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Ilustración: Teresa RiberaPaula Andrade

El perfil

Ribera, de sacerdotisa climática a censora europea

Desde que ocupa el Ministerio no ha hecho más que complicar la vida a media España. Se ha intentado cargar los toros, la caza y el diésel, actividades a las que su sectarismo ha hecho un daño letal

Teresa Ribera Rodríguez (Madrid, 1969) es una soldado sanchista de primera hora. De hecho, es de las pocas que sobreviven del primer gobierno de la moción de censura y habitualmente es la elegida por el laboratorio de quincallas ideológicas de Moncloa para morder en la yugular de quien ose desenmascarar a Su Persona. No es casual que la vicepresidenta tercera del Gobierno, ministra de Transición Ecológica y Reto Demográfico y candidata socialista a las elecciones europeas del 9 de junio haya sido designada para cargarse sectores estratégicos españoles y cercar a los jueces independientes, acusando de lawfare a todo quisque que ha osado investigar irregularidades de su jefe.

Graduada en Derecho, ganó plaza en el Cuerpo Superior de Administradores del Estado en el área de medio ambiente, trabajo que abandonó para irse con Zapatero a llevar su política climática, luego a París y finalmente se colocó en primer tiempo de saludo con Pedro Sánchez. El marido de Ribera, Mariano Bacigalupo, es uno de los consejeros con más poder dentro de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, y el fantasma del nepotismo también ha alcanzado a la vicepresidenta, tras la salida de Jordi Sevilla de Red Eléctrica Española, que la acusó de injerencias en favor de su consorte. El padre de Mariano y suegro de Teresa es abogado de Leo Messi y fue magistrado de la sala segunda de lo Penal del TS, con casos inolvidables en sus manos como GAL y Filesa.

La misma que seguirá teniendo un sillón en el Consejo de Ministros para aprovechar la plataforma del Gobierno en su candidatura a Bruselas, probablemente ni siquiera recoja el acta de eurodiputada, ya que Sánchez quiere colocarla de comisaria en el futuro Ejecutivo europeo. Su carácter hosco y sus políticas intolerantes la han llevado a ser una de las ministras preferidas de Sánchez, que verbalizó en el Congreso el pasado martes el sacrificio que suponía para él mandarla a Europa. Y es que se ha esmerado mucho: no es casual que fuera ella la que atacara al juez García Castellón por investigar a Puigdemont en el caso Tsunami, antes a los empresarios, hace meses a los presidentes autonómicos de Andalucía, Murcia y Galicia, y siempre a Feijóo ya Ayuso. La sacerdotisa del dogma climático quiso colarnos, a las puertas de las urnas gallegas, a los pellets como problema de Estado. Anteriormente, se había dedicado a insultar al CEO de Repsol, Josu Jon Imaz, al que llamó populista y demagogo por no compartir el sesgo ideológico de las políticas medioambientales de la UE, del que ella es una de sus más activas representantes.

Y es que desde que ocupa el Ministerio no ha hecho más que complicar la vida a media España. Se ha intentado cargar los toros, la caza y el diésel, actividades a las que su sectarismo ha hecho un daño letal. Cómo olvidar cuando, en plena ofensiva para el ahorro energético, elaboró precipitadamente una chapuza de decreto que igualaba a los hosteleros de Finisterre con los camareros de un chiringuito de Algeciras o cuando sentenció que «el diésel tiene los días contados», lo que hundió las ventas del sector automovilístico, que representa el 12 % del PIB.

Ribera se ha prestado incluso a la pantomima de ir en bicicleta a un encuentro climático en Valladolid para hacerse una foto o a llamar señorito al presidente andaluz. No hay un cliché trasnochado de la izquierda que no haya hecho suyo. Y siempre con la cantinela del terrorismo medioambiental y el negacionismo, la ideología woke de la que es firme defensora: una «ecolojeta» de libro que cultiva la cultura de insultar a todo el que cuestione el autoritarismo ideológico de la izquierda y sus tópicos del animalismo, el ecologismo y el feminismo.

Como su Líder Supremo, no anda escasa de narcisismo. Moncloa nos asaeteó con una imagen suya rodeada de ministros en una cumbre europea para fijar el tope energético, para ver si nos creíamos que estábamos ante un remedo de Simone Veil; y todo con una ministra muy desleal con los intereses de España que ha dado pábulo a una delegación de diputados alemanes para hacer daño a nuestros productores de fresas en Huelva con la sequía de Doñana de trasfondo.

La última impostura de esta defensora de levantar un muro contra la «ultraderecha» (es decir, contra todos los que no son socialistas o separatistas en España), es no cerrar la puerta a pactar con Meloni en el Parlamento Europeo. Donde dije digo… visto lo visto, estamos a un paso de que nos prometa cinco centrales nucleares más y grite al unísono con Pedro Sánchez ¡viva el diésel!