La nueva forma de engaño que usará Sánchez, en palabras de su jefe de Gabinete
La pituitaria del presidente detectó hace tiempo que su máquina de hacer relatos olía a quemado y había que poner remedio. Con Diego Rubio vuelven los cuentos, como en tiempos de Iván Redondo
Una mañana de mayo de 2021, Pedro Sánchez se anudó una corbata roja y se dirigió al Museo Reina Sofía. Allí le esperaba buena parte de su Gobierno, como es habitual cada vez que el presidente convoca uno de esos actos de pompa y boato. En aquella ocasión, Sánchez les había reunido para presentar el Informe España 2050, un compendio de más de 200 propuestas para una estrategia nacional de largo plazo. «Conquistar la vanguardia educativa»; «convertirnos en una sociedad neutra en carbono, sostenible y resiliente al cambio climático»; «preparar nuestro Estado del Bienestar para una sociedad más longeva»… propósitos muy sonoros, todos ellos.
El coordinador de aquel documento, en el que participaron en torno a un centenar de expertos, era el historiador Diego Rubio Rodríguez, un entonces desconocido director de la no menos desconocida Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia; un órgano que Iván Redondo había convencido al presidente para que creara en el Gabinete de la Presidencia un año y medio antes.
El epílogo de aquel extenso trabajo, que dibujaba España a tres décadas vista, se titulaba Redescubrir el optimismo. En él, sus autores decían querer «ayudar a que España piense un poco más en el largo plazo y a que lo haga con mayor ambición, menos crispación y más voluntad de consenso». Y seguían: «Los seres humanos no podemos predecir el futuro, pero sí podemos soñarlo, planearlo y hacerlo realidad. Seamos optimistas. Recuperemos la confianza en el progreso, en nuestro país, y en nosotros mismos».
Volvamos al presente. Al miércoles 4 de septiembre. Sánchez había citado a su Gobierno y a algunos «representantes de la sociedad civil» -Unai Sordo, Pepe Álvarez, el padre Ángel y los habituales- en el Instituto Cervantes. El motivo: inaugurar el curso político, que es algo muy del gusto del presidente (un año lo hizo en la Moncloa junto a medio centenar de ciudadanos elegidos por su equipo que le hacían preguntas, pero quedó tan artificial que ya no repitió).
En los últimos compases de su discurso, Sánchez se transformó en Mr. Wonderful: «Yo creo que España vive uno de sus mejores momentos de las últimas décadas. Estos son buenos tiempos para los optimistas y malos para los agonías. El optimismo construye sociedades, hace avanzar países. Nosotros venimos con las pilas cargadas, tenemos nuevas ideas, tenemos los mejores equipos y las mismas ganas de siempre. Venimos cargados de proyectos y de optimismo porque eso es lo que nuestros ciudadanos y ciudadanas necesitan y esperan de sus representantes. Porque con esos materiales, con proyectos y optimismo, es como se construye país. Así que adelante».
Estos son buenos tiempos para los optimistas y malos para los agonías
Acertaron, lectores. El discurso llevaba el aroma del que horas después sería confirmado como el nuevo jefe de Gabinete de Sánchez en sustitución de Óscar López, Diego Rubio. Apuesten a que, en las próximas semanas, al presidente no se le cae de la boca la palabra «optimismo» frente a los malos malísimos. Él, que construyó dos campañas electorales (generales de 2023 y europeas de 2024) bajo una única premisa, la del miedo a «las derechas», ahora se presenta como el defensor de la alegría.
¿Qué pretende el presidente?
El nuevo jefe de Gabinete de Sánchez despierta recelos en la Moncloa y el PSOE
No se puede decir que Sánchez tenga chico nuevo en la oficina, porque Rubio lleva cuatro años y medio trabajando a sus órdenes. Pero su llegada a la primera línea de la Moncloa significa una cosa: vuelven los relatos, la postverdad, los adornos, las narrativas fabricadas. En definitiva, vuelven los cuentos, como en los mejores tiempos de Iván Redondo.
