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Eduardo Zaplana sale del Congreso de los Diputados, en una imagen de 2008EFE

El perfil

Zaplana, una vida al borde del precipicio judicial

Al PSOE le hubiera gustado que cantase la Traviata contra su partido a cambio de beneficiarse de la amnistía diseñada para Puigdemont. Santos Cerdán no consiguió el trato hace unas semanas

Al PSOE le hubiera gustado que Eduardo Zaplana Hernández-Soro (Cartagena, 68 años) cantase la Traviata contra su partido a cambio de beneficiarse de la amnistía diseñada para Puigdemont. Santos Cerdán no consiguió el trato hace unas semanas, pero la elección del veterano dirigente valenciano no fue casual. Ferraz –desesperado por la mancha de corrupción que anega Moncloa– ha querido tirar de ese hilo, premonitor de que el expresidente valenciano lo sabe todo sobre Génova. De hecho, lo ha sido casi todo en ese partido al que ofreció los primeros años de éxito histórico del PP en la Comunidad Valenciana, un territorio promisorio para la derecha y granero de votos inagotable durante tres décadas, pero que degeneró en tumba política del partido, cuando los sumarios por malversación y cohecho se acumularon a las puertas de los principales despachos del PP.

Zaplana se retiró de la política en 2008, tras haber sido alcalde de Benidorm, presidente de la Comunidad Valenciana de 1995 a 2002, después de ocupar el Ministerio de Trabajo y la portavocía de José María Aznar hasta la caída del PP en las elecciones de 2004 y, como colofón, ejercer de implacable azote parlamentario de los primeros años de Zapatero en La Moncloa. Este abogado, de afilado verbo y fina cintura negociadora, había esquivado todas las balas judiciales que tumbaron a su partido en Valencia hasta este pasado día de Santa Teresa, en el que ha sido condenado a diez años y cinco meses de prisión por amañar contratos y el cobro de mordidas de los adjudicatarios públicos. Durante sus años de poder, vio recibir condenas a sus más cercanos colaboradores –Blasco, Olivas, Castellano y Cotino– pero él siempre disfrutó de una baraka que hasta sus enemigos políticos envidiaban.

Pero todo cambia el 22 de mayo de 2018 cuando Zaplana es detenido por la UCO en los inicios del caso Erial, que investiga sobornos de hasta 20,6 millones de euros. La Guardia Civil consideró acreditado que el expresidente valenciano cobró comisiones cuando gobernaba procedentes de cohechos que ocultó en Luxemburgo y otros paraísos fiscales y que luego fue repatriando. Pero el exministro de Aznar siempre ha negado la mayor y lo ha justificado como parte de una serie de favores entre amigos. Estuvo nueve meses –dos de ellos ingresado en un hospital– en prisión preventiva y, finalmente, la juez decretó su puesta en libertad a causa de la grave leucemia que padecía. Los informes médicos alertaban de un posible «riesgo de fallecimiento» en el centro penitenciario de Picassent. En estos últimos años, su recuperación ha ido pareja al largo procedimiento por el que acaba de ser sentenciado.

Pero más allá de las derivadas legales, su vida política es una de las más fructíferas de las últimas décadas. Tras arribar, procedente de UCD, a la alcaldía de Benidorm en 1991, desbancando al PSOE con una moción de censura, pronto aquel cometido municipal se le quedaría corto y pondría rumbo al Palau de la Generalitat donde consiguió desplazar a los socialistas con un pacto con Unión Valenciana. Con Julio Iglesias como reclamo de aquella Comunidad pujante, Zaplana puso en el mapa a la región en una historia de éxito para el PP sin precedentes. El barón popular, tan bronceado como audaz en los negocios, puso de moda su Comunidad, con un modelo de gestión liberal que luego importarían otras regiones como la madrileña, y acaparó cada vez más poder en la sede central de su partido. Por eso, en cuanto Aznar le reclamó para su último Gobierno en 2002 con la golosina de ser el portavoz de Moncloa, no dudó en dejar su tierra y marcharse a Madrid. Fue por poco tiempo ministro: hasta que el traumático 11-M y la inesperada victoria de Zapatero dieron un giro inesperado a la escena pública española y, desde luego, a la vida política del exbarón, enfocada al Gobierno y no a la oposición. En plena travesía del desierto de un Génova desnortado, es nombrado por Rajoy portavoz parlamentario y se autotitula defensor a ultranza de la teoría de la conspiración que discutía que el atentado de los trenes fuera obra del islamismo y señalaba a ETA como autora, en contra de la verdad judicial.

Mientras tanto, su larga sombra permanecía sobre la ciudad del Turia y las guerras internas también le persiguieron. El ex titular de Trabajo mantuvo una lucha fratricida con su sucesor en el Palau, Francisco Camps, que no aceptó «ni tutelas ni tutías», lo que desembocó en un enfrentamiento irreconciliable, un secreto a voces en la política valenciana y nacional, al que se sumó la recordada Rita Barberá, siempre del lado de Camps, amigo e inseparable concejal suyo en el Ayuntamiento de Valencia. Ahora cuentan que Zaplana y Camps mantienen una relación cordial tras haber alimentado durante lustros la comidilla política en su Comunidad.

Nunca se sentó en el banquillo hasta ahora y eso que le rozaron casos como Naseiro, Terra Mítica y Lezo –cuya implicación se intentó sustentar en conversaciones grabadas con el expresidente madrileño, Ignacio González. Pero sus enemigos no consiguieron verle declarar ante un juez hasta el caso Erial, que hoy podría llevarlo a la cárcel. Dotado de un indudable carisma, el exministro del PP y su mujer, Rosa Barceló, hija de uno de los políticos más importantes de Alicante, el exsenador Miquel Barceló, vivió la tragedia de perder a uno de sus hijos. Un duro golpe que la pareja, que ha compartido la misma enfermedad, ha sobrellevado con entereza y que ahora se une a la posible entrada en prisión del patriarca de la familia.