Unas botas, la cama deshecha y una amenaza: «Esta chica me ha tomado el pelo, la tengo que matar»
Eugenio José Moreno, de 34, decidió matar a su exnovia, Laura Pascual, de 20 años, porque no aceptaba que lo hubiese dejado
Laura rompió con Eugenio después del último guantazo. No quería compartir su vida con un maltratador. Ocurrió hace apenas 3 semanas. Los dos vivían en Zafarraya, un pequeño pueblo de Granada de apenas 2.000 habitantes. Se conocían de toda la vida porque vivían apenas a 200 metros de distancia.
Entre ellos surgió el amor y comenzó una relación a pesar que muchos criticaban los 14 años de diferencia entre ellos. A él, cuentan los vecinos, se le iba la mano con frecuencia. Ella callaba por miedo. Si se lo contaba a alguna amiga y le recomendaban denunciar, ella les obliga a jurar que no dirían nada. Tenía miedo a denunciarle: era su vecino y le podía hacer cualquier cosa.
El viernes ella estuvo con unas amigas del pueblo en las fiestas de Puente de don Manuel, en el municipio vecino de Alcaucín. Eugenio también acudió. Ella le vio apoyado en una barra, solo. No hablaron, pero él no dejó de observarla. Vio cómo hablaba entre risas con otro exnovio suyo y quizá aquello le llevó a tomar su criminal decisión.
En realidad venía preparándose para algo malo desde hacía unos días: le había robado las llaves a Laura y mandó hacer copias. Se fue de la fiesta, acudió a su casa y cogió una de sus escopetas. Lo siguiente fue colarse en la casa de su exnovia. Lo hizo sin hacer ruido porque Mariam García, la madre de Laura, dormía en el piso de arriba y no quería que ella alertase a la Guardia Civil.
En la planta baja, deshizo la cama de Laura, se descalzó y dejó sus botas juntas a los pies de la cama. Después se escondió en el armario con el arma. Escuchó a la joven llegar. Ella iba hablando con una amiga, probablemente por miedo: la voz a través del aparato le daba una falsa sensación de seguridad. Si pasaba algo, la podían ayudar rápido.
Al entrar en su habitación, Laura gritó aterrorizada: «Está aquí, en casa. Veo sus botas, las mismas que llevaba esta noche». A su amiga no le dio tiempo apenas a decir nada. Lo siguiente que escuchó fue dos explosiones. El primer disparo de la escopeta le dio en la pierna. Laura gritó de dolor: «¡Ay mi madre!». «¿Pero qué pasa?», preguntó su amiga que no acertaba a imaginarse que Eugenio le estaba disparando.
El segundo tiro le reventó la cabeza. Laura cayó inerte al suelo. El teléfono seguía con la llamada activa. La amiga de Laura escuchó como Mariam, que dormía arriba, se despertó por el estruendo y los gritos. Ella preguntaba en voz alta a Laura qué estaba ocurriendo. Eugenio la espero al pie de la escalera. En cuanto la vio aparecer le disparó en la cabeza. La mujer falleció al instante.
Eugenio no tenía a nadie más a quién matar salvo a él mismo. Corrió a su casa y allí se pegó un tiro en la cabeza. Justo casi al mismo tiempo, la amiga de Laura y su novio llegaron a la casa para socorrerla. Si hubiesen aparecido minutos antes, ellos también estarían muertos. La joven, de hecho, da gracias a Dios de haber llegado después de que Eugenio se quitara la vida porque si no, no lo contaba.
En los siguientes días se ha ido conociendo la profundidad de los malos tratos. Muchos dicen que los había, pero ninguno denunció. Incluso una amiga de Eugenio y de Laura explica que comió con él el viernes y le dijo: «Esta chica de 20 años me ha ganado, me ha tomado el pelo y la tengo que matar». Ella jamás se imaginó que fuese una frase literal.