Vuelven los cuentos
La pituitaria de Sánchez detectó hace ya tiempo que su máquina de hacer relatos olía a quemado. En los últimos meses, ni uno solo le ha salido bien, y había que poner remedio a eso. Cuando volvió de sus cinco días de retiro en la Moncloa, nadie creyó que su supuesta crisis existencial y conyugal había sido real, sino más bien una colosal maniobra para fortalecerse. Cuando pactó con el PP la renovación del CGPJ, los populares supieron instalar en la opinión pública la percepción de que ellos habían doblado el brazo a Sánchez y que el presidente había cedido en todo. Incluido el cambio en el sistema de elección de los jueces. De aquellos días es esta frase del presidente a Alberto Núñez Feijóo, durante una sesión de control al Gobierno, cuando el líder de la oposición le afeó que las instituciones europeas le hubieran tenido que obligar a firmar el acuerdo: «Para usted la perra gorda», le dijo, asumiendo la derrota narrativa. «Lo importante es que se cumpla la Constitución y que hemos renovado el Consejo General del Poder Judicial», añadió.
Cuando Carles Puigdemont se fugó en las narices de los Mossos, el Gobierno negó reiteradamente cualquier implicación. Sin embargo, a los ojos de los españoles quedaron como un Ejecutivo que había dejado escapar a un prófugo de la Justicia para tener la investidura de Salvador Illa en paz. Más aún: que había pactado la escena con el prófugo. Y ya no digamos lo que les está pasando con el acuerdo firmado con ERC sobre la financiación de Cataluña. El Ejecutivo optó por el silencio durante buena parte de agosto, dejando que fuera Esquerra quien impusiera su versión: que era un concierto catalán en toda regla (término que no aparece como tal en todo el documento, en eso tiene razón María Jesús Montero). Y para cuando la ministra de Hacienda quiso salir a desmentir o matizar a los republicanos, ya era demasiado tarde. Aun hoy, el Gobierno sigue enredado en una estrategia de dilación, rodeos e inconcreciones, incapaz de articular un argumentario que avale su teoría de que es posible privilegiar a Cataluña sin agraviar el resto de las comunidades. Lo de comparar el concierto catalán con la bonificación fiscal que reciben Cuenca, Soria y Teruel para frenar la despoblación ha sido el sumun del despropósito. Para colmo, Patxi López no debió de leerse el argumentario que le pasó Ferraz y el martes contradijo a los suyos, asegurando que una cosa y otra no son «comparables».
Para hacerse una idea de lo que se viene, basta tomar un extracto de la tesis que el nuevo jefe de Gabinete del presidente publicó en la Universidad de Oxford, bajo el título The ethics of deception (léala entera aquí). Es decir, la ética del engaño. En él, Rubio describía la ambigüedad como la forma de engaño más extendida y efectiva en política, y justificaba su uso. Página 27: «Los políticos constantemente utilizan esta forma de engaño (la ambigüedad), cuando sus posibles votantes les piden que revelen sus compromisos de futuro. Para obtener su apoyo, necesitan decir lo que ellos quieren escuchar, pero sin quedar comprometidos en una posición falsa de la que luego les sería imposible retractarse. Para hacerlo, a menudo emplean mensajes llenos de vaguedades, anfibologías y eufemismos. El engaño mediante la omisión de la verdad tiene muchas ventajas respecto a la mentira. Por una parte, permite esquivar el estigma cultural de la mentira, rebajando la presión moral sobre el individuo (arrepentimiento, culpa, miedo al castigo etc.). Por la otra, permite obtener los beneficios de hacer trampa evitando sus consecuencias sociales negativas (posibles represalias de la víctima, desconfianza, exclusión del grupo etc.)». Así que ya saben. Antes Sánchez no mentía, simplemente cambiaba de opinión. A partir de ahora no mentirá, simplemente dirá una cosa y la contraria.