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Jorge Buxadé, en la sede nacional de Vox, en MadridVox

Entrevista

Buxadé: «El pueblo tiene que rebelarse contra unas élites que toman decisiones en contra de sus intereses»

El jefe de la delegación europea de Vox acaba de publicar su segundo libro, 'Globalismo: Las élites contra el pueblo', donde aborda entre otras cosas qué es Europa, la crisis que esta atraviesa o la amenaza que encarna la Agenda 2030

Asegura Jorge Buxadé que cree firmemente en Europa —también en la Unión Europea—, pero señala que no puede consistir en que haya «un Gobierno en Bruselas y los demás obedezcan», sino que «Europa son sus naciones». Por eso se muestra muy crítico con la deriva de las instituciones comunitarias y todo el entramado de poder que se ha ido creando paralelamente a la pérdida de soberanía de sus Estados miembros. De ello habla, entre otras cosas, el abogado del Estado y jefe de la delegación de Vox en el Parlamento Europeo en su segundo libro: 'Globalismo: Las élites contra el pueblo' (Bibliotheca Homo Legens, 2024).

–¿Qué es el globalismo y en qué se diferencia de la globalización?

–Es difícil definir el globalismo. Lo intento en el libro, pero es difícil. Podríamos entender que la globalización es el proceso natural del ser humano de ampliar el ámbito de sus intercambios, intercambios culturales, económicos… Se entiende muy fácil con ese vídeo documental que se ha hecho de ‘España: la primera globalización’.

Pero el globalismo es una ideología, un programa político, económico, cultural e incluso diría que moral, que abarca todos los ámbitos de la vida humana y que tiene muchas ramificaciones. Es wokismo en el ámbito de la cultura, es multilateralismo en el ámbito de las relaciones internacionales, es mundialista, digámoslo así, en el sentido de que se opone a las naciones… La globalización es un hecho natural propio del ser humano y, por lo tanto, diríamos que es buena, mientras que el globalismo es una ideología completa. Y yo en este aspecto lo critico. Se me puede definir como alguien que no es globalista.

–El subtítulo del libro es ‘Las élites contra el pueblo’. ¿De qué hablamos con el concepto de élites? ¿En qué momento empezaron a surgir esas élites globales y alcanzar esas cotas de poder que tienen hoy?

–El globalismo como ideología se aprovecha de una estructura internacional que nace a partir de Naciones Unidas. Se va desarrollando fundamentalmente a través de esos instrumentos, de las agencias, de los fondos y los organismos internacionales. También es difícil definir las élites, pero no lo es describir su actitud. Élite es el que manda, el que paga menos impuestos ganando más, el que no teme ser juzgado, el que toma las decisiones, pero en muchas ocasiones no aparece públicamente. Siempre ha habido élites, pero las élites globalistas se caracterizan, por un lado, porque no rinden cuentas a nadie, y, en segundo lugar, porque hay un claro desprecio hacia el pueblo.

En tiempos de la Edad Media o del Renacimiento las élites eran los reyes, los cardenales, los grandes artistas…todos rendían cuentas, estaban sujetos a un control, no era democrático, pero había un control social. Sin embargo, ¿quién controla a George Soros? ¿A Bill Gates? ¿Al secretario general de Naciones Unidas, António Guterres? ¿Quién controla lo que hace y ha estado haciendo la UNRWA en Gaza y a ese personal de la UNRWA que está apoyando el terrorismo de Hamás? ¿A Klaus Schwab, el presidente del Foro Económico Mundial del Foro de Davos? ¿Quién les ha nombrado y quién les puede cesar si lo hacen mal?

En segundo lugar, desprecian profundamente al pueblo, sus tradiciones, sus costumbres. Lo estamos viendo ahora fundamentalmente con esa Agenda 2030 que es todo un programa ideológico de desprecio hacia los respectivos pueblos, porque dice que será un programa mundial en el que todas las naciones tienen que quedar sujetos a ello, con independencia de su religión, sus tradiciones, su historia, sus costumbres, etc. Desprecian la agricultura, la ganadería, han optado por una economía puramente financiera, de ganar dinero a través de operaciones monetarias.

