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Ilustración Teresa Ribera

El Perfil

Teresa, la Ribera anegada por la DANA y las mentiras

Lleva meses preparándose el examen que le harán en Bruselas pasado mañana. Inevitablemente con preguntas sobre la DANA como plato fuerte

Teresa Ribera Rodríguez (Madrid, 55 años) es vicepresidenta de Transición Ecológica. Quién sino ella para ser interpelada por la más letal catástrofe natural de nuestra historia. Pero en Valencia no ha estado ni está. Ni se la espera. De hecho, lleva sin comparecer en la política nacional, pese a ser vicepresidenta tercera del Gobierno, desde antes del verano. Y es que ya tiene miras más altas: ser una de las seis vicepresidentas ejecutivas de la Comisión Europea.

Así que lleva meses preparándose el examen que le harán en Bruselas pasado mañana. Inevitablemente con preguntas sobre la DANA como plato fuerte. Si no ha querido una taza, tendrá que tomarse dos. Con una decisión sin precedentes, Pedro Sánchez la sigue manteniendo como ministra, lo que le posibilitó usar la plataforma del Gobierno para hacer su campaña europea.

¿Qué hizo la simpar Ribera el 29 de octubre, fecha de la gota fría asesina? Pues, según el Gobierno, estuvo en la capital belga «pero en todo momento localizable por videoconferencia». Ese día, cuenta la propia ministra ausente, llamó en cuatro ocasiones a Mazón para ofrecerle ayuda.

Él ha enseñado el único SMS de la vicepresidenta, que se produce a las 20,20. Es decir, Ribera mintió. Y añade que «adelantó su regreso a Madrid a la mañana del miércoles en cuanto vio las dimensiones de la tragedia». Es cierto que volver a España volvió, pero hacer no parece que haya hecho mucho: a lo sumo se la ha visto fugazmente en alguna foto de los grupos de trabajo, escondida detrás de sus subordinados, los jefes de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) y de la Confederación Hidrográfica del Júcar.

Este último organismo desactivó tres veces la alerta de peligro (a las 13:00, a las 14:00 y a las 16:00) y no avisó hasta las 18:43, dedicándose a mandar un rutinario correo a Emergencias de la Generalitat por la crecida del barranco del Poyo. Con el mismo énfasis como si informara de lo caras que están las judías verdes en el mercado, cuando el volumen de agua que se precipitaba por esa rambla llegó a cuadriplicar el caudal medio del río Ebro y casi a duplicar su registro histórico.

Ese vacío informativo se unió a la tardía alerta ciudadana activada por la Generalitat de Carlos Mazón, de comida con una periodista en las horas críticas. Fue la tormenta perfecta. Pero al presidente autonómico le está cayendo la mundial y la reina del absentismo laboral pretende irse de rositas. Como su amado líder.

Teresa RiberaAFP

La responsable directa de las políticas hidráulicas, que ha hecho de la agenda verde una obsesión propagandística, no ha comparecido más que para acompañar hace unos días al presidente del Gobierno en la visita a la Aemet. Ribera ha hecho de la desidia su carta de naturaleza: la cuenca del Júcar, que depende de su Ministerio, solo ha invertido el 2 % de su presupuesto anual en construir edificaciones para evitar desbordamientos en los barrancos. Entre ellos, el del Poyo.

De hecho, en un documento oficial, Transición Ecológica ha reconocido que en los cauces hace la «mínima intervención». Por si tal desfachatez fuera poca, la vicepresidenta dará plantón esta semana al Congreso y al Senado para explicar la gestión de la DANA. En su línea, ya que los dos últimos meses solo ha acudido a tres sesiones parlamentarias. Su único objetivo ya es cobrar los 27.000 euros mensuales como comisaria europea: pasará de tener de jefe a Sánchez, a depender de Úrsula Von der Leyen.

De un autotitulado líder progresista a una dirigente conservadora, eso sí, rendida a los pies de 'dear Peter', que le ha convencido de que se lleve al Gobierno europeo este «regalito» que es todavía su vicepresidenta, que a su vez él recibió de Rodríguez Zapatero, de quien fue secretaria de Estado de Cambio Climático. Pero donde ha echado sus colmillos ha sido en el Gabinete de Pedro.

Lo primero que aprendió es a ser sectaria con todos cuantos no comulgan con su religión ecologista y, después, a mentir; perdón, a cambiar de opinión. De cargar sin piedad contra la energía nuclear ha pasado a defender que no se pongan obstáculos a las centrales, en línea con lo que está haciendo, por ejemplo, Francia.

Pedro Sánchez y Teresa Ribera, en el comite de crisis de la DANAPool Moncloa/José Manuel Álvarez

El reguero de damnificados que ha dejado en nuestro país durante los seis años que ha formado parte del Gobierno socialista es —antes de la DANA— interminable. Se ha intentado cargar los toros, la caza y el diésel, sectores a los que ha hecho un daño irreversible. Atacó el campo, a productos como el vino, el arroz y la carne, por no hablar de la atroz agenda 2030 que ha impuesto a agricultores, ganaderos y pescadores a los que ha llevado a la ruina.

Además de dar la espalda a las víctimas del drama de Valencia, tiene el deshonor de ser la primera socialista que habló de lawfare en España. Quizá por eso es una de las pocas ministras que ha sobrevivido desde el primer Gobierno de la moción de censura.

Su carácter hosco y sus políticas intolerantes la han llevado a ser una de las preferidas de Sánchez. Y es que se ha esmerado mucho: no es casual que fuera ella la que atacara al juez García Castellón por investigar a Puigdemont en el caso Tsunami. La sacerdotisa del dogma climático quiso colarnos, a las puertas de las urnas gallegas, los pellets como problema de Estado y ahora esta Dana de proporciones dantescas le importa una higa.

Teresa es más de ir en bicicleta a un encuentro climático en Valladolid para hacerse una foto que de trabajar eficazmente en el despacho. No hay un cliché trasnochado de la izquierda que no haya abrazado esta graduada en Derecho y con plaza en el Cuerpo Superior de Administradores del Estado.

La misma que tiene un muerto en el armario de casa que no huele precisamente bien. Su marido, Mariano Bacigalupo, es uno de los consejeros con más poder dentro de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia.

Para acceder al Gobierno de Úrsula, Europa tendrá que sopesar este tufillo a nepotismo. Eso y valorar —también el PP europeo— su irresponsable —quizá negligente, o tal vez doloso— comportamiento con la angustia de cientos de miles de compatriotas, algunos de los cuales seguro que se creyeron sus trolas sobre la lucha contra el cambio climático.