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Ilustración de la vicepresidenta del Gobierno, María Jesús MonteroPaula Andrade

El perfil

María Jesús Montero, la presidenta en ficciones

La vicepresidenta alardea de un desparpajo verbal inversamente proporcional a la claridad de los conceptos que maneja. Sus pedradas fonéticas la hicieron inconfundible desde que asumió la portavocía del primer Ejecutivo de Sánchez

Viendo a María Jesús Montero Cuadrado (Sevilla, 1966) saltar como una groopie de Sánchez en la romería petitoria en la calle de Ferraz para rogar al presidente que no dimitiera, cuesta creer que es la misma persona que maniobró para echarle en octubre de 2016, cuando formaba parte de ese Comité de Garantías del PSOE que forzó la salida de su hoy jefe y puso al partido en manos de una gestora. Cercana a Susana Díaz –de la que era consejera de Hacienda– no le tembló el pulso para ejecutar al secretario general y allanar el camino para que le sustituyera la presidencia andaluza. Las cosas no salieron como ellas querían y María Jesús mudó de piel ipso facto, traicionando a su amiga y convirtiéndose en portavoz del primer Gobierno de Sánchez y titular de Hacienda. Después sería vicepresidenta cuarta, luego tercera y hoy, primera, tras la marcha de Nadia Calviño, además de número dos del partido. Tras la semanita corta que se tomó su jefe para hacer ejercicios espirituales, todo el mundo miró a la ministra que preside los Consejos cuando el líder se ausenta, como posible sustituta si se materializaba la dimisión. Ella se dejó querer, vestida de rojo pasión, y exaltando en un bochornoso comité federal al presidente enamorado.

Sin embargo, en Ferraz no tienen tan claro ese movimiento en un futuro. Aunque es la mano derecha oficial del jefe del Ejecutivo, en puridad quien manda por encima de las tres vicepresidentas es Félix Bolaños; pero tener tres mujeres en el segundo escalafón alimenta la propaganda feminista. De darse algún día la salida de Sánchez, el destino de la sevillana, confiesan en el partido, no será tanto ser el recambio del secretario general, sino convertirse en el relevo de Juan Espadas en Andalucía, dado que el exalcalde de Sevilla ha sido un fiasco electoral y el presidente del PP, Juanma Moreno, gobierna con una tranquila mayoría absoluta sin que la desastrosa oposición socialista sea ninguna amenaza real.

De hecho, muchos fines de semana Montero aterriza en la política andaluza y en los mítines del partido para darle visibilidad por si algún día vuelve a donde comenzó su vida pública. Salvo unos pocos años en los que fue gestora sanitaria de dos hospitales andaluces, toda su carrera ha sido política. Ha vivido y vive del erario que hoy gestiona como ministra de Hacienda, como ya hizo con el presupuesto andaluz. Antes, formó parte como consejera de Sanidad del Gobierno de José Antonio Griñán cuando se perpetró el caso de corrupción más importante de la historia democrática de España: los ERE.

Licenciada en Medicina por la Universidad de Sevilla y antigua militante de las juventudes comunistas, conoció a su exmarido, el sindicalista de Comisiones Obreras Rafael Ibáñez Reche, en su época de estudiante. Con él ha tenido dos hijas, pero su matrimonio acabó hace unos años. Montero es presa fácil de la chanza porque trata a sus interlocutores con una familiaridad cercana a la chabacanería, que no se compadece con su papel institucional. Bien sea a rivales políticos, a sindicalistas o a periodistas, a todos los apela «chiqui». La vicepresidenta alardea de un desparpajo verbal inversamente proporcional a la claridad de los conceptos que maneja. Sus pedradas fonéticas la hicieron inconfundible desde que asumió la portavocía del primer Ejecutivo de Sánchez.

Allí donde hay que botar en una manifestación está la ministra. Bien sea el 8 de marzo feminista, el reciente 1 de mayo acompañando a los sindicalistas liberados, o gritando «Pedro no te vayas» a las puertas del partido, durante el paripé de cinco días de su líder carismático. La misma que acusó desde su escaño a la mujer de Núñez Feijóo de haber conseguido para su empresa una ayuda de la Xunta, noticia falsa que fue desmentida por el medio que la publicó, se atreve ahora a alimentar la cruzada contra los medios de comunicación y la justicia independiente por alentar «la máquina del fango» contra la izquierda (expresión que ha copiado Sánchez a Pablo Iglesias y este a Umberto Eco, su fuente de inspiración absoluta –obviando a Zapatero). Es la misma imprudente socialista que ha afrontado una denuncia por haber revelado información secreta fiscal del procedimiento contra Alberto González Amador, pareja de Díaz Ayuso, cuyos datos adelantó cuatro horas antes de que los medios lo publicaran por primera vez. Su dedo intimidatorio desde el escaño azul es hoy el faro amenazante de la Agencia Tributaria contra todo quisque que ose criticar al Gobierno. Con mucho aparato de gestos y gritos, María Jesús Montero propaga acusaciones sin pruebas, sin datos. La máquina del fango. Esta sí.

En nombre de la igualdad de todos acaba de dar los primeros pasos para romper la caja única y abrir la puerta a una Hacienda catalana, tal y como ha pedido ERC en plena pugna con Puigdemont por exprimir al Estado. A ver cómo les explica eso a sus paisanos la andaluza Montero, o cómo les vende sin sonrojarse la ley de amnistía, de la que es fan número uno. Encarna como nadie la justicia social populista según la cual hay que desangrar a los empresarios con impuestos confiscatorios –eléctricas, bancos– para alimentar a la sociedad subvencionada de la que depende que la izquierda y el separatismo sigan obteniendo mayorías para gobernar. Además, es la negociadora preferida de Sánchez. Lo demostró cuando ejerció de intermediaria entre Yolanda Díaz y Nadia Calviño, y ahora con los soberanistas catalanes y vascos.

Acompañada siempre con movimientos compulsivos de cabeza, nos ha obsequiado con chatarra ideológica difícil de igualar. A Montero debemos aquello de que el líder del polisario que coló España y enfadó a Marruecos «no entró con una identidad falsa, sino con una identidad distinta». Y cómo olvidar cuando tuvo un rapto de sinceridad y deslizó que las pensiones de los mayores no eran para ellos, sino para cubrir las necesidades básicas de hijos y nietos. Nada más llegar al Gobierno, metió en un cajón la reforma de la financiación autonómica, exigencia con la que dio la tabarra al Gobierno de Rajoy mientras fue consejera andaluza.

Cuando hay algún marrón, allí está la vicepresidenta para fijar los principios del sanchismo. Se los aclaró a su examigo José Luis Ábalos al indicarle desde primera hora la puerta de salida cuando se conoció la trama de Koldo. Hay quien dice de ella que el pasado fin de semana se vio por unos momentos como presidenta en ficciones –en funciones técnicamente– del Gobierno de España. Y no le desagradó la idea.