El perfil
Isabel Rodríguez, la sonrisa amenazante del régimen
Tan sanchista es Isabel, que anda estos días un poco nerviosa intentando ser la alumna más aplicada del Gobierno, disputándole el premio a Puente, Bolaños y Montero
Hace unos días, el presidente castellano-manchego, Emiliano García-Page, contestó un «puede ser» cuando se le sugirió en una entrevista en Telecinco que Pedro Sánchez podría mandar a la ministra de Vivienda y Agenda Urbana, Isabel Rodríguez García (Abenójar, Ciudad Real, 1981), a moverle la silla en el congreso regional que se celebrará probablemente a primeros de año. Difícil de conseguir, pero ese es uno de los sueños del presidente: jubilar al barón que más quebraderos de cabeza le da y que, paradójicamente, es el único que ha conseguido una mayoría absoluta con las siglas socialistas. Ella, la exalcaldesa de Puertollano, se deja querer como reemplazo, pero sabe que ese sería un cáliz difícil de beber; y no solo por el tirón de Page sino porque de convertirse en su sucesora seguramente se llevaría todas las tortas electorales que los manchegos querrían propinar a Su Sanchidad, del que es devota militante. Por mucha sonrisa que impostase, sería difícil que Rodríguez les pudiera convencer a sus paisanos que dotar de privilegios fiscales a Cataluña no les iba a restar quirófanos en sus hospitales, becas para sus niños y cuidados geriátricos para sus mayores.
Tan sanchista es Isabel, que anda estos días un poco nerviosa intentando ser la alumna más aplicada del Gobierno, disputándole el premio a Puente, Bolaños y Montero. Esta licenciada en Derecho es consciente de que como su Ministerio no sabe ni puede arreglar el problema de la vivienda, lo aconsejable en estos casos es arrear a los barones del PP. Los jóvenes no conseguirán alquileres asequibles ni casas baratas para emanciparse, pero en Moncloa pelearse con Ayuso, Moreno o López Miras cotiza muy alto y te puede salvar de un indeseado relevo en la próxima crisis de Gobierno motivada por la salida de Teresa Ribera. Ya perdió la portavocía en Moncloa, donde acumuló, por cierto, cuatro apercibimientos y dos expedientes sancionadores de la Junta Electoral Central por su falta de neutralidad, y no quiere que la despojen de la migaja última que le dio el presidente en 2023, resucitando el Ministerio de Vivienda que se inventó Zapatero y que jamás ha dado un solo fruto, entre otras cosas porque las competencias en la materia recaen en Comunidades y Ayuntamientos. Entre las pocas luces de su gestión hay que destacar la reciente firma con el alcalde de Madrid de la Operación Campamento, una cicatriz urbana a orillas de la carretera de Extremadura, que llevaba encallada desde hace más de treinta años. No obstante, también en ese acto intentó meter cizaña entre Almeida y su partido a causa de la Ley del Suelo. Nunca decepciona.
Curtida en mítines contra el PP desde la sala de prensa de Moncloa, ha vuelto por sus fueros amenazando a los barones populares de que el Gobierno les retirará la financiación si no aplican lo de topar los precios del alquiler en las zonas tensionadas, una medida que allí donde se ha aplicado ha hecho descender la oferta y, por tanto, ha agravado el problema estructural. Hace unos días la ministra dedicó toda su comparecencia a meterse con Ayuso y llamarla insumisa, cuando tiene a su «amigo» Page en contra de esa misma norma y al asturiano Barbón haciéndose el longuis. Pero es que Isabel Rodríguez tiene siempre en el radar a la presidenta de la Comunidad, como manda el catecismo monclovita. El 2 de mayo del año pasado, recibió la invitación de la Comunidad de Madrid como ministra de Administración Pública para que acudiera a la fiesta regional; ella declinó asistir sin causa justificada (el día anterior, 1 de mayo, sí tuvo el gusto de manifestarse como una activista más con los sindicatos en Puertollano), pero aprovechó para enredar delegando su invitación en Félix Bolaños, a sabiendas de que el hoy ministro de Justicia iba a montar una zapatiesta allí donde no había sido convidado. A la chita callando, Isabel generó un lío institucional que devino en ridículo sin precedentes de Gracita Bolaños.
Casada con Iván Molinero, afiliado desde primera hora a las Juventudes Socialistas de Puertollano, Isabel reúne las esencias de un buen socialista: se enroló muy pronto también en esas Juventudes y con 22 años fue la senadora más joven de España, para después, volver a su tierra como directora de Juventud, primero, y, a mayores, portavoz del Gobierno regional de José María Barrera, para terminar en Puertollano como alcaldesa durante dos años, antes de ser llamada por el Gran Timonel. Un currículum el suyo exponente de la más genuina clase pasiva del PSOE desde la cuna y de cómo hacer carrera sin haber cotizado ni una hora en la Seguridad Social al margen del presupuesto oficial.
Además de chantajear a los presidentes del PP, Rodríguez se ha despachado hace unas horas con una nueva tira cómica: ha pedido desde los micrófonos de la SER solidaridad a los caseros para que no suban el precio del alquiler «porque las viviendas en alquiler pertenecen a los pequeños propietarios», rompiendo el discurso de su partido de que la vivienda está en manos de grandes tenedores y especuladores; hasta Sumar dijo que la ministra era un insulto a la inteligencia.
Pero lo tiene más fácil de lo que parece: uno de cada cinco diputados del PSOE, sus compañeros, cobra un sobresueldo gracias a su condición de casero. A ellos debería pedirles solidaridad. Ya se sabe que la caridad bien entendida empieza por uno mismo.