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Zapatero y Maduro

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El perfil

Zapatero, de las nubes a las narcodictaduras

Resultó que ni tenía el buen talante del que presumía ni era el Bambi que pintó Guerra y, sobre todo, ha demostrado que su epílogo es tan oscuro como él

Hoy cumple 64 años José Luis Rodríguez Zapatero. Es de esperar que la celebración sea más explícita que su silencio pringoso ante el fraude electoral de su amigo Nicolás Maduro, al que ya ponen en tela de juicio, aunque tímidamente, hasta los del grupo de Puebla, el club de sátrapas que ayudó a fundar el presidente de la «zeja». Hugo Armando «El Pollo» Carvajal, hombre de confianza de Hugo Chávez, denunció hace tres años en la Audiencia Nacional que este taimado cómplice de los bolivarianos recibió pagos irregulares del régimen dictatorial venezolano e incluso apuntó a que tenía una mina de oro en ese país. Quizá eso tenga que ver con su atronador silencio.

Su antecesor socialista en el cargo, Felipe González, tiene claro que el expresidente hace lobby en la UE «a favor de violadores de derechos humanos», es decir, que aboga por que suspendan las sanciones de Bruselas contra figuras sanguinarias del chavismo. Una de sus protegidas más sonadas es Delcy Rodríguez, vicepresidenta de Maduro, aquella sujeta a quien, en la madrugada del 19 al 20 de enero de 2020, José Luis Ábalos recibió a escondidas en el aeropuerto de Barajas y de cuyo avión salieron maletas con secretos inconfesables. ¿Quién gestionó ese ilegal aterrizaje de Delcy? Pues el de siempre, el mismo que exhibe una inquietante sonrisa que jamás se corresponde con una buena acción.

Esta es la cosecha del presidente que resucitó el guerracivilismo en España tras llegar al poder por la conmoción de un brutal atentando que dejó 193 inocentes asesinados en unos trenes, aquel que reabrió el guirigay independentista, claudicó ante Otegi y los asesinos de ETA, e inventó lo de poner cordones sanitarios a la oposición, es decir, aniquilar a la derecha para que nunca gobierne. De ese experimento político que nos llevó a la ruina, solo podía emerger otra criatura con los mismos escasos escrúpulos, Pedro Sánchez. Hoy, ZP es su asesor áulico, su gurú, un visitador habitual en Moncloa, el hombre que susurra al sanchismo, al que el actual presidente agradece que le lave toda la colada sucia y, sobre todo, que consiguiera dar un empuje definitivo a sus nulas expectativas en las elecciones del 23 de julio de 2023.

De ese experimento político que nos llevó a la ruina, solo podía emerger otra criatura con los mismos escasos escrúpulos, Pedro Sánchez

Lo cierto es que ni uno ni otro tendrían que haber llegado a Moncloa: si Pedro ostentaba una anodina concejalía madrileña hasta que saltó a un escaño gracias a una carambola, ZP era un gris diputado leonés al que no se conocía ni una sola intervención parlamentaria desde que llegara a las Cortes en 1986, tras un paso fugaz por la docencia. Solo su inesperado triunfo en el Congreso socialista de 2000 le dio una notoriedad que jamás hubiera soñado con su trabajo parlamentario.

Desde que el que fuera jefe del Ejecutivo español de 2004 a 2011 se prestara voluntario a ejercer de mediador en la llamada Mesa de Diálogo de República Dominicana entre el régimen de Caracas y la oposición, sus vínculos con los dictadores latinoamericanos no han hecho más que ensancharse hasta bregar, como ahora, para defender a una narcodictadura. Viaja a Venezuela no menos de 30 veces al año y nadie olvida que, siendo presidente, nombró de embajador a Raúl Morodo, que acabó ante la Audiencia Nacional por recibir, presuntamente, más de cuatro millones de euros de una petrolera. ¿De qué país era la empresa? De Venezuela.

