran a un padre y un hijo en estado de gran nerviosismo y un cadáver en el suelo.
El mayor, José Rodriguez Jiménez, de 56 años, se acerca a los agentes y les dice: «Yo soy el autor de los hechos. Tengo una escopeta de caza del calibre 12 y la he usado. Le he disparado», reconoce señalando el cuerpo. «He dejado el arma dentro de la casa, en el dormitorio, sobre la cama, por si quieren llevársela». Los agentes le leen sus derechos, le esposan y recogen la escopeta.
Lógicamente, los guardias le preguntan por qué ha disparado: «Miguel Ángel (la víctima), ha llegado con el coche a nuestra casa. Se ha presentado sin que le invitásemos. Yo le tenía mucho miedo por lo que nos pudiera hacer a mí y a mi hijo. Así que cuando he visto que quería entrar en la vivienda, le he apuntado y he disparado. No lo pensado mucho. He actuado».
El hijo del autor confeso también ayudó con su relato: «Por la tarde el Colorao (apodo de Miguel Ángel) nos ha llamado por teléfono amenazando y diciendo que nos iba a matar. Llevamos cuatro días recibiendo amenazas. Se ha presentado hoy y ha intentado abrir la puerta por la fuerza. Estaba gritando y exaltado. Hemos abierto para decirle que se marchara. En ese momento nos ha parecido ver un arma en su mano y mi padre le ha disparado».
El origen del crimen tiene que ver con una motosierra. Al parecer, el Colorao se presentó en casa de José y le ofreció una moto sierra por 30 euros, un precio muy por debajo del valor del mercado. Jesús rechazó la oferta, sabía que era material robado. El problema es que luego lo comento en los bares, mientras se apoyaba en la barra. El Colorao se enteró y le sentó mal.
Los guardias tomaron nota y registraron la vivienda: encontraron una segunda escopeta en la casa. A los dos, padre e hijo, les hicieron la prueba de residuos de disparo. Ambos dieron positivo. El dato escamó a los investigadores, pero se quedó ahí, en principio, como casi resuelto. A José lo mandaron a prisión provisional.
Pero el grupo de homicidios de la Guardia Civil de Granada no descansó, siguió trabajando y fruto de sus insistencia y de la buena labor de Criminalística lograron obtener un dato revelador. Se habían mandado a analizar al laboratorio la vaina y los proyectiles alojados (postas) en el cuerpo de la víctima. La conclusión es demoledora: contra la víctima se dispararon dos escopetas, no solo una, y la que mató al Colorao no es la que el padre dijo que usó él.
El abogado de la acusación pidió la imputación del hijo, pero el titular del juzgado de instrucción de Huescar, se negó. Dijo que no había ADN del chico en ninguna de las escopetas y que por tanto, el chaval nada tenía que ver. El letrado recurrió ante la Audiencia Provincial de Granada recordando que padre e hijo tenían residuos de disparo iguales en mano derecha, cabeza y camiseta. En la Audiencia los magistrados desautorizaron a su compañero: Víctor, el hijo, pasaba a ser sospechoso de asesinato.