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Ilustración: Oriol JunquerasPaula Andrade

El perfil

Junqueras, el falso samaritano que se niega a dimitir

Cuando fue condenado dijo que la sentencia no era justicia, sino venganza. Aunque Sánchez rebajó el delito de malversación para evitar su condena a 13 años de inhabilitación, sigue sin poder presentarse a las elecciones

Oriol Junqueras Vies (Barcelona, 55 años) no se rinde y ha protagonizado esta semana una dimisión en diferido; es decir, no ha dimitido pese a que su partido se ha dado un batacazo sideral, castigado a partes iguales por convertirse en pagafantas de Pedro Sánchez y por haber embarcado a sus seguidores en un procés que ha llevado a la ruina política, económica y social a su Comunidad. Quiere volver por aclamación y por eso amenazó epistolarmente con su marcha el miércoles –lo que parece ya una epidemia–, pero el jueves volvió sin que nadie le llamara. Su estrategia es «escuchar» a la militancia para que le reclame masivamente. Conoce la política catalana más que cualquier otro: de hecho, es uno de los responsables de haberla convertido en un manicomio, y quiere aprovecharse del colapso de los republicanos tras la debacle.

Junqueras, presidente de ERC desde 2011, pasó más de tres años de su vida en la cárcel por dar un golpe de Estado contra la cuarta economía del euro y por malversar dinero público en sus delirios separatistas. Pudo estar trece, a los que fue sentenciado, pero el presidente del Gobierno de esa democracia europea le indultó después de haberle convertido en socio privilegiado de su Ejecutivo; desde una celda negociaba los presupuestos con el entonces vicepresidente Pablo Iglesias. Este doctor en Historia del Pensamiento Económico ha contado que se siente orgulloso de haber ido a chirona «por la libertad» y que allí convirtió en amigos a enemigos ideológicos como Rodrigo Rato y Luis Bárcenas. Al primero le dio clases de física cuántica, mientras purgaba por su implicación en el caso de las «tarjetas black». Cuando ya parecía que lo habíamos oído todo, Rato reveló hace unos meses: «Junqueras es muy buen profesor. Es muy didáctico».

Ese falso «mea culpa», pactado con Moncloa, lo usó Sánchez como pretexto para tramitar la impunidad que liberó a Junqueras y a sus compañeros de la prisión

Le faltó decir al exdirigente popular que ese don de la docencia, que lo tiene, lo ha usado para engañar a los catalanes desde el poder sobre un supuesto «robo de España a Cataluña», precisamente dicho por un miembro de la élite catalana que se ha beneficiado de la bicoca que tuvo esa región con los distintos Gobiernos de España, empezando por Franco y el arancel textil. Este doctor en Historia, con una formación académica indiscutible, ha sido el otro Dalai Lama del sanchismo –categoría compartida con Otegi–. Cuando más le necesitaba el líder socialista, se marcó un articulillo en junio de 2021, desde la cárcel de Lledoners, titulado 'Mirando al futuro' en el que intentaba aliviar a Sánchez para que pudiera indultarle reconociendo que la vía unilateral era imposible. Ese falso «mea culpa», pactado con Moncloa, lo usó el presidente del Gobierno como pretexto para tramitar la impunidad que liberó a Junqueras y a sus compañeros de la prisión.

Oriol había entrado en la cárcel el 2 de noviembre de 2017, cuando tenía 47 años y salió cuando ya había cumplido 50. Estuvo 1.314 días en la prisión-spa que gestionaba su partido de los 4.745 que le impuso el Tribunal Supremo. Curiosamente, indultador e indultado despotricaron repetidas veces contra la concesión de medidas de gracia a políticos, pero solo cuando gobernaba el PP. Aunque el líder de ERC llegó a recomendarle a Pedro Sánchez que se metiera los indultos «por donde le quepan» cuando oyó los goznes de su mazmorra abrirse por manos amigas, justificó que aceptar esa impunidad era un «gesto que podía aliviar el conflicto, paliar el dolor de la represión y el sufrimiento de la sociedad catalana».

Este profesor de Historia Moderna que durante cuatro años fue alcalde del municipio barcelonés de Sant Vicens del Horts, fue nombrado en 2016 vicepresidente por Carles Puigdemont, inaugurando un Gobierno de coalición secesionista. Un año después, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña abrió una investigación contra él por desobediencia al Tribunal Constitucional, tras firmar el decreto para convocar un referéndum ilegal. Con la aplicación del artículo 155, todo el Gobierno catalán fue destituido y, curiosamente, su cartera pasó a ostentarla en funciones Soraya Sáenz de Santamaría, la vicepresidenta de Rajoy con la que protagonizó una curiosa foto, con el Rey de testigo, en la que ambos se mostraban cómplices y amigos. Fue la imagen que simbolizó la llamada «operación diálogo» que no sirvió de nada: mientras Oriol era cordial con Soraya, preparaba el golpe.

Los que le tratan reconocen en él una doble condición de hombre educado y místico, pero de convicciones intolerantes, ideas xenófobas y de un sectarismo indeclinable

A pesar de la privación de libertad, su estancia entre rejas fue una auténtica jornada de puertas abiertas: además de recibir la visita de su mujer, Neus, y de sus dos hijos menores, no faltaron periodistas a rendirle pleitesía, como Jordi Basté o Xavier Sardá, además de la frecuente presencia de alcaldes y correligionarios. Tuvo tiempo en la cárcel para presentarse a las elecciones europeas de 2019 aprovechando la inmunidad de la que dota el escaño, lo que enredó al Supremo en una polémica jurídica con la Corte europea, que se saldó con la negativa del tribunal sentenciador a excarcelarle para tomar posesión de su acta de europarlamentario.

A diferencia de su enemigo número uno, Puigdemont, (el segundo es Gabriel Rufián), afrontó la respuesta del Estado contra sus delitos, pero aprovechó para pactar con Sánchez su apoyo en el Congreso a cambio de concesiones. Todo ello le procuró los ataques de Junts, que ahora le ha ganado en las urnas. Como vicepresidente de la Generalitat organizó las urnas compradas en China para celebrar la consulta ilegal, tuvo un papel de liderazgo en el golpe y, como dice la sentencia, controló «todo el proceso de creación legislativa y reglamentaria que hizo posible la celebración del referéndum». En aquel otoño aciago de 2017, de la Consejería de Economía que dirigía, tuvo que escapar una letrada de Justicia trepando y escalando tejados y azoteas, mientras los Jordis se subían a uno de los patrol de la Guardia Civil para arengar a las masas en lo que fue un violento asedio a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Junqueras, dentro de su despacho, calló y consintió. Hoy, su mano derecha, Marta Rovira, huida a Suiza, está siendo investigada por dirigir a los terroristas.

En el alegato final ante el juez Marchena antes de que se dictara sentencia, Oriol aludió a su condición de cristiano para pedir diálogo –presume de ir semanalmente a Misa–. Los que le tratan reconocen en él una doble condición de hombre educado y místico, pero de convicciones intolerantes, ideas xenófobas y de un sectarismo indeclinable. Cuando fue condenado dijo que la sentencia no era justicia, sino venganza. Aunque Sánchez rebajó el delito de malversación para evitar su condena a 13 años de inhabilitación, Oriol sigue sin poder presentarse a las elecciones. Su fama entre los más cafeteros secesionistas de «botifler» le han hecho perder 13 escaños. Curioso, ahora le tildan de aquello que él siempre llamó a otros.