El perfil
Óscar Puente, el ministro del tren de la bruja
Llegó a nuestras vidas no para gestionar nuestros transportes, sino para que temblaran los fachas. Y lo único que ha temblado es toda la red de infraestructuras de España
El Senado vivió hace unas horas un momento insólito. Allí comparecía el ministro de Transportes y Movilidad Sostenible del Gobierno de España, Óscar Puente Santiago (Valladolid, 1968), para dar cuenta del desastroso presente de los trenes en España, antaño una red admirada en todo el mundo y hoy con una puntualidad que se ha desplomado del 90 al 74 por ciento, con miles de viajeros de Chamartín varados o trenes averiados a 40 grados en un túnel. Después de escucharle, los senadores tuvieron la impresión de que de este caos que viven miles de viajeros la culpa la tuvo entera el vaivén del tren. Según el discurso del titular de Transportes, el Ministerio con mayor inversión de todo el Ejecutivo, todo el mundo es responsable menos él: Franco, Rajoy, el medioambiente, las subcontratas, los actos vandálicos, los suicidas y la meteorología. Hay miembros del Senado que todavía están hiperventilando después de levitar con el desparpajo del ministro que, eso sí, por lo menos da la cara. No como su amado líder.
Pero es que Puente llegó a nuestras vidas, no para gestionar nuestros transportes, sino para que temblaran los fachas. Y lo único que ha temblado es toda la red de infraestructuras de España. De hecho, los españoles le pusieron cara, voz e improperio en la primera sesión del debate de investidura de Alberto Núñez Feijóo. Ese día pasó de represaliado de Pedro Sánchez a su brazo armado, insultador oficial del PSOE y campeón mundial de tuits de su partido. Aquella tarde, «el quebrantahuesos» –como le llaman sus correligionarios– dejó la quinta fila del grupo, adonde le había mandado el Sumo Líder por ser un mal portavoz de Ferraz, para labrarse un puesto en el Consejo de Ministros, ese espacio público en el que quien piensa, pierde. Ya sabía el exalcalde de Valladolid que el que propaga odio contra la derecha gana plaza en el olimpo pedrista. Él no tardo en hacerlo.
Pero, claro, con mandobles no se arreglan los retrasos en los trenes españoles, el desastre de las Cercanías, ni la desazón de los viajeros del AVE. Es decir, sus competencias. Ni con un discurso faltón se aclara el hedor que desprende su Ministerio por el caso Koldo, que le ha obligado a destituir a dos de sus altos cargos, por los que dio la cara cuando llegó, pero que, por arte de magia, ahora echa del Departamento porque adquirieron muchas mascarillas a la trama de Ábalos y sus mariachis. El sucesor del otrora ministro de Fomento «compró» a esos altos mandos y ahora, cuando ve que la porquería llega hasta sus zapatos, se desprende de ellos para poner un cortafuegos en el Ministerio.
Ya se sabe que cuando Óscar habla, insulta a un juez, descarrila un tren o se rompen relaciones con un país amigo. Aquella tarde en la que opositó a ministro llegó hasta 76.000 seguidores en la antigua Twitter: ganó ocho mil tuiteros que, huérfanos del Sálvame, sustituyeron los insultos de la recua de Telecinco por los de Puente contra Feijóo. O contra Ayuso. El Sálvame de Jorgeja por fin tenía un correlato pagado con dinero público, con un tuitero-ministro con ganas de agradar al jefe.
Fue actor en los años 90, cuando suplicaba entrevistas por los periódicos (de derechas) madrileños
Nadie se le escapa: atiza a periodistas, a jueces, a presidentes y a ciudadanos anónimos. Intenta tapar las vergüenzas de la nefasta gestión de Su Sanchidad y de su humillación ante los indepes con sopapos al discrepante. En ese ágora del pensamiento contemporáneo que es X ha dejado reflexiones que han rozado la cumbre de la lengua castellana: «gilipollas, idiota, imbécil, no tienes ni p... idea…» forman parte de su repertorio cuando alguien osa censurar su gestión (a veces no con las mejores formas), antes como alcalde de Valladolid y ahora como ministro de Transportes.
Este corrosivo abogado pucelano de casi 56 años antes que cocinilla de los enjuagues sanchistas fue actor en los años 90, cuando suplicaba entrevistas por los periódicos (de derechas) madrileños. No se le conoce como cabeza de cartel en su palmarés artístico; las crónicas hablan de un papel discreto como Valerio en El Avaro, de Molière, que le debió dejar huella en su espíritu y por eso sirve a otro egoísta señor –este de Pozuelo de Alarcón.
Cuando dejó la interpretación en 2004, Puente fue colocado como vicesecretario provincial de su partido y hasta ahora ha vivido del presupuesto público. Como su mentor, «cambia de opinión» con una soltura admirable. Hace unos meses calificó a Puigdemont como el «Charles Mason» de la política española, jefe de una secta –los separatistas–, que le siguen al infierno con los ojos cerrados. En su actual reencarnación como el Demóstenes del sanchismo, se ha trasmutado en el mayor defensor del refugado.
Separado de la madre de sus dos hijas, la prensa le ha mostrado como un devoto aficionado a las fiestas, las salidas nocturnas y el disfrute; hasta cuenta con una impagable foto en un yate propiedad de un empresario beneficiado con concesiones públicas durante la pandemia y, en este mismo verano, se le ha visto feliz jugando al golf, ese deporte tan de fachas.
Como buen feminista de pacotilla comparó la amnistía con una mujer que se casa «de penalti» o definió al novio de Isabel Díaz Ayuso como un «testaferro con derecho a roce». Lo penúltimo ha sido adelantar que el TC va a amnistiar la malversación de Puigdemont y ha cargado duramente contra el Supremo y el juez Llarena. Curioso que un abogado ramplón, que lleva viviendo casi toda su vida de la política, se permita arremeter contra un magistrado. Y, lo peor, dar por sentado que el ministro número 23 de Sánchez, Conde-Pumpido, blanqueará a Puchi. Un especialista en pisar charcos y desatender sus obligaciones como Puente no podía fallar en esto. Así que ya es conocido como el ministro de insultos varios. Y su título más acreditado: ministro del tren de la bruja.