–Mencionaba la Agenda 2030. En el libro la define como un proyecto totalitario en el sentido de que lo abarca todo. Se ha ido implantando de una manera muy progresiva, y como usted y su partido han denunciado muchas veces, sin que se haya preguntado a nadie al respecto. ¿Qué ámbitos se ven amenazados por ella? ¿Cree que se percibe en la sociedad?

–Creo que la principal amenaza es, por un lado, a la triada clásica de vida-libertad-propiedad, los tres valores o principios políticos clásicos que eran irrenunciables y que están atacados por esa agenda, y ahora, muy especialmente, los sectores productivos de Occidente: agricultura, ganadería, industria. Estos son quienes más están sufriendo. Y cada vez se percibe más.

Hemos visto el año pasado manifestaciones donde había carteles y pancartas de agricultores con un «no a la Agenda 2030», porque han visto cuáles son las consecuencias de esas políticas, que en este caso es que por razones climáticas hay que hundir la agricultura europea para que todo lo importemos de fuera, que el planeta se va a morir si la agricultura española se mantiene productiva, pero si es de Marruecos, el planeta no se muere. Esto lo dice la Agenda 2030 expresamente porque dice que hay que incrementar las exportaciones de productos agrarios de países menos desarrollados. Es expresamente un plan.

Las élites globalistas no rinden cuentas a nadie y desprecian profundamente al pueblo, sus tradiciones, sus costumbres

Creo que hace cuatro años a lo mejor en un discurso político se nos acusaba de conspiranoicos…, ahora cada vez hay más españoles, más europeos que se dan cuenta de que estas agendas les destruyen, crean desempleo, están produciendo una pérdida de poder adquisitivo de las clases medias y populares, y empieza a haber una lenta pero una constante rebelión del pueblo.

–Señala también que, del mismo modo que España es «previa y mucho más que la Constitución de 1978», Europa es previa y mucho más que la Unión Europea y sus instituciones. ¿Es posible hoy recuperar la idea de Europa?

–Sí, la tesis del libro es que Europa es algo previo y distinto de la UE. Europa no es una nación política, es una idea. Europa es el origen de la civilización occidental, y la aspiración de una Europa unida siempre ha estado presente. Pero la UE es otra cosa, es una estructura administrativa, de poder que se está convirtiendo en enemiga de Europa. ¿Por qué? Porque Europa son sus naciones. La fortaleza de Europa es la riqueza de sus naciones, la gran diferencia que hay entre España, Francia, Italia o Hungría y Polonia. Sin embargo, si lo que se pretende es crear una estructura que arrasa con todas las diferencias y que impone las mismas normas, costumbres, tradiciones, etc., se está destruyendo Europa.

Y la segunda cuestión es que Europa es cristiana. No se puede concebir Europa sin el cristianismo y, por tanto, una UE laica, incluso abiertamente atea, materialista es la anti-Europa. Eso no significa que haya obligación de confesar o practicar una religión, sino que los fundamentos de Europa son el cristianismo, la vida, la libertad y la propiedad. Cuando la UE pretende que el aborto sea un derecho fundamental y no la vida, cuando aprueba normas que restringen la libertad, ya sea la de los medios de comunicación, la de expresión en las redes sociales, la de circulación para los vehículos en las grandes ciudades,… Eso es esencialmente una medida antieuropea.

Jorge Buxadé, en el Pleno del Parlamento EuropeoUnión Europea

–¿Cómo se puede hacer prevalecer la soberanía de las naciones en un mundo globalista?

–Ganando las elecciones. El pueblo ha de rebelarse y el modo normal de rebelarse es votando y dando el apoyo a gobiernos que crean en otro modelo de Europa y en otro tipo de relaciones internacionales. Nosotros creemos en la UE, yo creo firmemente en Europa y en la UE, y creo que mi libro es muy europeísta, pero creo que Europa no puede ser que haya un Gobierno en Bruselas y los demás obedezcan. Son esas naciones que cooperan, que son capaces de ponerse de acuerdo para hacer cosas grandes en conjunto.

