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Óscar López, nuevo ministro para la Transformación Digital y de la Función Pública

El nuevo ministro para la Transformación Digital y de la Función Pública, Óscar López

El perfil

Óscar López, del «este tío nos lleva al desastre» a ministro

Es un claro ejemplo de cómo cambiar de bando y no morir en el intento: puede dar sus frutos políticos siempre que se purguen las culpas y se demuestre por fin adhesión inquebrantable al Líder

Hubo un tiempo en que Óscar López Águeda (Madrid, 51 años, aunque con raíces en la localidad segoviana de Riaza), compitió con Pedro Sánchez por reinar en el corazón de José Blanco, a quien Zapatero había convertido en su secretario de Organización en 2000. En los fogones de Ferraz, ambos se fajaron —junto a Antonio Hernando— por ver quién medraba mejor en el escalafón socialista. Eran «los chicos de Pepiño». Desde entonces, López lo ha sido casi todo en su partido: parlamentario durante dos legislaturas, líder con nula suerte electoral del PSOE de Castilla y León (nunca logró desbancar al PP de Herrera), portavoz en el Senado y finalmente número tres de Rubalcaba, tras Elena Valenciano.

El hoy sustituto de Escrivá como ministro de Transformación Digital y Función Pública es un claro ejemplo de cómo cambiar de bando y no morir en el intento: puede dar sus frutos políticos siempre que se purguen las culpas y se demuestre por fin adhesión inquebrantable al Líder. Él lo ha entendido muy bien. El mismo que prosperó con Rubalcaba abrazando el credo socialdemócrata, hoy es más sanchista que Sánchez. Sin embargo, los dos amigos vivieron un cese temporal de la convivencia cuando en 2016 el entonces secretario general del PSOE fue expulsado por los barones porque no quiso facilitar con una abstención la investidura de Rajoy.

El hasta entonces fraternal López decidió secundar la candidatura de Patxi López, la tercera vía en la pugna Sánchez-Susana, pero la victoria de su examigo contra todo pronóstico le dejó en la lona, con el rearmado secretario general más quemado con él que el palo de un churrero. Tuvo que pasar un tiempo para que Su Sanchidad le perdonara, y no fue en un solo asalto. De hecho, la exdirigente de UPyD, Rosa Díez, cuenta en su libro Caudillo Sánchez una anécdota demoledora sobre el cambio de chaqueta de Óscar López. El 14 de julio de 2018, un largo mes después de que triunfara la moción de censura contra Rajoy, en la embajada francesa en Madrid, el hoy ascendido a ministro dijo en un corrillo, refiriéndose a su examigo, que «este tío nos llevará al desastre». Fue así, pero con el tiempo él colaboró como el que más en ello.

El mismo que prosperó con Rubalcaba abrazando el credo socialdemócrata hoy es más sanchista que Sánchez

Semanas después de esa maldad en los jardines de la legación gala, Sánchez abrió la oficina de empleo a amiguetes y colocó al díscolo López en la presidencia de Paradores, con un sueldo cercano a 200.000 euros. Fue lo más parecido a un purgatorio de lujo. Pero un purgatorio público cuyas cuentas el flamante ministro llevó a la ruina, tal y como denunció el Tribunal de Cuentas. El acercamiento entre los antiguos colegas estaba más próximo, pero hasta tres largos años después no se produjo el definitivo reencuentro. La etapa de Paradores le sirvió a López para digerir que, para prosperar al lado del César, había que traicionar al PSOE clásico de González y Rubalcaba; después militar en el populismo socialista y, finalmente, coadyuvar para enterrar el pacto de 1978.

Et voilà, Óscar fue definitivamente rehabilitado cuando el pulgar del César se levantó para designarle sustituto en julio de 2021 del gurú Iván Redondo, jefe de gabinete en Moncloa, que fue inopinadamente decapitado por Sánchez en una fiesta de sangre que también se cobró a Carmen Calvo y al inefable José Luis Ábalos. Así, López volvía por la puerta grande al corazón del poder —acompañado por Hernando, el tercero de los chicos de Pepiño— para ocupar por fin un puesto vital en el engranaje de cualquier Presidencia del Gobierno, un cargo que atesora más poder que el que ostentan la mayor parte de los ministros.

Justo es decir que este licenciado en Ciencias Políticas por la Complutense, y responsable de la Ley Audiovisual socialista, tuvo un papel importante en la exitosa gestión, junto a Rubalcaba, de la abdicación del Rey Juan Carlos. Entonces aprendió que un valor seguro para las cocinas políticas es la discreción, la misma que ha guardado escrupulosamente mientras ha controlado la oficina de Sánchez. Uno de sus más estrepitosos fracasos fue cuando preparó el debate televisivo electoral del año pasado entre el candidato a la reelección y Núñez Feijóo, debate que perdió claramente Sánchez. Un traspié que en Moncloa todos atribuyeron a las obsesiones de su jefe de Gabinete por ningunear y humillar al líder del PP desde que vino de Galicia. Pero, a pesar de sus patinazos, López tenía hambre de balón. Por eso se acaba de estrenar, con tono pendenciero, al recibir la cartera de manos de Escrivá: «Hablaré y habrá para todos», amenazó. Sabe que tendrá que elevar el listón para ganar la competición con el otro Óscar del Gobierno, de apellido Puente, en el arte del insulto y la descalificación. Ya ha asomado la patita esta semana encarándose con Miguel Tellado, portavoz parlamentario del PP, al que tiene sentado detrás en el Congreso y acusa de no parar de hablar en el escaño y lanzar bulos.

Fue definitivamente rehabilitado cuando el pulgar del César se levantó para designarle sustituto en julio de 2021 del gurú Iván Redondo

Sánchez pudo suprimir hace una semana una cartera que no sirve para nada y en la que vegetaba Escrivá a la espera del premio gordo del Banco de España, pero decidió no desperdiciar la oportunidad de otorgar una nueva canonjía con dinero público a quien pacientemente se había ganado su perdón. Había que pagar la fe del converso. Y eso que Óscar López sabe lo mismo de Transformación Digital y Función Pública que de hostelería y turismo, lo que no impidió que fuera presidente de Paradores tres años. Ahora todos esperan tardes de gloria de quien tendrá que sobreactuar para demostrar que lo de apoyar a Patxi contra Pedro fue un pecadillo de juventud.

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