Tiene especial pituitaria para maridarse con lugares donde la democracia brilla por su ausencia y donde el ambiente huele a dinero. Su objetivo está ahora en Asia, junto al gigante tecnológico chino Huawei, cliente de una consultora del que fue su hombre de confianza, José Blanco. Nada se deja a la improvisación. Zapatero está haciendo una buena hucha para mantener su nivel de vida: vive en una mansión en Valdemarín, Aravaca, que compró en 2019 por 800.000 euros, aunque en el mercado se vendía por más de dos millones de euros. Cuando él y su esposa, Sonsoles Espinosa, salieron de Moncloa en 2012, tras pagar en las urnas el mayor recorte económico de la historia de España –al que fue obligado por Obama y la UE tras llevarnos a la bancarrota en los albores de la crisis de 2008–, alquilaron una dacha con derecho a compra, de donde le restaron el alquiler pagado hasta su adquisición. Aunque en principio levantaron un chalé en León para retirarse a tomar botillo, terminaron vendiéndolo para empadronarse en Madrid. Enseguida vio el expresidente el negocio que suponía trabajar de lobista en Caracas, en Marruecos (con su amigo Moratinos de enlace) y ahora con los chinos. Su especialidad es, como se puede comprobar, el mundo libre y los dirigentes democráticos.

Aunque apoyó a Susana Díaz frente a Sánchez, es hoy su hombre de confianza y quién sabe si su sucesor en el liderazgo del PSOE. En una perfecta mezcla entre la abeja maya y Jack el Destripador, se le conoce por la pedantería de sus intervenciones. En las elecciones de julio del año pasado protagonizó una descacharrante alocución en un mitin en el que aseguró que «somos el único sitio del universo, de todos, donde se puede leer un libro y donde se puede amar». Hay quien lo disculpó con un argumento imbatible: «¿Quién no se ha pillado una así?». El presidente que llegó al poder tras el mayor atentado terrorista de la historia de Europa es especialista en infantilizar a sus votantes, más proclives así a ser manipulados. «No matemos al vecino, invitémosle a tocino», escribió su admirada Gloria Fuertes: por eso Zapatero bajaba de las nubes a ratos para recortar el sueldo a los funcionarios y congelar las pensiones, ahora para defender narcoestados y siempre para cavar trincheras para uso y disfrute posterior de Sánchez.

De este presidente tóxico, nos queda el odio, el resentimiento identitario y la semilla de la que brotaría Podemos, formación a la que ayudó a nacer, con la inestimable colaboración de su exministro José Bono. El tiempo que le deja libre su misión de blanqueador de dictadores caribeños, lo ocupa en muñir las alianzas del Gobierno socialista con separatistas y filoetarras, porque él es un devoto de pasar página de ETA, como si de la memoria de las víctimas se pudiera borrar a sus padres mutilados o a sus hijos en ataúdes blancos.

El tiempo que le deja libre su misión de blanqueador de dictadores caribeños, lo ocupa en muñir las alianzas del Gobierno socialista con separatistas y filoetarras

En mayo de 2011, Francia se incautó de las actas redactadas por ETA en las negociaciones con el Gobierno de Zapatero. En ellas, los etarras hablaban de la necesidad de poner intermediarios «para acceder a Gorburu» (hombre rojo), apelativo en clave por el que conocían a ZP, que ahora se arroga el mérito de haber acabado con los asesinos, y fue su mejor negociador, una frágil veleta dispuesta a rendir al Estado a cambio de convertir a los herederos de la banda, con uno de sus principales matones a la cabeza, en un partido «blanco» con el que pactar las pensiones de los españoles. Un papelón digno de Hollywood que sus interlocutores, encabezados por Arnaldo Otegi, se encargaron de desenmascarar.

Corría la primavera de 2005, un año después de las bombas de Atocha, cuando el líder de ETA era detenido por pertenencia a banda armada, y en la vistilla previa le preguntó al fiscal que pedía para él prisión incondicional, que si Cándido Conde-Pumpido conocía lo que estaba pasando. Daniel Portero, hijo del fiscal asesinado en 2000, Luis Portero, escuchó las bravuconadas de Otegi. El etarra preguntaba si un fiscalillo tenía permiso del jefe para empurarle a él, nada menos que al negociador de «Gorburu». Luego, el propio Pumpido lo justificó con aquello de que los jueces tenían que arrastrar las togas por el polvo del camino. Hoy la suya en el TC está para el tinte.

El Zapatero que va de amigo de los dictadores bolivarianos, el héroe de los cómicos subvencionados de la «zeja», resultó que ni tenía el buen talante del que presumía ni era el Bambi que pintó Guerra y, sobre todo, ha demostrado que su epílogo es tan oscuro como él. Una persona que le conoce bien, el expresidente madrileño Joaquín Leguina, acaba de señalar que es mejor pensar que ZP recibe compensaciones por su papelón venezolano porque si no, habría que concluir que es «imbécil». Como si una cosa, querido Joaquín, fuera incompatible con la otra.

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