Y lo mismo con las relaciones a nivel global. Una apuesta por el bilateralismo, que España, por ejemplo, pueda cerrar un acuerdo comercial con Ecuador o con Argentina y no tenga que esperar 20 años a celebrar un Mercosur que, al final, es un acuerdo tan complejo que nos va a perjudicar y nos obliga a desmarcarnos. Claro que es posible, con gobiernos que tengan otra forma de entender el mundo bajo el principio de respeto mutuo de las naciones. Hay que ganar las elecciones, y, por tanto, es esa llamada a la rebelión del pueblo. El pueblo tiene que rebelarse contra unas élites que han decidido que toman decisiones en contra de sus intereses.

–Habla también de dos tipos de internacionalismo. Por un lado, una corriente vinculada al marxismo que buscaba acabar con la fe y los conceptos de familia y nación, y otro que define como más blando y difuso, que sería el individualismo radical frente a la comunidad. ¿En qué momento confluyen ambos y en qué se traduce eso hoy?

–Efectivamente, el libro lo que trata de defender es la tesis de que eso que llamamos marxismo cultural y el individualismo más radical al final han acabado confluyendo. Aunque yo no digo una fecha, posiblemente alrededor de los años 90, en la caída del muro. El marxismo, el comunismo, el socialismo, la izquierda ha sido derrotada desde el punto de vista económico y político, pero no ha sido aniquilada y, por tanto, se camufla. Es entonces cuando se lanza ya decididamente a la defensa de esos identitarismos: el feminismo, el indigenismo, toda la doctrina de género…y también el tema del cambio climático. Esto se había ido elaborando durante décadas en las universidades públicas y en los congresos políticos, pero explota en el año 90.

Europa no es una nación política, es una idea; es el origen de la civilización occidental. La Unión Europea es otra cosa, es una estructura de poder

¿Y qué sucede en el otro lado? Lo mismo, porque cae el muro y la interpretación de la historia es la de Fukuyama, que el mundo se ha acabado, el fin de las ideologías, «hemos ganado». Y como hemos ganado quiere decir que tenemos razón y podemos llevar esto a su máxima expresión. Es ese individualismo que acaba siendo el camino hacia el transhumanismo. El ser humano es libre de toda atadura, puede cambiar su sexo, puede aniquilar el feto que lleva en su vientre una mujer sin ningún tipo de limitación ni explicación… Ese individualismo llevado a su máxima expresión al final confluye en la estrategia con ese marxismo que ha sido derrotado en lo económico, pero dice ¿cómo podemos destruir las estructuras capitalistas? Metiéndonos dentro. Y ahora es la tormenta perfecta, porque confluyen los mega ricos del Foro de Davos con las ONGs supuestamente izquierdistas. El cambio climático, el animalismo… todos son principios que han sido asumidos por la mayoría del consenso progre.

–Por otro lado, cuestiona que exista una democracia europea real, señalando que realmente cualquier norma se justifica con el hecho de que la aprueba mayoría, pero que el poder real lo tienen los partidos. ¿Por dónde pasa que haya una democracia real en Europa?

–Pasa en primer lugar porque no nos pensemos que ya tenemos el mejor modelo. Tenemos que hacer un esfuerzo intelectual. El Parlamento Europeo, que se dice que es el elemento democrático de la UE, en realidad es una trampa intelectual que hacen los «europeístas», porque en el Parlamento Europeo, por ejemplo, se votó hace pocos meses la famosa ley de restauración de la naturaleza. Sus efectos en España los votaron diputados en Finlandia, y votaron a favor. ¿Y cómo rinden cuentas?

Se ha creado la idea de que hay una democracia europea, pero la democracia solo es posible en el Estado nación, y como Europa no es una nación,… Por eso quieren construir Europa como nación. El Parlamento Europeo se vende a sí mismo como democrático. A partir de ahí, el poder enorme de los partidos políticos es evidente. ¿Qué hay que hacer? Ir cambiando las leyes progresivamente para que muchos ámbitos donde los partidos tienen la capacidad de decisión no la tengan. El ejemplo más fácil es el del Consejo General del Poder Judicial, donde se juntan PP y PSOE y nombran a los magistrados. Los partidos políticos han asumido el control de la mayor parte de las instituciones.