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Ilustración Nacho Cano

Ilustración Nacho CanoEl Debate

El perfil

Nacho Cano, perdido en la habitación del sanchismo

El mismo ministro que ha sido reprobado por su nefasta gestión, que suscribió un comportamiento bochornoso durante el asalto a la valla de Melilla o que fomenta el «efecto llamada» de la inmigración ilegal, aplicó el código cero contra Cano

El madrileño Ignacio de la Macarena Cano Andrés, conocido como Nacho Cano, tiene 61 años. Y paga 150 nóminas. Y la mayoría de los que le critican no pagan ninguna. Si acaso, las cobran, son públicas y muy abultadas. Lo dice él mismo. Sin pelos ni comunismo en la lengua. Porque ha viajado y evolucionado. A diferencia de muchos compañeros suyos, él no se ha quedado anclado en la propaganda trasnochada del castrismo y las revoluciones del siglo pasado. Lo más cercano que estuvo de eso fue ser pareja durante tres años de la actual señora de Bardem. Casualidades de la vida. Con Penélope vivió en Nueva York, cuando la hoy oscarizada actriz buscaba un hueco en la meca americana. Otras de sus musas y novias fueron la escritora Coloma Fernández y la periodista Cristina Arámbarri, con la que fundó una escuela de yoga en Miami. Allí pudo constatar cómo los adorados regímenes de sus colegas del artisteo desembocan en miseria, represión y exilio.

Nacho Cano era un músico reputado hasta que se le ocurrió elogiar a Isabel Díaz Ayuso por haberse negado al cerrojazo que dio Sánchez a la hostelería y a los espectáculos durante la pandemia. A partir de entonces pasó a ser el enemigo número uno del régimen. Solo del régimen. Porque para el imaginario de los jóvenes de los ochenta era parte de nuestra banda sonora, era el artistazo que nos regaló un hijo de la luna, nos contó que hoy no se podía levantar, que había sombra aquí, y sombra allá, que estaba perdido en su habitación, nos pidió que no le miráramos o nos citó en la Puerta del Sol, donde nos esperaba otra vez el champán y las uvas y el alquitrán.

«Mecano» cosechó un éxito sin precedentes en el mercado musical nacional e internacional, con millones de discos vendidos. Ana Torroja y los dos hermanos Cano –desde entonces José María y él están distanciados– no supieron gestionar tantas mieles y en 1998 se disolvió el grupo. Nacho siguió su carrera en solitario y, oh pecado capital en España, se convirtió en exitoso productor de espectáculos musicales y en generador de empleo, es decir, en la antítesis de la doctrina yolandista. Y encima no era de izquierdas, ni participaba en vídeos promocionales de la «zeja», ni levantaba pancartas a favor del ecologismo como Bardem aun volando en aviones privados, ni despotricaba del capitalismo a la vez que ponía su dinero a buen recaudo en paraísos fiscales como Almodóvar. Y, claro, eso se anota. En España si eres artista va de suyo que eres zurdo. Y si no lo eres, has de callar y disimular. Puedes ser de derechas, pero en la intimidad. Nunca verbalizarlo.

Así que Cano tenía encima un par de estigmas: le cantó las cuarenta a Sánchez por haber intentado hundir el mundo del espectáculo cuando decretó los estados de alarma que fueron declarados inconstitucionales e inició una amistad con la presidenta madrileña, el diablo para el sanchismo. Los trompeteros de Pedro Sánchez le aplicaron aquello tan sabio de que los amigos de mis enemigos son mis enemigos, y el exMecano pasó a ser el objetivo número uno del aspirante a autócrata.

Cuando en 2022 estrenó su gran musical Malinche lo hizo con polémica. El productor quería construir un teatro en forma de pirámide en el madrileño barrio de Hortaleza. Sin embargo, el contrato para la cesión de los terrenos por parte del Ayuntamiento de Madrid fue muy contestado por el vecindario de la zona. Sobra decir que los socialistas madrileños vieron un filón en esta controversia y no pararon de arrear a Cano e indirectamente a Almeida y Ayuso, para esconder que los de Ferraz no ganan elecciones en Madrid desde que eran pequeñitos. Así que el proyecto se abortó y tuvo que estrenarse en Ifema, con llenos diarios. Pero el sanchismo no olvida a los que no bailan el agua a Pedro. La España que blanquea a etarras, golpistas y malversadores no podía dispensar a un artista que no critica al PP. Y qué mejor momento que el peor del presidente, cuando su mujer y su hermano están siendo investigados, para crear una cortina de humo que entretuviera al Sálvame del periodismo político.

Así que la denuncia de una becaria mexicana –una de dieciocho meritorios– que participaba en Malinche degeneró en la entrada de 12 policías en la escuela de música en busca de alguna irregularidad. La consigna era hallar lo más parecido a un delito de inmigración ilegal. Los jóvenes terminaron dando la vuelta a la tortilla y denunciando a la policía por el interrogatorio prospectivo que se les hizo, un tercer grado para identificar alguna sombra en el expediente de Cano. Hasta el acoso sexual y laboral rondaron la escena. No lo consiguieron. Pero sí motivó una rajada épica de Nacho contra Marlaska, con la práctica totalidad de sus becarios respaldándole.

El artista cometió algún error hiperbólico en su comparecencia –valiente por otro lado– pero la pirotecnia que desplegó el Ministerio del Interior invitaba a pensar que había intencionalidad política en la detención exprés que sufrió. El mismo ministro que ha sido reprobado por su nefasta gestión, que suscribió un comportamiento bochornoso durante el asalto a la valla de Melilla o que fomenta el «efecto llamada» de la inmigración ilegal, aplicó el código cero contra Cano. Y las malas noticias no acabaron para el artista: el ministro de Transportes tuitero también le ha represaliado y roto el contrato publicitario con el musical. El régimen dando el cante contra Cano.

Nacho Cano, durante la rueda de prensa

Nacho Cano, durante la rueda de prensaGTRES

Nacho está en Ibiza ahora, lejos de las persecuciones políticas. A él siempre le ha gustado más la cultura budista que el chándal de Maduro. Y eso se paga. Como lo ha pagado Pitingo, o José Manuel Soto, o Bertín Osborne, o Marta Sánchez, o tantos otros que no han pasado por el aro de la izquierda caviar que cultivan los hipócritas titiriteros españoles. Con permiso de ese respetable gremio.

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