El perfil
Patxi, un esclavo, un amigo, un siervo de «la presidenta»
Este aspirante a guitarrista de una banda de rock es además un ejemplo palmario de «fontanero» de partido. A los 28 años ya dependía de la teta pública como diputado en el Congreso.
Patxi López, de soltero Francisco Javier López Álvarez (Portugalete, 1959), es un devoto seguidor de la sentencia «el que piensa, pierde». Quizá por eso le ha colocado Sánchez a la vanguardia de sus peones políticos. Aquello que nadie con cierta solvencia intelectual se atrevería a decir esta lumbrera de Portugalete lo verbaliza encantado, aunque se lleve por delante el diccionario de la RAE, el decoro ante los ciudadanos y el respeto por la Prensa, a la que despacha a veces con rabotazos discursivos impropios del portavoz parlamentario del partido que gobierna.
Rozó el techo de su competencia cuando el PP, gratis et amore, le convirtió en 2009 en presidente del Gobierno vasco. Jamás ha agradecido ese gesto de generosidad del otro partido constitucionalista, que prefirió investir a un mal menor como López, para ahormar un discurso antiseparatista en el País Vasco y alejar al PNV del poder, donde había instituido un régimen. Lejos de ponerlo en valor, ha sobreactuado siempre contra el PP, cada vez que tocan a rebato en Moncloa para defender al jefe, contra el que batalló en unas primarias pero al que se ha abrazado como su último clavo ardiendo. Y no le importa salir más quemado que la pipa de un indio, un frigorífico comparado con la reputación de Patxi.
Ahora, con el caso de Begoña Gómez, se ha convertido en un híbrido de Maduro, la bruja Lola y Conde-Pumpido
Ahora, con el caso de Begoña Gómez, se ha convertido en un híbrido de Maduro, la bruja Lola y Conde-Pumpido. Ya nos ha advertido señalando, al modo caribeño, al juez que investiga a la mujer de Sánchez que «este es el caso Peinado»; después, haciendo alarde de sus dotes adivinatorias nos ha adelantado que «ni hay ni habrá caso Begoña» y, para terminar, y siguiendo el magisterio del presidente del Tribunal Constitucional con el blanqueamiento de los ERE, ya ha calificado la instrucción de «cacería». Solo dijo una verdad: llamó «presidenta» a la pareja de Sánchez. Un lapsus que era toda una declaración de intenciones.
Aunque el constitucionalismo miró con esperanza su llegada a Ajuria Enea y nos confundió cuando invitó a su toma de posesión a las víctimas, pronto se entregó al pensamiento único nacionalista, un continuador más de las políticas de apaciguamiento, de complicidad con el derecho a decidir, y demás monsergas separatistas, que ha cultivado siempre el partido del racista Sabino. Cierto es que los votantes no tardaron en darle la espalda –en la siguiente legislatura perdió 100.000 votos ante Íñigo Urkullu–. Si hay que elegir entre el original y una mala copia, nunca se duda. Aunque Patxi ha hecho sus pinitos: como la traición a las víctimas de ETA, grabada indefectiblemente en ese sabio vaticinio de la madre de Joseba Pagazaurtundua, asesinado por los compañeros de Otegi, cuando le dijo «Patxi, dirás y harás cosas que me helarán la sangre». No tardó en hacerlas encalando a la banda asesina y negociando con sus herederos, primero de la mano de Zapatero y después de Sánchez.
El PP no aprendió de aquello y en 2015 facilitó que fuera nombrado presidente del Congreso, gracias a que Génova no presentó ningún candidato alternativo. Su condición de tercera magistratura del Estado fue fugaz. Apenas duró seis meses y ya demostró que el sentido institucional no iba con él. Dos años después, se presentó a las primarias para la secretaría general contra Susana Díaz y Pedro Sánchez. De aquella batalla, de la que resultó ganador el hoy presidente, queda para el recuerdo la pertinente pregunta de Patxi: «Pedro, ¿sabes lo que es una nación?». Ante lo que su jefe hoy apenas contestó con un hilo de voz: «Un sentimiento que tiene muchísima ciudadanía». A la luz del comportamiento del portavoz socialista en las Cortes, lo pertinente sería saber si acaso él tiene respuesta a ese interrogante.
Aquella rivalidad, lejos de ser un obstáculo, fue sanadora para López, que no ha hecho más que ascender en el sanchismo. Si bien jamás ha sido nombrado ministro, enseguida aprendió que, para contar con el favor del Sumo Líder, hay dos requisitos innegociables: sumisión y servilismo. Este aspirante a guitarrista de una banda de rock es además un ejemplo palmario de «fontanero» de partido. Hijo de un histórico dirigente socialista, Eduardo López Albizu, comenzó la carrera de Ingeniero Industrial pero jamás la terminó porque a los 28 años ya dependía de la teta pública como diputado en el Congreso.
Una de sus prioridades es su inigualable manera de despachar con modos poco democráticos a la prensa
Patxi dice que nunca sale de casa sin ideología porque así ordena sus prioridades. Entre ellas, una de las más apreciadas, es su inigualable manera de despachar con modos poco democráticos a la prensa. «No te voy a contestar» sobre las críticas de Page, o aquella respuesta de cuñado en la que afirmó que con la ley del «solo sí es sí» se trataba de «dar un toque de atención a los jueces» y de decirles «oigan, no me vayan por aquí», o el más reciente «qué más dará», cuando se le interrogó en el Congreso por los diputados que iban de cenas con su compañero de bancada, el imputado Curbelo, del caso Tito Berni, cuyo caso está todavía sin desentrañar en los despachos socialistas de la carrera de San Jerónimo. Pero nada mejora aquella desternillante sentencia durante el 15-M, cuando López aseguró que «el PSOE es la primera organización de los indignados de este país».
Lo mejor del diputado vizcaíno es su tradicional reacción al hecho anómalo de que su partido –como volvió a ocurrir el martes– no saque adelante ni una iniciativa legislativa –a excepción de la ley de amnistía– y en lugar de hablar de la debilidad de Sánchez y de su descomposición política lo explica todo por «la deslealtad del PP». Hay que reconocerle sentido del humor a este «todoterreno» vasco que lo mismo le da portar el ataúd de un compañero suyo asesinado por ETA, que pactar e irse de chiquitos con la pseudoperiodista –hoy su homóloga en el Congreso–, que era la que señalaba «los objetivos» a batir desde un libelo proetarra. ¿Quién dijo decencia?