La estúpida excusa con la que un asesino intentó justificar su ADN bajo las uñas de la víctima
El jurado popular no se creyó su inverosímil cuento y el veredicto fue de culpabilidad
Los testigos le vieron merodear la casa de la víctima, una mujer de 72 años. Cándida Soaje se llamaba. Le vieron el 3 de julio de 2021: el día del crimen, la jornada en la que la pobre mujer murió estrangulada. El asesino, Balbino Soliño, lo negó todo, por negar dijo que los testigos faltaban a la verdad, que se confundían.
Ese fue su plan desde el primer día del juicio. Todos mentían menos él. Incluso luchó contra las pruebas y les dio una versión alternativa: cualquier cosa por no quedarse «soliño» en una celda las próximos 25 años. Aquel día, el asesino se coló en la casa de Cándida. La asaltó y ella huyó despavorida: se encerró en el cuarto de baño y echó el pestillo.
El hombre que le robó la vida reventó la puerta de una patada, la maniató y luego la estranguló con una cuerda. Todo aquello dejó sus evidencias. Unas se las transfirió el criminal a la víctima y otras a la inversa.
Por empezar por algún sitio, los investigadores localizaron sangre de la víctima en las zapatillas del acusado cuyo dibujo de la suela coincidía con el de la puerta del baño. También las llaves de Cándida en el domicilio del esposado y para rematarlo ADN de Balbiño debajo de las uñas de la víctima.
El acusado trató de refutar todas estas evidencias con un cuento que se traía aprendido de casa, quien sabe si sugerido por su abogado. Para explicar la presencia de sangre en sus zapatillas dijo que se habían ensuciado el día anterior porque había estado ayudando a su vecina a hacer el jardín. En algún momento se cortaría la buena mujer y sus gotas se depositaron en las deportivas.
Como Balbiño era un hombre pulcro y limpio, y se había ensuciado las manos, pidió permiso para entrar al baño. Escrupuloso él, se quitó las zapatillas al entrar en la casa y caminó descalzo hasta el baño. Allí empujó con la suela de una de ellas la puerta y así dejó la marca en la madera. Todo muy creíble.
El remate fue su ADN debajo de las uñas de la víctima. Soliño dijo que tras lavarse las manos se secó con una toalla que luego le entregó en mano a Cándida. Según él, ahí se produjo la trasferencia. Para justificar tan peregrina idea, recordó el caso de Asunta, donde apareció esperma en la camiseta de la víctima que no correspondía a ninguna persona vinculada con el crimen. «Estas cosas pasan», dijo su abogado.
El jurado no se tragó ninguna de las interpretaciones alternativas de los indicios. Operó la lógica. El veredicto fue de culpabilidad. Cree el fiscal que se trataba de un intento de robo que salió mal: asesinato. Pide 25 años de cárcel. Será el magistrado presidente quien redacte la sentencia y delimite el tiempo que pasará en prisión.