El Perfil
Urtasun, el sepulturero de Franco, los toros y Colón
Ernest camina con paso firme hacia la irrelevancia de su partido y hacia el día cada vez más próximo en el que pueda reclamar su pensión de exministro
Ernest Urtasun Domènech (Barcelona, 1982) tiene tres obsesiones propias del movimiento pijoprogre de la izquierda verde catalana, de camisa negra e ideas color del grillo: los toros, el colonialismo y Franco. Ha eliminado el premio de Tauromaquia, quiere cerrar los museos por colonialistas y ahora vive para acabar con la Fundación Franco. Urtasun ejerce de zurdo a dos manos –es ambisiniestro– no en Cuba ni en Venezuela donde podría disfrutar de su ideología, sino en un país del euro, justo allí donde la burguesía catalana puede estudiar en el Liceo Francés –como el gran Ernest– y hacer postgrados en Relaciones Internacionales –como el gran Ernest. Perteneció a la carrera diplomática por oposición, pero desde los quince años estaba afiliado, siguiendo la estela de sus padres de origen navarro, en la Esquerra verde catalana.
Está tan lejos de los problemas del proletariado como Sánchez de la solidaridad entre territorios. Devoto de la nueva religión climática, el animalismo, el feminismo, el nacionalismo xenófobo y la cultura antitaurina no ha visto el mono de un obrero ni en los tebeos de Pepe Gotera y Otilio. En 2010 entró en la carrera diplomática, donde ejerció diferentes responsabilidades en el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, entre ellas, la de consejero diplomático del secretario general de la Unión para el Mediterráneo, donde iba de apóstol de la antiglobalización. Cuando el bipartidismo hizo agua, solicitó la excedencia y desde el 1 de julio de 2014 se convirtió en eurodiputado por Esquerra Verde y antes asesor de Raúl Romeva, que acabaría entre rejas por el procés: de ahí le viene su simpatía por las élites separatistas, tan proletarias ellas, y su odio por los catalanes currantes que se sienten españoles. Hasta que Yolanda Díaz, de la misma cofradía pijoprogre, tocó a rebato y le integró en Sumar, coalición de la que llegó a ser portavoz hasta que ha terminado de ministro de Cultura por cuota territorial.
En Bruselas nadie ha olvidado cómo pidió «la mediación» de la UE el 21 de septiembre de 2017, antes de que tuviera lugar el referéndum ilegal de octubre de ese año. Llamó «al diálogo» entre «los gobiernos catalán y español», como si de dos potencias europeas en «conflicto» se tratara. Ahora, sentado en el Consejo de Ministros más ignoto de la historia, hace como que no supiera que su cargo no sirve para nada: es la pedrea de un Gobierno. El primero que se dio cuenta de ello fue Jorge Semprún con Felipe González y cuando sufrió la vacuidad del puesto enhebró hacia Francia. Antes y después -justo es señalarlo- ocuparon esa cartera figuras relevantes como Pío Cabanillas, Manuel Clavero, Ricardo de la Cierva, Soledad Becerril, Jordi Solé Tura, Mariano Rajoy, César Antonio Molina o Íñigo Méndez de Vigo, entre otros.
Pero desde que llegó Pedro Sánchez al poder, el Ministerio amenaza ruina con unos titulares cuya espesura intelectual asusta. El elenco sanchista en Cultura –cinco ministros en cinco años– sonrojaría al más desahogado: Máximo Huerta, que duró una semana en el cargo, José Guirao, tristemente fallecido, José Manuel Rodríguez Uribes, que no hacía nada por la mañana y por la tarde lo pasaba a limpio, Miquel Iceta, más preocupado de lavarle las vergüenzas al separatismo que de defender el fabuloso patrimonio español, hasta llegar a este camelo último, nombrado por una insignificancia con laca llamada Yolanda Díaz para completar su cuarto y mitad de ministros.
Ernest es el mejor ejemplar de la izquierda caviar que tiene este Gobierno. Va de propalestino y defensor de los pobres, mientras compadrea con los xenófobos de la barretina. Inauguró su mandato amenazando con desintegrar la colección del Museo del Prado para emprender un reparto «plurinacional» de goyas. Luego nos dijo que intentaría revisar el patrimonio museístico español para «superar los marcos coloniales». Es decir, tenemos un ministro para poner a parir la historia de España, un iletrado que no sabe que todos los países que formaron la Corona de España fueron provincias y no colonias, a excepción del Sahara, del que su jefe Sánchez guarda suculentos secretos. La mayor fabulación de la humanidad –la leyenda negra– ha alcanzado rango ministerial en nuestro país. Esa misma izquierda adanista, que quiere mudar la lucha de clases enfrentando nuestro presente con nuestro pasado, nos acaba de dar un garrotazo populista ordenando retirar el premio nacional de Tauromaquia que concede su analfabeto negociado. Como no tiene en qué entretenerse como ministro ha identificado toros con identidad española y zas, a acosar a la fiesta.
Pero para que no digan que don Ernest solo se dedica a alimentar su basta producción académica –ha publicado 36.000 tuits en la última década– esta semana nos atizó con un sonrojante vídeo en X, donde anunciaba el inicio del procedimiento para liquidar la Fundación Franco, en virtud de la Ley de Memoria Democrática, uno de cuyos artículos nos leyó con voz engolada como si estuviera declarando la segunda guerra mundial. Con las banderas de España y Europa detrás y voz de discurso trascendente, volvió a hacer el ridículo y a alimentar sus delirios a falta de una sola idea para la Cultura en España. Serán los jueces los que decidan al respecto, pero, mientras tanto, Ernest camina con paso firme hacia la irrelevancia de su partido y hacia el día cada vez más próximo en el que, junto con Yoli, pueda reclamar su pensión de exministro. Habrá valido la pena, pues, tanto bochorno en un solo año.