El perfil
Marlaska, un orgullo de ministro de los bulos
Sigue achicharrado y con la brújula moral averiada como último dique de Pedro Sánchez. Llegados a este punto, ya no tiene nada que perder
Los defensores de la gestión de Fernando Grande-Marlaska (Bilbao, 62 años) desde que prometió como ministro del Interior del Gobierno de Pedro Sánchez cabrían en un taxi y sobraría sitio, como los liberales de Pedro Schwartz. Sin embargo, los damnificados que está dejando a su paso desde que cambió la judicatura por la política desbordarían el Bernabéu. El último colectivo en sumarse a la lista de agraviados ha sido el de los bomberos, que han tachado de «caótica» su gestión en las labores de rescate y limpieza tras la DANA.
Pero antes de que la riada se llevara 216 vidas, tuvo una responsabilidad que el Gobierno ha tratado de ocultar: él pudo activar el nivel 3 de emergencia nacional. Lo pudo hacer a iniciativa propia o a propuesta de la Comunidad o del delegado del Gobierno. Es decir, dejando por sentado que Carlos Mazón erró en no involucrar al Estado en lo que a todas luces le trascendía, del polémico ministro y de su delegada, Pilar Bernabé, dependió la declaración de emergencia nacional. Lo obviaron para que el barón popular se cociera en su propia salsa. El cálculo político, interesado como tantas veces, evitó aplicar el Plan Estatal General de Emergencias que el propio Marlaska elaboró tras la pandemia. Y quizá salvar decenas de vidas.
Al responsable de la seguridad del Estado —el más reprobado por el Parlamento— le persiguen las polémicas, los titulares, le acosan los líos, sobre todo los judiciales, los que dictan sus antiguos compañeros. Esos jueces que «ya no le reconocen», como advierten algunos. No para de llevarse reveses judiciales. La última, el cese del coronel Pérez de los Cobos, al que ha perseguido porque no se plegó a sus órdenes de proporcionarle información judicial secreta sobre la manifestación del 8-M a las puertas de la pandemia. A contrario sensu, ha incluido en un decreto de la riada la cacicada de mantener a su director operativo de la policía, más allá de la edad de jubilación que ya ha cumplido, cargándose así cualquier atisbo de decencia, porque este, a diferencia de Pérez de los Cobos, sí le rinde pleitesía.
El cálculo político evitó aplicar el Plan Estatal General de Emergencias que el propio Marlaska elaboró tras la pandemia. Y quizá salvar decenas de vidas
Uno de los últimos varapalos al ministro del Interior es la anulación de cinco ascensos a generales de oficiales de la Benemérita. El trato de Marlaska al cuerpo es sangrante, dado que acaba de recuperar a Mercedes González, una sanchista acérrima, como su directora general, tras protagonizar esta el mandato más corto en el cargo en democracia, pues lo abandonó tres meses después de ser nombrada para ir en la lista del PSOE al Congreso en 2023. Entre medias, María Gámez, otra directora de Marlaska, tuvo que dimitir porque su marido fue citado por un sucio caso de corrupción. El respeto del ministro a la Guardia Civil es inversamente proporcional a su capacidad para esparcir bulos.
Muchos creyeron que el que fue juez implacable desde la Audiencia Nacional contra ETA seguiría ejerciendo honestamente en el cargo de ministro, al que accedió en la primera hora de Pedro Sánchez tras la moción de censura. Sin embargo, ha terminado asociado con el partido heredero de la banda terrorista y adelantando el acercamiento o incluso la salida de la cárcel de los asesinos a los que antes ponía a la sombra sin contemplaciones. Fernando se ha convertido en una decepción traumática para la ciudadanía, las víctimas de ETA, sus excompañeros y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, a los que ha abandonado a su suerte. Hace menos de un año, la esposa de uno de los dos agentes asesinados en Barbate por una narcolancha se negó a que colocara una condecoración en el féretro de su marido. Allí donde va le reciben con las mismas cajas destempladas con que acogen a su jefe.
Su primera vida arranca en 1962 dentro de una humilde familia de emigrantes en Bilbao. Llegó a juez de la Audiencia Provincial en el tiempo en que ETA seguía acumulando asesinatos. Cuando Bilbao se le quedó pequeño, desembarcó en Madrid, donde pronto llegó al templo de la lucha antiterrorista, a la Audiencia Nacional. Junto a fiscales como Gordillo, Márquez de Prado o Carmen Tagle (a la que asesinó la banda) constituyó un grupo de héroes a los que llamaban «Los indomables». Porque las bestias terroristas jamás los domaron.
Él decidió salir del armario en 2006, en una entrevista de Rosa Montero bajo el título «El juez rompe su silencio», y empezó a asumir un protagonismo mediático con el que parecía disfrutar, sobre todo por su peculiar condición de «gay y conservador», como le tildaban las élites de Madrid. Dicen que aspiró a ser fiscal general con Rajoy y al no conseguirlo, viró el periscopio hacia el PSOE, y entonces conoció a Pedro Sánchez. A la primera de cambio le ofreció el Ministerio del Interior. Y así entró a formar parte, junto a Margarita Robles (con la que no se lleva bien), Nadia Calviño y José Luis Escrivá, del grupo de ministros «con buena imagen y poco sospechosos de radicales» del Gobierno. El tiempo demostró que aquello no fue más que un espejismo.
Se ha convertido en una decepción traumática para la ciudadanía, las víctimas de ETA, sus excompañeros y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado
Así que Marlaska tuvo que convertirse al sanchismo de hoz y coz. En unos meses destituyó a su amigo, el coronel Manuel Sánchez Corbí, su mano derecha en la lucha contra ETA. El mismo que le salvó la vida a él y a su marido cuando la banda intentó matarlos en Ezcaray. Todo porque Corbí denunció que los fondos reservados estaban paralizados. Jamás volvió a hablar con él. Lo que sí hace es decretar alertas antifascistas sustentándose en embustes, como las del chico que denunció una paliza homófoba en Malasaña y que finalmente confesó que nadie le pegó y que había mentido para evitar que su novio le dejara. Sin embargo, este icono gay no movió ni un dedo cuando en un día del Orgullo, los diputados de Ciudadanos fueron insultados y acosados, pero como no eran «progres» no los defendió. Siempre que vienen mal dadas se pone de perfil: bien sea para esclarecer los brutales hechos del asalto a la valla de Melilla que dejó 37 muertes a un lado y otro de la frontera o para dotar de medios a los Cuerpos de Seguridad, a los que ha desprotegido tras anular la mal llamada «ley mordaza».
Tras la catástrofe en el Levante español, lo primero que hizo fue escaquearse y emitir una nota culpando de todo a Mazón. Y su última trola fue afirmar que Pedro Sánchez había sufrido la violencia de ultraderechistas en Paiporta. Ni el presidente fue agredido ni había ningún ultra. Fueron los vecinos del pueblo los que, con razón, le increparon. Era tan verdad ese bulo como las balas que dijo recibir el exjuez en la campaña electoral madrileña de 2021. Mientras tanto, sigue achicharrado y con la brújula moral averiada como último dique de Pedro Sánchez. Llegados a este punto, ya no tiene nada que perder. La dignidad la dejó tras la puerta giratoria que volverá a cruzar cuando esta etapa política acabe. Y puede que le toque juzgarnos a usted o a mí.