El perfil
Ábalos, el cerco se estrecha
El diputado vale más por lo que calla que por lo que dice. Y a Pedro le conviene no despertar a la bestia
Moncloa hace ya muchos meses que ha sentenciado a José Luis Ábalos Meco (Paterna, Valencia, 65 años). Es su cortafuegos. Sin él, el fango llegaría hasta las mismísimas puertas del despacho de Pedro Sánchez, a orillas del de Begoña Gómez, donde tampoco falta chapapote. La auditoría encargada por Óscar Puente y que apunta a responsabilidades del exministro de Fomento en la trama de corrupción de su hombre de confianza, Koldo García, fue un aviso que no hubiera mejorado Coppola en El Padrino.
Querían que supiera que el cerco se estrechaba para él. Pero José Luis no se achanta. Ahora, el PSOE ha concedido al factótum de Sánchez que ideó la moción de censura contra Rajoy un plazo de cinco días para que presente alegaciones a la decisión de suspender de militancia. Es la última advertencia antes de decidir si lo expulsa o lo readmite, tal y como ha solicitado el hoy diputado del grupo mixto. Y sus problemas no acaban ahí.
La Audiencia Nacional está cimentando una futura exposición razonada contra el que fue número tres de Pedro Sánchez. Él ya asume que va a ser imputado –el juez solo espera un informe de la UCO para decir si le cita como investigado– y advierte que no entregará su acta de diputado. La cuña de la misma madera no se va a rendir sin hacer daño al tronco.
El exsecretario de Organización del PSOE, antecesor del turista habitual a Suiza, Santos Cerdán, ha pedido su reincorporación porque entiende que no ha cometido ninguna irregularidad y que el expediente que le incoaron en febrero ya ha caducado. Y tiene razón; son tan perezosos los socialistas, que han dejado pasar los plazos preceptivos.
Pero es que en Ferraz cualquier cosa que huela a Ábalos es una patata caliente que quema y hay que alejarla del jefe. Ahora encima José Luis amaga con complicar aún más la debilidad parlamentaria del Franckenstein. No ha olvidado ni olvidará nunca que en julio de 2021 lo echaron del Gobierno porque al presidente le habían llegado todo tipo de rumores sobre el comportamiento «poco presentable» de su mano derecha.
Él lo niega y se querella contra todo quisque que ose decirlo. Igual que se querella, pierde las querellas. Hasta las feministas del Ejecutivo, con Carmen Calvo a la cabeza, le habían hecho saber a 'Su Sanchidad' la contradicción que suponía criticar en público comportamientos machistas y tener un ministro que encajaba a la perfección con ese perfil. Fiestorras, mujeres, lucecitas, y muchos billetes. De 500 euros, a ser posible.
Sus correrías nocturnas con el inefable Koldo eran vox pópuli en los mentideros políticos. No había sarao que este dúo no frecuentara ni soez gesto que no exhibiera. Guardando las espaldas y los oscuros secretos de un jefe político a su medida, estaba siempre Koldo: con el perímetro abdominal paralelamente similar al suyo y los escrúpulos inversamente proporcionales a su colesterina. Un fenotipo que en la izquierda está documentada su proliferación. Cómo olvidar a Tito Berni, a los del dinero «pasar una vaca» del sindicalismo andaluz o al chófer de la coca de los ERE.
Ábalos fue situado en el Ministerio de Fomento, el que más presupuesto maneja, y así compatibilizó el control del partido y la cartera con más inversión del Gobierno. Tras el secretario general, era el que más poder acumulaba. Previamente otro fontanero de Sánchez, Santos Cerdán, le había presentado a Koldo, que se convirtió en asesor, conseguidor y hasta consejero de Renfe Mercancías mientras su esposa terminaba de ayudante de la secretaria del ministro.
Tanto Sánchez como Ábalos lo arroparon y él, calentito y protegido, se embolsó, según la Fiscalía, casi dos milloncejos de euros en comisiones ilegales de una empresa que facturó más de 52 en contratos para la compra de mascarillas durante la pandemia. Y es que tuvo la suerte de que el mando de los contratos la covid, que no pasaban la fiscalización pública por su carácter de urgencia sanitaria, lo ostentaban pocos ministros elegidos; y entre ellos, el suyo, «su» ministro. El «camarada Ábalos».
Así que José Luis y Koldo se hicieron uña y carne. En el pódium de sus mejores servicios al Amado Líder está el turbio asunto de Delcy Rodríguez (la vicepresidenta de Maduro que tenía prohibida la entrada en suelo europeo), a la que el exministro recibió en enero de 2020 a escondidas y con la que protagonizó un oscuro trasiego de maletas en Barajas.
¿Quién llevó en el coche (particular) al ministro a ese encuentro con la número dos de la dictadura venezolana? El eficaz Koldo. Todo discurrió por un cauce de excesos hasta que, en el verano de 2021, en un giro de guion para neutralizar la paliza que dio Isabel Díaz Ayuso a la izquierda en Madrid, el bueno de José Luis fue cesado fulminantemente (también Calvo e Iván Redondo, los otros escuderos), y mandado a presidir la comisión de Interior del Congreso. Ese día la empresa de los contratos millonarios de las mascarillas dejó de contar con el favor del Ministerio. Casualidades de la vida.
El mismo presidente que atacó al hermano de Díaz Ayuso por una inventada irregularidad que ha sido archivada por dos instancias judiciales distintas, volvió a meter en sus listas electorales el pasado 23 de julio a Ábalos. Así que fue depurado, 'ma non troppo'. Su aforamiento le permite, en caso de que termine imputado tras la maniobra de Puente, rendir cuentas únicamente ante el Tribunal Supremo.
Ahora, aunque le pese a Sánchez, están unidos. Por eso en Moncloa se entona aquello de «vamos a no hacernos daño» mientras suena la melodía de Nino Rota para Marlon Brando. Pero Ábalos vale más por lo que calla que por lo que dice. Y a Pedro le conviene no despertar a la bestia.